LA MASCULINIDAD DE JESÚS EXPLICADA PARA JÓVENES RPJ 556 Descarga aquí el artículo en PDF
Hugo Cáceres Guinet, CFC
Un nuevo enfoque. Una anciana tía que vivió durante los primeros años del logro de la lucha de las mujeres por el voto femenino comentaba enojada cuando le correspondía ir a votar: «Esas son cuestiones de hombres, yo qué sé de política; justamente tengo que ir a votar un domingo cuando toda la familia viene a almorzar». En 2022, unos 80 años después, ninguna mujer comentaría que la política es una cuestión exclusiva de hombres. En nuestro siglo XXI más bien somos testigos de una irrupción cada vez más acentuada de voces femeninas que nos ayudan a visualizar áreas familiares y sociales donde la presencia de lo femenino ha sido tradicionalmente excluida: la dirección de poderosos organismos financieros, los altares de las iglesias, las jefaturas de cirugía cerebral o de un taller de mecánica de aviones. Son enfoques nuevos que un mundo más inclusivo nos exige prestar más atención, es decir, cómo la pertenencia a los géneros masculino o femenino todavía influye en hechos cotidianos como obtener un trabajo.
En la lectura bíblica de parroquias, escuelas o grupos de oración va abriéndose paso, no sin oposiciones, una perspectiva llamada «enfoque de género». Este enfoque es como colocarse unas gafas que nos permiten observar situaciones que antes no veíamos por miopía o por desinterés o para proteger algunas ventajas. Un típico ejemplo está definido en este caso donde observamos una práctica de la Iglesia de los inicios:
Las mujeres guarden silencio en las iglesias, porque no les es permitido hablar, antes bien, que se sujeten como dice también la Ley. Y si quieren aprender algo, que pregunten a sus propios maridos en casa, porque no es correcto que la mujer hable en la iglesia. (1Cor 14,34-35).
El «enfoque de género» convierte este texto en un tema de reflexión sobre nuestras creencias: ¿los cristianos del siglo XXI debemos seguir operando con aquel modelo? Leemos el texto y lo contrastamos con lo esencial de una comunidad cristiana: la compasión, el discipulado de iguales y la salvación en Jesucristo más allá de cuestiones exclusivas de hombres y de mujeres, razas o condición social. Lo que buscan estas gafas es liberarnos de prejuicios del pasado («la política no es cosa de mujeres») y aproximarnos más al proyecto de Jesús, tan bien expresado en la afirmación de los primeros cristianos: «Entre ustedes ya no hay judío ni griego, esclavo o libre, varón o mujer, porque todos ustedes son uno en Cristo Jesús» (Gal 3,28).
Leemos el texto y lo contrastamos con lo esencial de una comunidad cristiana
Masculinidad y femineidad. Antes de avanzar es necesario reconocer que una cosa es el sexo (hombre y mujer), la realidad física y psíquica con la cual nacemos. Y otra cosa es el género (masculino y femenino) que son las prácticas sociales y culturales que una determinada época establece como aceptable («azul para niños y rosado para niñas»). El conjunto de prácticas sociales de género atribuidas a varones y a mujeres se llaman masculinidad y femineidad. Cuando hablo de la masculinidad de Jesús estoy señalando las características propias de su comportamiento como varón. En el resto del artículo observaré la actuación social de Jesús como un varón del siglo I, el galileo que vivió en una cultura judía fuertemente influenciada por el helenismo.
Jesús y los niños. En el evangelio de Marcos se afirma que los discípulos de Jesús impidieron que unos pobladores que traían niños delante del maestro se acercaran a él; Jesús reprendió a los discípulos y más bien acogió a los niños y «abrazándolos, los bendijo imponiéndoles las manos» (Mc 10,13-16). ¿Por qué los discípulos impidieron que los niños se acerquen a Jesús? Sencillamente estaban afirmando la práctica del mundo antiguo en que los infantes y los adultos varones debían vivir en mundos separados, el varón no debía tener contacto con menores, cuya atención y cuidado era privilegio de las mujeres. Un varón abrazando en público a niños o mostrando interés por ellos era percibido como débil y afeminado. Además, los niños estaban incapacitados de guardar la ley, por lo que resultaba inadmisible que un Maestro les prestara atención. Jesús fue un verdadero subversivo del orden social cuando lo observamos con las gafas del enfoque de género.
Jesús, en su encuentro con mujeres, rompió los códigos de género
Jesús y su trato con mujeres. La masculinidad del siglo I postulaba que el trato a las mujeres era un espacio peligroso donde se ponía en juego el honor masculino si no se respetaban códigos de distanciamiento y protección: «entre mujeres no te sientes» (Sir 42,12), recomienda un maestro de sabiduría, cronológicamente cercano a Jesús. Tales de Mileto (sí, el del teorema) dijo que había tres gracias por las que agradecía a la diosa Fortuna: «Primero que nací en el género humano y no como una bestia; luego que nací hombre, no mujer; tercero, griego, no bárbaro» (Diógenes Laercio, Vit. Phil. 1,33). Los maestros rabinos repetían los mismos argumentos en su oración: «Bendito seas Tú por no haberme hecho gentil, mujer o ignorante» (m. Ber. 7,18). Jesús, en cambio, en su encuentro con mujeres, rompió los códigos de género. En el cerrado mundo masculino de maestros judíos, se dejó interpelar por la mujer siriofenicia (Mc 7,28), discutió de teología con la samaritana (Jn 4,7-26), tuvo discípulas (Lc 8,2-3; 10,38-42), defendió el derecho de las mujeres a participar en reuniones masculinas (Mc 14,6) y afirmó el don profético femenino (Mc 14,8-9) frente a la crítica masculina.
Jesús y la estructura familiar patriarcal. Para iniciar la comunidad amplia e inclusiva del Reino, Jesús exigió que sus discípulos quebrantaran la estructura patriarcal en su mismo núcleo, el familiar. Invitó al incumplimiento de obligaciones como el entierro a los padres (Mt 8,21-22 y Lc 9,59-60, un agravio contra el cuarto mandamiento), la discontinuación del oficio paterno (Mc 1,19-20) para compartir un lugar no propio (Mt 8,19) y la aceptación de mujeres fuera del contexto familiar (Lc 8,2-3). Todo lo contrario a la práctica obligada entre israelitas de construir un círculo cerrado familiar, asegurar su sustento y producir una extensa prole. Promovió, como alternativa a la familia patriarcal, una comunidad itinerante de discípulos varones y mujeres con rasgos de desarraigados sociales (medio hippies hubiéramos dicho en los 70), que incluía varones casados y solteros, mujeres casadas y solteras y tal vez algunas cuya reputación hubiera sido deshonrosa para el grupo. Jesús aparece en los evangelios como un soltero sin domicilio. Mc 3,4 recuerda que los parientes de Jesús lo buscan para que regrese a su pueblo porque piensan que está loco y con su conducta daña el honor de la familia.
Los evangelios registran la habilidad de Jesús para aproximarse a la gente en relaciones interpersonales
Jesús y sus emociones. En las sociedades griegas, donde se predicó el Evangelio antes de ponerlo por escrito, la masculinidad dominante fomentaba una imagen pública dura, carente de expresiones de emotividad. Lo contrario hubiera sido percibido como afeminado e impropio de hombres destinados a dirigir la sociedad, sin capacidad de controlar su mundo emocional, es decir, traslucir a la esfera pública una imagen de debilidad. En particular los hombres públicos, maestros, autoridades, políticos estaban sometidos al escrutinio público de la expresión de sus afectos. Contrariamente al modelo de hombre público severo, sin emociones y siempre en control de lo que permite ver de sí mismo, los evangelios registran la habilidad de Jesús para aproximarse a la gente en relaciones interpersonales que incluyeron la empatía emocional, evidente en el uso de los evangelistas de compadecerse, apiadarse:
- «Se le acercó un leproso que, puesto de rodillas, le decía suplicante: “Si quieres, puedes limpiarme”. Compadecido, extendió su mano, lo tocó y le dijo: “Quiero. Queda limpio”. Al instante le desapareció la lepra y quedó limpio» (Mc 1,40-41).
- «Al desembarcar, vio tanta gente que sintió compasión de ellos, pues estaban como ovejas que no tienen pastor, y se puso a enseñarles muchas cosas» (Mc 6,34).
- «Por aquellos días, en vista de la gran cantidad de gente que volvió a reunirse, y no teniendo qué comer, llamó Jesús a sus discípulos y les dijo: “Siento compasión de esta gente, porque hace ya tres días que están aquí conmigo y no tienen qué comer. Si los despido en ayunas a sus casas, desfallecerán en el camino, y algunos de ellos han venido de lejos”» (Mc 8,1-3).
- En los relatos de la pasión de los evangelios sinópticos, Jesús desnudó sus emociones ante sus discípulos y les pidió apoyo emocional: «Fueron a una propiedad, llamada Getsemaní, y dijo a sus discípulos: “Siéntense aquí, mientras yo hago oración”. Tomó consigo a Pedro, Santiago y Juan, y comenzó a sentir pavor y angustia. Les dijo entonces: “Mi alma está triste hasta el punto de morir; quédense aquí y velen”. Él se adelantó un poco, cayó en tierra y suplicaba que a ser posible pasara de él aquella hora». (Mc 14,32-35).
- Lloró ante la muerte de Lázaro con quien no tenía un vínculo familiar: «Preguntó: “¿Dónde lo han puesto?” Le respondieron: “Señor, ven y lo verás”. Jesús se conmovió entre lágrimas. Los judíos comentaron entonces: “Miren cómo lo quería”» (Jn 11,35).
- Gimió ante la desgracia colectiva: «Al acercarse y ver la ciudad, lloró por ella”» (Lc 19,41).
- Se encolerizó al nivel de la expresión física: «entró Jesús en el Templo y comenzó a echar fuera a los vendedores y compradores; volcó las mesas de los cambistas y los puestos de los vendedores de palomas, y no permitía que nadie transportase cosas por el Templo» (Mc 11,15-16 y par.).
- Miró con cólera a los asistentes de la sinagoga que desaprobaban su incumplimiento del sábado: «Entonces, mirándolos con ira, apenado por su cerrazón de mente, dijo al hombre: “Extiende la mano”» (Mc 3,5).
Jesús el maestro sensible a la inclusión. En sus enseñanzas Jesús demostró una cuidadosa intención de inclusividad de lo masculino y femenino. El Maestro fue empático con los hombres y mujeres que escuchaban sus enseñanzas e ilustró ejemplarmente situaciones tanto del mundo masculino como del femenino. En el sermón de la montaña, en atención a la diversidad de sus oyentes, para ejemplificar y diferenciar las tareas de hombres y mujeres que nos sobrecogen con excesivas preocupaciones, Jesús enseñó que debemos ser como «las aves que ni siembran ni cosechan ni almacenan en graneros» (tareas masculinas) o ser como «los lirios del campo, que ni hilan ni tejen, y que ni Salomón con todo su esplendor se pudo vestir como uno de ellos» (tareas femeninas) (Mt 6, 25-32).
En sus enseñanzas Jesús demostró una cuidadosa intención de inclusividad de lo masculino y femenino.
En el sermón de las parábolas de Mateo 13, el Maestro ilustró con dos imágenes simultáneas, masculinas y femeninas, la pequeñez de los inicios del Reino, una del mundo agrícola y otra de la fabricación del pan:
«Les propuso otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a un grano de mostaza que tomó un hombre y lo sembró en su campo. Es ciertamente más pequeña que cualquier semilla, pero, cuando crece, es mayor que las hortalizas, y se hace árbol, hasta el punto de que las aves del cielo vienen y anidan en sus ramas. Les dijo otra parábola: El Reino de los Cielos es semejante a la levadura que tomó una mujer y la mezcló con tres medidas de harina, hasta que fermentó todo» (Mt 13,31-33).
Al narrar la parábola del pastor que encuentra una oveja pérdida, Jesús agregó inmediatamente que el pastor siente la misma alegría que una mujer que encuentra una moneda que afanosamente buscó barriendo la casa (Lc 15,1-10).
Jesús habló de él mismo, mayormente con imágenes del mundo masculino: pastor (Jn 10), rey juez (Mt 25), mesías; sin embargo otra faceta del interés por la inclusión del Maestro se revela cuando recurrió a una contrastante representación femenina: «¡Jerusalén, Jerusalén!, la que asesina a los profetas y apedrea a los que le son enviados ¡Cuántas veces he querido reunir a tus hijos, como una gallina a su pollada bajo las alas, y no has querido! » (Lc 13,34).
Finalmente, Jesús enseña el servicio entre cristianos a los discípulos recurriendo a la actividad propia de un esclavo que lava los pies a sus amos o una esposa o hija que lava los pies a su esposo o padre. En Jn 13,1-5 tenemos el único caso bíblico en que un hombre lava los pies de otros hombres
A partir de estas afirmaciones podemos deducir que la imagen de masculinidad que proyectó el Hombre de Galilea, en su actuación social y en sus enseñanzas, fue contrastante e inquietante para sus contemporáneos. Jesús salió deliberadamente de su espacio masculino tradicional como parte de su comunicación de la Buena Nueva. Como maestro, el hombre de Nazaret hizo suyo un comportamiento masculino novedoso que promovió la inclusión, la equidad de género y la liberación del rígido modelo masculino patriarcal. En un mundo marcado por el creciente número de feminicidios y justos reclamos de replantear las relaciones de género, la catequesis y la enseñanza de la religión deben asumir la tarea de mostrar a los jóvenes los rasgos de la perturbadora masculinidad de Jesús.
Hizo suyo un comportamiento masculino novedoso que promovió la inclusión