Os lo mereceis. Me da la sensación de que el imaginario navideño os tiene un poco al margen de sus publicidades y tampoco os incorpora a sus enternecedoras historias, plagadas de niños/as, abuelos/as y algún que otro pobre, pero casi nunca un o una joven. Pareciera que la navidad es para los niños y niñas. Quisiera teneros en cuenta y contaros algo a vosotros específicamente, los y las jóvenes.
Lo primero que me sale contarte es que Dios nace en mitad de una caminada larga de varios días. Si quieres que Dios te nazca por algún lado de tu vida, ten esto muy presente: te nacerá en mitad de un camino. Ser joven es vivir profundamente la experiencia del camino, del marcarse metas, del planificar, del buscar compañeras/os de camino, del preparar mochilas, del afrontar retos. Es bueno que te imagines también así a este Dios-Jesús, dispuesto a hacer camino entre nosotros/as. Belén fue sólo un campamento base. Vendría después la huida a refugiarse en otro país buscando mejor fortuna, huyendo de males. Luego supo caminar solo para pensar, por sus desiertos. Y también subió sus montañas, para que Dios le hablara más fuerte. Y luego la caminadera de pueblo en pueblo, evitando grandes ciudades, acogiéndose a la solidaridad de quién lo recibiera… Y el camino de la cruz, y el de la luz… todo el tiempo caminando. Navidad es una invitación a que camines, a ponerte la mochila, ligero de equipaje, y amplio de ideales.
Lo segundo que me viene es contarte que Dios nace en mitad de una noche. Si quieres que Dios te nazca por ahí, tendrás que ser experto en noches, como lo fue él. Las noches de los problemas no le asustaron. Ya sé, joven, que no lo tienes fácil, que hay más crisis que antes y que nadie te regalará nada… tienes tus propias noches. Que además la pandemia te ha pegado duro ahora que querías estar más en la calle, en la vida. Piensa también en todos los que lo tienen más oscuro que tú. Sin embargo, es en la noche cuando, a unos pastores que no dormían, sino que velaban, se les iluminó la vida. Te propongo que vivas las noches, las tuyas y las de otros, y las vivas despierto, atento, sensible, expectante, descubriendo las luces del alba donde otros sólo quieran seguir durmiendo. La noche no es para lo escondido y vergonzoso, y lo sabes, sino para encender hogueras y escuchar ángeles. La noche no es para la fiesta y el desfase, y lo sabes, sino para el encuentro, la confidencia y el decirse unos a otros/as ¡vamos! ¡hagamos caso a la luz que hemos visto, aunque de nuevo esté oscuro! ¡Caminemos en la noche!
Lo tercero es la señal. Sí, la señal. Una señal inesperada, demasiado vulgar y frágil para ser vista como señal, pero suficiente para un corazón sensible como el tuyo, joven. Se habla en navidad de un niño envuelto en pañales. Esa es la pista de tu juego de pistas que es la vida. Caminar en la noche, pero guiándose por señales muy leves pero inequívocas, que apuntan a lo pequeño, a la periferia, a hacerse humilde. Un establo, el olor de lo pobre, de la oveja, tú que también lo llevas en tu ropa tras tantos campamentos con chiquillos… tú que también eres pastor de tus amigos/as o de tus chavales, tú que ganas hermanos y hermanas en cada voluntariado con migrados, abuelos y abuelas en cada rato en las residencias, amigos en las puertas de los supermercados, colegas de aventuras en cada reunión de grupo, con los que te irías al fin del mundo. Sí, señales invisibles para el mundo, pero no para ti. Tú has sido guiado ya por ellas hasta esta extraña sensación que te embarga de ir por donde hay que ir, la misma que te dan los hitos de piedras en el camino entre la niebla.
Camino. En la noche. Con señales. Todo un reto, ¿no crees? ¿Y si en un Dios así apetece más creer?
Lectura del santo evangelio según san Lucas 2, 1-14
En aquel tiempo, salió un decreto del emperador Augusto, ordenando hacer un censo del mundo entero.
Éste fue el primer censo que se hizo siendo Cirino gobernador de Siria. Y todos iban a inscribirse, cada cual a su ciudad.
También José, que era de la casa y familia de David, subió desde la ciudad de Nazaret, en Galilea, a la ciudad de David, que se llama Belén, en Judea, para inscribirse con su esposa María, que estaba encinta. Y mientras estaba allí le llegó el tiempo del parto y dio a luz a su hijo primogénito, lo envolvió en pañales y lo acostó en un pesebre, porque no tenían sitio en la posada.
En aquella región había unos pastores que pasaban la noche al aire libre, velando por turno su rebaño.
Y un ángel del Señor se les presentó; la gloria del Señor los envolvió de claridad, y se llenaron de gran temor.
El ángel les dijo:
«No temáis, os traigo una buena noticia, una gran alegría para todo el pueblo: hoy, en la ciudad de David, os ha nacido un Salvador: el Mesías, el Señor. Y aquí tenéis la señal: encontraréis un niño envuelto en pañales y acostado en un pesebre».
De pronto, en torno al ángel, apareció una legión del ejército celestial, que alababa a Dios, diciendo:
«Gloria a Dios en el cielo, y en la tierra paz a los hombres que ama el Señor».
Palabra del Señor.
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