La persona, buena noticia – Iñaki Otano

Iñaki Otano

En aquel tiempo llamó Jesús a los Doce y los fue enviando de dos en dos, dándoles autoridad sobre los espíritus inmundos. Les encargó que llevaran para el camino un bastón y nada más, pero ni pan ni alforja, ni dinero suelto en la faja; que llevasen sandalias pero no una túnica de repuesto.

Y añadió: “Quedaos en la casa donde entréis, hasta que os vayáis de aquel sitio. Y si un lugar no os recibe ni os escucha, al marcharos sacudíos el polvo de los pies para probar su culpa”.

Ellos salieron a predicar la conversión, echaban muchos demonios, ungían con aceite a muchos enfermos y los curaban. (Mc 6, 7-13)

Reflexión:

Jesús llama a los doce y los envía desprovistos de todo. Sólo llevarán el bastón y las sandalias. El Reino de Dios se proclama más con lo que uno es que con lo que uno tiene. Es más importante la entrega personal que el despliegue de medios materiales.

          El mismo principio rige en educación. Muchos psicólogos coinciden en que hoy los niños tienen en general demasiados regalos. Una profesora de la universidad de Barcelona, Cristina Ramírez, lanzó este eslogan en unas navidades: “Regale usted tiempo a sus hijos”. Estos necesitan más esa presencia y dedicación que el montón de cachivaches, que son recibidos con alborozo en el primer momento, pero no pueden suplir a la relación personal.

          Los doce enviados por Jesús no eran ningún portento sino más bien torpes y con muchas ideas erróneas. Sin embargo, Jesús los fue enviando de dos en dos. Y ¿qué hacían?

          Por una parte, predicar la conversión. Tenían que convertirse a un Dios bueno, lleno de misericordia, muy distinto a aquel Dios minucioso hasta el agotamiento, insaciable y aguafiestas.

          Y para proclamar a ese Dios de misericordia, tenían que procurar liberar a la gente de los demonios de sus miedos y esclavitudes, curar a los enfermos. En una palabra, hacer el bien como Jesús. De ese modo la gente irá entendiendo cómo de bueno es Dios. Los mismos apóstoles tratarán de vivir esa bondad, aunque sea con los altibajos, las contradicciones y las incoherencias propias de los hombres.

          Así son también nuestros intentos de vivir lo que decimos a los demás que hay que vivir. Lo decimos con humildad, no desde la superioridad de quien tiene todo dominado ni desde la representación de un personaje que no responde a la realidad. A menudo, somos más útiles al amigo o al hijo desde nuestra debilidad que desde nuestro pedestal. Nos hacemos más accesibles, y naturalmente lo que  va a ayudar a los otros no es el simple espectáculo de nuestra carencia sino nuestra manera de situarnos ante ella.

          Puede suceder, y de hecho sucede, que la buena voluntad del que quiere transmitir la Buena Noticia de Jesús parezca caer en saco roto, que no sea bien acogida. Entonces no culpabilizarse: has hecho lo que has podido y no debes cargar con lo que no es tu responsabilidad. Sacudir el polvo de los pies no es despreciar al que no te ha escuchado. Es no dejarte bloquear por su negativa. Reflexiona serenamente y no te detengas. Sigue adelante con el anuncio de la Buena Noticia.