LA MUJER EN LA IGLESIA EN LA TAREA EVANGELIZADORA – Alicia Monjas

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Me llamo Alicia; nací mujer y me siento mujer. Estudié en un colegio de la Congregación de los Sagrados Corazones de Jesús y de María a cuyo abrigo crecí en tamaño y sabiduría –de un modo imperfecto propio de los seres humanos– ante Dios y las personas con las que comparto vida.

Nunca me he planteado de un modo muy hondo mi papel como mujer dentro de la Iglesia. Mi único acto de autoafirmación consiste en cambiar el género de una sola palabra durante la celebración de la Eucaristía, cuando antes del momento de la Comunión proclamo: «Señor, no soy digna de que entres en mi casa…».

¿Por qué servir a la Iglesia en una parroquia? Mi servicio a la Iglesia universal parte de un encuentro con el Señor que me ama, me mira con misericordia y me invita a caminar con Él. La parroquia es para mí un hogar, no solo por las horas que paso en ella sino porque es un lugar en el que soy acogida, aceptada y querida. Y me siento profundamente afortunada y agradecida por todo ello. Este sentimiento de gratitud el que me hace ponerme al servicio de la Iglesia universal en una pequeña iglesia local. Hace mucho tiempo leí una frase en una camiseta que ponía «Piensa Globalmente, Actúa Localmente» si no me engaña la memoria era una camiseta de una marcha que se organizaba anualmente, Marcha por la Justicia hacia la Paz.

¿Qué hago? Estar disponible y atenta las necesidades que van surgiendo para tratar de responder a ellas. La verdad es que mi parroquia –me vais a permitir que use el determinante posesivo «mi» porque la siento un poco mía– es una parroquia con mucha vida y bastante presencia en el barrio, lo que hace que continuamente aparezcan nuevos retos a los que enfrentarse.

Clásicamente se dividen las tareas como en dos vertientes: la pastoral y la social. Y también clásicamente la tarea evangelizadora se suele asimilar con la labor pastoral (¡como si en la tarea social no llevásemos la Palabra de Dios!). Yo intento evitar esta dicotomía y por eso me dedico a cualquier cosa que se me pida desde la parroquia.

Durante muchos años de mi vida he acompañado y acompaño a comunidades de jóvenes que, tras la Confirmación, deciden seguir creciendo en su seguimiento al Señor y ahondar en eso que llamamos «hermano de comunidad». Con ellos nos reunimos semanalmente después de la misa del domingo por la tarde y hablamos de cosas que van desde lo más puramente formativo (como Biblia, discernimiento, vocación cristiana, …) hasta lo que va aconteciendo en sus vidas (estudios, primeros trabajos, noviazgo…) siempre a la luz del Evangelio y tratando de responder siempre a la pregunta: ¿qué quiere Dios de mí? Es una auténtica gracia poder acompañar a estos jóvenes y ser testigo de cómo Dios sigue actuando en el corazón de las personas.

Esta labor suelo compaginarla siempre con otra más de contacto con realidades de pobreza del barrio, articuladas sobre todo gracias a un magnífico equipo de Cáritas que, como ya he dicho anteriormente, está siempre atento a posibles necesidades que puedan surgir en el barrio. Desde acompañamiento a personas mayores y/o enfermas a apoyo escolar y juego de niños para menores en riesgo de exclusión pasando por acogida a familias con dificultades económicas o que no encuentran trabajo. Mi labor aquí, durante los últimos diez años, ha consistido en gestionar el reparto de alimentos a familias del barrio. La verdad es que desde el equipo de Cáritas nunca hemos sido muy partidarias de dar alimentos a las familias –creemos que en el fondo no dignifica a la persona que lo recibe– pero fue una medida necesaria que trajo consigo la crisis de 2008. Esta crisis afectó, como siempre ocurre, a las familias más vulnerables. Y como no entraban ofertas de trabajo y los recursos públicos también se redujeron, nos pareció que ante situaciones de emergencia hacen falta respuestas de emergencia. Y así hemos estado diez años, y lo que en principio fueron tres familias (las recuerdo a las tres) llegaron a ser casi 50 familias y unos 600 kilos de comida repartidos al mes. Y durante estos diez años podemos decir que ninguna familia se ha quedado sin alimentos por falta de estos. ¿Alguien duda de la labor evangelizadora del reparto de alimentos? Durante estos años dos frases han estado presentes en nuestro trabajo «Dadles vosotros de comer» –se lo dice Jesús a los discípulos durante la multiplicación de los panes y los peces– y «Tuve hambre y me disteis de comer», en el juicio de las naciones.

Al finalizar este proyecto de alimentos, un año antes, de hecho, parece que el Señor no me deja acomodarme y me sigue moviendo el corazón siempre hacia fuera –en salida que diría el papa Francisco– hacia un proyecto nuevo para mí como es el contacto con mujeres que han sido víctimas de tráfico de personas. No es tarea fácil que estas mujeres recuperen la confianza en nosotros y nosotras, pero esa es nuestra tarea, que vean que en el mundo hay mucha gente y la mayoría no son monstruos. Acabo de comenzar esta nueva andadura, en la que estoy aún en pañales, pero cada vez que voy a estar con estas mujeres mi corazón se descalza, como Moisés ante la zarza ardiendo, porque entra en terreno sagrado.

Vuelvo al principio: «Me llamo Alicia nací mujer y me siento mujer». Parece una declaración de intenciones, y lo es. Me propongo, en el contacto con estas mujeres, ahondar en el sentido que tiene mi ser mujer en el mundo actual y especialmente en la Iglesia. Preguntaré también –leyendo sus historias– a Sara y Agar, a Miriam, Betsabé, a Rut y a Ester y a todas las mujeres olvidadas del Antiguo Testamento. Con la certeza de que Dios me toma de la mano y me acompaña en este nuevo viaje, con ternura, como solo Él sabe hacer.   

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