LA REBELIÓN DE LAS MÁQUINAS!Descarga aquí el artículo en PDF
Almudena Colorado
Ando estos días algo atareada preparando las oraciones de la mañana (nosotros les llamamos Buenos Días) para el curso que viene, para los centros con los que trabajo. Concretamente, estoy preparando el día que dedicamos a la ecología y el cuidado del planeta. Ocurrió que, mientras mi cabeza ya echaba humo, me topé con el siguiente párrafo de la encíclica Laudato Si’:
«A esto se agregan las dinámicas de los medios del mundo digital que, cuando se convierten en omnipresentes, no favorecen el desarrollo de una capacidad de vivir sabiamente, de pensar en profundidad, de amar con generosidad. (…) Al mismo tiempo, tienden a reemplazarse las relaciones reales con los demás, con todos los desafíos que implican, por un tipo de comunicación mediada por internet. (…) Sin embargo, a veces también nos impiden tomar contacto directo con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro y con la complejidad de su experiencia personal».
Cuando me interrogo sobre el uso de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación en la actualidad, me acuerdo de los primeros cristianos. ¿Y por qué? Pues por su inteligencia para sumergirse en un mundo hostil hacia esa nueva y creciente religión. No se aislaron ni quisieron destruir lo ya establecido, entrando como elefantes en una cacharrería. Sin faltar a esa creencia nueva que habían hecho suya, supieron inculturizarse; no suprimir ni mimetizar lo establecido, sino trascenderlo, dándole un sentido más pleno que antes no tenía. No en vano, tenía que ser así: creían en un Dios encarnado.
Quizás deberíamos seguir ese ejemplo de inserción meditada y con sentido crítico. Pero, previamente, toca hacer un discernimiento acerca de qué esperamos de esta era de la digitalización, en qué ayuda a construirnos.
Toca hacer un discernimiento acerca de qué esperamos de esta era de la digitalización
Internet tiene un lado muy positivo. En la pandemia lo vimos. Yo pude dar clases a mi alumnado gracias a ella, pude estar al tanto de cómo estaban, pude comunicarme con los padres…También, por supuesto, nos permitió sentirnos más cerca de nuestras familias en unos meses tan duros.
En la postpandemia, en la que el contacto tenía que ser con-tacto, también las nuevas tecnologías ayudaron. Ahora mismo me recuerdo a mí misma y a mi equipo de pastoral, metidas en la pequeña capilla del cole, celebrando el día de Santa Teresa, esta vez sin Eucaristía, sino mediante una oración, con la cuidada participación del alumnado y retransmitida online a cada una de las clases. Ahora, mientras lo escribo, no puedo evitar sonreírme.
La pandemia permitió el uso masivo de todo lo digital porque lo vimos necesario y útil. Pero eso nos ha comido: ahí están los muchos problemas de salud mental en los jóvenes.
¿Qué cosas me preocupan, como profesora y pastoralista?
- La inmediatez que se ha generado en los jóvenes: lo que quieren, lo quieren ahora y ya. Y lo quieren todo. Se pierde el ejercicio de la paciencia, de saber esperar el momento de cada cosa, del sacrificio que supone tener que elegir.
- La frialdad de las relaciones: el Whatsapp nos ha solucionado la vida. Y ya los mensajes de voz, ni te digo. Bueno, claro, y los emoticonos, los gifs…Pero se nos enfrían las maneras. No se contacta «con la angustia, con el temblor, con la alegría del otro», como dice el papa Francisco. Perdemos el trato cercano con la persona y todo su universo.
- La suplantación de lo humano: la inteligencia artificial está llegando con paso fuerte. Desde mi ignorancia acerca del tema, me pregunto: ¿estamos ante una «nueva sociedad del descarte»? ¿Quiénes empezarán a «sobrar»? ¿Qué ya no nos hará falta del otro que pueda ser sustituido por «una máquina»? ¿A qué nivel ponemos al ser humano entonces? ¿Provocará más separación, nuevas clases sociales?
- El uso de las tecnologías en Pastoral, que ahora está muy en boga (sin ir más lejos, yo las uso): me asusta que sometamos tan rico tesoro al consumo desmedido de contenido, a la transmisión rápida de lo que debe darse sosegadamente.
- Y, por último, llamadme nostálgica o antigua… un libro es un libro. Y todo lo que le rodea no puede ser sustituido por las tecnologías: ir de libro en libro buscando información, página a página; explorar su contenido en un abrir y cerrar de lomos, pasear por las estanterías de las bibliotecas, curiosear en los índices, leyendo párrafos hasta dar con lo que se busca… Ese sentido de la investigación que fomenta la creatividad, el pensamiento, la lógica o la indagación.
Y, frente a esto, ¿qué hacer?
Frente a la inmediatez, la interioridad. Si alguien me ha leído antes, sabrá que soy una «forofa» de este tema. Creo que es el gran reto y la gran necesidad de nuestro tiempo. Entrar en uno mismo, buscarse en ese fondo que somos. Practicar el noble arte de parar, callar, pensar, meditar, conectar.
Frente a la inmediatez, la interioridad
Frente a la frialdad de las relaciones, abogo por los «círculos de escucha», una herramienta que he descubierto recientemente, que he tenido la oportunidad de practicar y que me parece de lo más enriquecedora. Ver la cara a las personas mientras hablan serenamente de lo que les bulle dentro, desde el respeto y la delicadeza, pues pisamos terreno sagrado. Creo que nos vendría muy bien esta metodología en las escuelas.
Frente a la inteligencia artificial, educar en el sentido crítico. Para ello, fomentar la lectura, el diálogo, el debate (sin exasperaciones ni polarizaciones), el contraste de opiniones, estar al día de lo que ocurre y no hablar de oídas. Hacen falta asignaturas o materias que den pie a esto, y profesores preparados para ello.
Frente al uso de las tecnologías en Pastoral, ¿habrá que hacer una Pastoral de lo digital? ¿Tendremos que aprender a usar estos medios correctamente, sin descafeinar el contenido del Evangelio? ¿Tendremos que aprender nuevas formas de «predicación»? ¿Cuáles, para que lleguen con toda su verdad?
Y, por último, los libros, ¡ay, los libros! Creo que la competencia digital se educa (y es mi humilde opinión), no aprendiendo más y más tecnología, sino sabiéndola combinar con otros instrumentos «más clásicos» que también ejercitan el conocimiento y el pensamiento.
Hasta aquí mi humilde opinión. No sé si estaremos al borde de «la rebelión de las máquinas», o aprenderemos nosotros a rebelarnos para que no perdamos en humanidad. Lo veremos. Y tocará pensar, discernir y dialogar, como supongo que hicieron los primeros cristianos.
¿Tendremos que aprender nuevas formas de «predicación»?