LA MIRADA FRAGMENTADA – Juan Saunier

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Juan Saunier

saunierortiz@gmail.com

Esta obra cautivadora está colgada en la sala 28 de la colección permanente de la National Gallery de Londres. Me atrapó y la fotografié.

Se sabe que el cuadro formaba parte de una tabla de altar que le fue encargada al artista para una iglesia de Bruselas. Apuntes compositivos indican que se trataba del ángulo inferior derecho de una presentación del Niño en las rodillas de su Madre rodeados por otras figuras, en lo que se conoce como sacra conversazione. Existen otros dos fragmentos de la tabla completa, uno con san José (al que se adivina en esta con la vara en la mano izquierda y portando en su derecha una camándula o rosariomisbaha para los musulmanes, mala en el mundo indobudista–).

Resulta curiosa la composición. La incorporación de María la Magdalena leyendo –se sabe que la Biblia– en una representación pictórica tardomedieval es impactante.

¿Por qué sabemos qué es la Magdalena? Por el frasco de alabastro que tiene junto a ella, el cual, siguiendo Mc 14,1-9 le fue adjudicado a María definitivamente por el papa Gregorio Magno (s. VI ne) en su Homilía 25 (PL 76,1188). La vestidura verde y la cofia blanca simbolizarían en el lienzo al arrepentimiento posterior de la Magdalena y su conversión a una vida piadosa de contemplación y estudio de las Escrituras. Su posición sentada delante de la Palabra del Señor remite a la escena en Betania, donde María olvidaba los afanes de Marta y se sentaba a escuchar lo que «su» Señor decía (Lc 10,28-32).

Hoy no creemos en miradas fragmentadas que se (nos) imponen

El simbolismo parece encajar, pero hay un detalle que cuadra mal. ¿Estudio? ¿Estudio de una mujer en la Baja Edad Media que es representado en una pintura oficial destinado a un entorno clerical donde cundía la desconfianza a las beguinas existentes en Flandes, que, entre otras cosas, se dedicaban al estudio? No voy a entrar en hacer una digresión sobre qué motivos pudieron inducir a plantear el tema en una tabla realizada por encargo, no es el motivo de estas líneas. Me limito a indicar que los investigadores han mostrado cómo el papel que se otorga a las mujeres lectoras (y escritoras) que aparecen en obras literarias y plásticas de la Edad Media tardía comienza a pergeñar una nueva manera de pensar, la que se abrirá paso muy poco a poco hasta hoy desde el tránsito al Renacimiento con su copernicano cambio de perspectiva. Rogier van der Weyden es consciente de que algo está cambiando. Y lo plasma. Valor no le falta.

Mas todo esto es especulación erudita. Importa poco. Es mucho más sugerente contemplar el hecho de que María la Magdalena tiene en sus manos las Escrituras. Y fijarse en el cuadro: las lee y entiende, su mirada lo dice todo. Medita serenamente en ellas. Las hace suyas. Las recrea. Las escribe en su interior. Y me pregunto: ¿solo en su interior? Sé que no.

Desde 1945, hallazgos extraordinarios han dado un vuelco a lo que se conocía del cristianismo primitivo. Los manuscritos de Nag Hammadi, entre los que se hallan copias del Evangelio de Tomás y el de Felipe, rompieron la tradicional comprensión de la figura de Jesús de Nazaret limitada por la dualista vía paulina y petrina. Pocos años más tarde se dio a conocer el Evangelio de María Magdalena, descubierto antes. Y luego otros y otros, de muy distinta condición y época. En décadas sucesivas se han ido estudiando textos cristianos de India, tradiciones antiguas de dominios franceses y tierras celtas, se han revalorizado las corrientes coptas, etíopes, sirias y asirias. La conclusión es hoy evidente. El cristianismo, hasta entrada la Edad Media, e incluso mucho más tarde, ni fue una creencia monolítica ni tuvo una plasmación dogmática definitiva. Hubo diferentes formas de vivir la experiencia jesuánica y de verbalizarla. Y la incomodidad que se ha traducido en rupturas y más rupturas no cabe atribuírsela solo a disputas doctrinales, sino a algo más esencial. Jesús de Nazaret no es reductible a sus interpretaciones.

Hoy no creemos en miradas fragmentadas que se (nos) imponen. Buscamos ponernos en zapatos ajenos para comprender y convivir. Del mundo que nos antecede podemos aprender dos cosas importantes. La pluralidad de visiones cristianas no es algo que hayamos descubierto hoy, es consustancial al fenómeno cristiano, aunque a lo largo de los siglos intereses de uniformización y dominación ni lo hayan entendido ni permitido. Y, por otra parte, las voces ocultas (u ocultadas) tienen algo que añadir al riquísimo acervo existente, que tanto ha propiciado una ética de hermanos y nos ha legado una cultura basada en leyes y normas claras. Escuchemos y veamos. Hay tradiciones que nos dan una profundidad mística o comunitaria de la que estamos faltos y otras una apreciación de la naturaleza inequívoca; aquellas han hablado de la igualdad sin distinción de géneros o estados de forma impecable y estas nos recuerdan que el silencio ante el misterio es la última y definitiva respuesta delante del Dios que habita en nosotros. La Música se toca con muchos instrumentos.

María la Magdalena ha sido llamada oficialmente «apóstol de los apóstoles» (papa Juan Pablo II, Mulieris Dignitatem) y su fiesta elevada a la categoría que ostentan los demás apóstoles (papa Francisco, decreto del 10-06-2016). A mi juicio, ella es más que eso, pero tal cosa importa también poco. Volvamos a la tabla y a su mensaje. La mirada no estará progresivamente fragmentada si se va yendo al centro, si en un proceso lento pero constante un@ se unifica. La mujer del cuadro, María, como atalaya (término que traduce el Magdal-Eder propio de su nombre) está indicando el camino. Ese al que apunta el evangelio cuyo nombre se remite a ella:

¡Que mi paz se haga entre vosotros!

Velad para que nadie os extravíe, diciendo ‘helo aquí’ o ‘helo allí’,

pues el Hijo del Hombre se halla en vuestro interior.

Seguidlo. Quienes lo busquen, lo encontrarán.

(EvMaría,8, BG 8502)

La pluralidad de visiones cristianas no es algo que hayamos descubierto hoy.