Dentro de muy poco, el próximo enero, se celebrará la JMJ de Panamá, un acontecimiento enorme de millones de jóvenes en torno al papa Francisco. En esta ocasión al ser en enero y por ser en América parece que será la JMJ de Latinoamérica; y parece que a la organización y a Roma les gusta esta idea, porque creen que se lo merecen. Creo que es verdad, es absolutamente verdad: ¡se lo merecen! En ningún lugar del mundo hay en este momento una movida juvenil religiosa más fuerte que la de la Iglesia en Latinoamérica. Por eso está bien esa celebración para «ellos», contando por supuesto que el mundo entero está invitado. Espero disfrutarla, me han llamado para participar.
La JMJ de Colonia con el papa Benedicto XVI estuvo muy bien como todos estos grandes encuentros, pero tuvo algún problema grave como la motivación al resto del mundo y, uno muy importante, la dificultad para conseguir voluntarios y voluntarias para mantener un evento de esas dimensiones. En la próxima JMJ tienen otro «problema» justo contrario a lo que hablamos: ¡les sobra gente! (Aquí va el emoticono de risa total). Ojalá ese fuera un problema. Les sobran jóvenes para asistir, jóvenes para trabajar, jóvenes para contagiar entusiasmo… También les sobran jóvenes para aspectos nada fáciles como llenar con cantidad y calidad el grandísimo programa de actuaciones, todo el arte, toda la música, las performances. Sobra gente donde escoger. En Latinoamérica, además del carácter disponible, abierto y fiestero de la gente, la realidad artística de animación pastoral está muy reconocida en todos los aspectos. Los «ministerios», como les dicen allí, marcan y dan importancia a la tarea que realiza cualquier grupo dentro de la Iglesia. Motivan a cualquier grupo de jóvenes que esté realizando alguna tarea. Esto anima mucho y fomenta la aparición de grupos, de gente que quiere dedicarse a lo que pueda aportar en el ámbito espiritual. Esto está muy lejos de las sensaciones que tenemos por nuestras latitudes, donde la valoración es mínima y la exigencia máxima. Y la comprensión demasiado escasa.
Partimos de que toda la música es buena y toda es de Dios porque es un don único, un regalo «gratuito, pero no superfluo» como escribía sobre Dios el gran teólogo José María González Ruiz. Todo el arte también lo es. Toda la música que se hace puede ayudar en la vida espiritual, y la que hacen los muy jóvenes es la que más ayuda a los demás jóvenes. Aunque no le guste a una mayoría de adultos.
Los jóvenes no acaban de encontrar su sitio en la Iglesia, su sitio al intentar integrar lo que expresan artísticamente. Llevo toda la vida viendo cómo musicalmente hacen una cosa en el entorno religioso y otra muy diferente en la calle con sus amigos y sus ambientes. Esta segunda es la que les identifica, y en plenas edades de autoafirmación y positivar tu autoconcepto, esa parte es la que vale, es la que pesa.
Si la Iglesia es tu familia y eres rockero, eso será lo mejor que tienes para ofrecer y eso será lo que tienes que dar. Si hiphopero, si punky, si cantautor, eso es lo que Dios seguro que destaca de ti, valora de ti, disfruta de ti, son dones que te dio. Que al obispo no les gusten mucho entra dentro de la lógica, y que lo comprenda entraría dentro de lo normal. Si eres DJ, jazzero, flamenco, indie, tropical, cualquier cosa que es tuya y sale de tu corazón y la entregas como dice el salmo «con sincero corazón», eso es lo mejor que puedes dar y lo que mejor va a recibir todo el mundo. Incluso si eres tecnolatino (este palo me cuesta especialmente nombrarlo porque está lleno de porquería y valores retrógrados apoyados salvajemente por la industria americana) pues con eso enriquecerás a la comunidad. Cuesta que vean esta realidad la mayoría del clero que domina y acapara por completo el funcionamiento de toda la grandísima familia eclesial (que tiene tamaño para que trabaje y decida mucha más gente, gente más que formada y fiel. Pero eso es otra historia… o no tanto). Lo que no les gusta mucho no va para adelante. Y todo lo muy joven les va a costar que les entre a la primera, y a la segunda.
Es fundamental dar la importancia que tiene la música, el arte, el esfuerzo, no solo cuando estamos argumentando para que los chavales no falten, sino a la hora de valorar públicamente, de dar responsabilidades, de dejar elegir y actuar, de apoyar económicamente la tarea (puede ser con locales, instrumentos, no hablo necesariamente de salario).
Hay muchas maneras de expresarte y contribuir, muchas necesidades. Animar la liturgia es un gran servicio y muy bonito. Para tocar, para alegrar y animar algo tan importante y que se ha quedado tan lejano y aburrido. Para interpretar. No siempre hay que inventar y crear, ahora mismo están en lo más alto la gente que hace covers. Pues eso haces cuando animas la liturgia, le das tu impronta y tu sentimiento a canciones que otro creó para esos momentos y consigues que todo el mundo se sume y se anime a vivir por la música esas experiencias de fe. También está todo el campo de la catequesis, de la animación de otros jóvenes, y la inmensa tarea con los niños que necesitan música y juego todo el tiempo y que eso les va a llenar su espacio para la espiritualidad. Otra será la creación de materiales de todo tipo, sobre todo musicales, para la evangelización y compartir con los demás las inquietudes propias. Vivir la realidad artística, ser un artista y enseñarlo, compartirlo y hacer ver lo que vivimos es otra posibilidad. En estos campos se puede ser original y mucho más libre, y todo va a servir. Todas tienen su riqueza enorme. El apoyo de proyectos sociales y la música como un elemento integrador y esperanzador es otra misión apasionante. Comencé mi carrera musical en esas tareas de hacerme musicalmente las preguntas últimas que se hacen las gentes con mala suerte en la vida, jóvenes destrozados por la calle, la soledad, la droga, la cárcel, la violencia, el abandono… me puse a preguntarme las cosas que ellos me preguntaban y a traducir posibles focos de esperanza en el Evangelio, y resultó tan cierto y tan intenso que aún sigo recorriendo el mundo con la música y la vida compartida con tantos que lo pasan mal. Nunca se me pasó por la cabeza ni decidí que me iba a dedicar a eso.
Voy acabando. Tu arte, tu música, la tuya, no la que te digan que sirve, si te brota de tu alma es algo grande que Dios y la comunidad reciben como un tesoro. Ponte a buscar cómo compartirla en tu ámbito espiritual, y ojalá la sensibilidad se le pegue a los que tienen responsabilidades. ¡¡¡Mucho ánimo, mucho arte y mucha música!!!
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RPJ nº 533 – noviembre 2018 – La música de Dios es la tuya – Migueli
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