Erase una vez una gran laguna. En ella vivían peces grandes, medianos y pequeños. Los grandes, nunca satisfechos, se comían les peces pequeños. Los medianos, para hacerse más grandes, hacían lo mismo. Y los pececillos vivían con miedo e inseguridad.
Sin embargo había un pececillo diferente que buscaba siempre el lado bueno de las cosas. Animaba a sus colegas. Era poeta y artista. Soñaba horizontes de paz. Hizo un descubrimiento: vio en el fondo de la laguna un agujero por donde se colaba el agua. Se preparó para un gran viaje. Hasta hizo dieta para pasar mejor el agujero. Fue a caer en un riachuelo y conoció la corriente de agua (¿la del río Jordán?). Allí encontró muchos peces con quienes creó lazos de amistad. ¡Era para él un mundo de fraternidad y abundancia! ¡El mundo de sus sueños! Pero crecía un punto de tristeza en su corazón: la nostalgia por sus compañeros pececillos amenazados de muerte.
Decidió volver a la laguna. Reunió los pececillos y les contó sus descubrimientos. Les invitó a todos a ir con él hacia este mundo nuevo. Algunos aceptaron; otros aunque creían, rechazaron la invitación por miedo al sacrificio y la novedad. Algunos se burlaban y llamaban soñador al pececillo que había traído la buena noticia. Hubo también uno que contó la historia a un pez mediano, que a su vez relató todo a los peces grandes. Estos sintieron amenazados sus privilegios y tuvieron miedo de perder parte de su abundante comida. Se reunieron y condenaron a muerte al pececillo de la buena noticia, que ellos llamaban “subversivo”. Un pez mediano, encargado del servicio de vigilancia, se lo comió cuando estaba solo. Los peces grandes lo festejaron y dijeron: “Se acabó el tumulto, ha vuelto la paz a la laguna”!
Se equivocaban. La buena noticia ya se había extendido. Y muchos pececillos e incluso algunos peces medianos y peces grandes, que antes habían sido desconfiados u hostiles, ante el sacrificio del pececillo muerto, comenzaron a creer en su mensaje. El mundo nuevo podía surgir dentro de la laguna. Era necesario unir las fuerzas para cambiar las cosas, vivir las leyes del respeto para todos, de la igualdad, y del compartir, para que todos tuvieran vida en abundancia (Jn.10, 10). La memoria del pececillo muerto se convirtió en un estímulo para la lucha y fuente de coraje y esperanza en las dificultades. Incluso, para muchos ¡él está vivo!
Cuenta la historia que en la laguna, muchas cosas mejoraron, pero quedaban todavía muchas otras por hacer. De vez en cuando, otros peces morían luchando por el mundo nuevo. Pero cuando morían crecía la fuerza y el coraje de todos, como ocurrió con el primer pececillo.