LA INTELIGENCIA ÍNTIMA Descarga aquí el artículo en PDF
Juan Saunier
Uno se cree
que las mató el tiempo y la ausencia,
pero su tren
vendió boleto
de ida y vuelta.
Son aquellas pequeñas cosas
que nos dejó un tiempo de rosas
en un rincón,
en un papel
o en un cajón.
(Joan Manuel Serrat, Esas Pequeñas Cosas)
Unas semanas después de que mi padre abandonara definitivamente su casa para pasar sus últimos meses en una residencia de ancianos, me vi en la necesidad de deshacerme de su máquina de coser. No podía quedármela y fui incapaz de venderla. La llevé a un rastro solidario donde alguien pudiera hacerse con ella a un módico precio para cubrir alguna necesidad. Al soltar el asa del cofre de la máquina, me recorrió el calor de una despedida. Me solté de las manos que había visto enhebrar, anudar, devanar, enrollar, pespuntear, remallar y tricotar tantas y tantas tardes. Su tiempo acababa, y de alguna forma también uno mío.
Hay objetos armario de una historia; custodian anhelos, fatigas y vicisitudes, promesas cumplidas y sueños que nunca despiertan. Hay cosas que son autorretratos vívidos, que no tanto relatan hechos como recitan y callan sus melodías y versos a oídos atentos. Esos objetos reclaman una personal curiosidad intrépida, la inteligencia íntima en la que el arrojo está en la mirada cálida y cauta, en la abstención de juicio y el pausado agradecimiento. Tales entes ni tienen precio ni futuro. Bien pueden tener una segunda vida; lo que quiere decir que ya tuvieron una: estuvieron vivos por obra y gracia de alguien. Y se plantan ante nosotros para reconocerle o saludarla en ellos, si es que queremos contemplarlos.
Vivimos una época donde se debate qué es la inteligencia. Hoy creemos que existe una forma artificial que puede superarnos y, quién sabe, sustituirnos. Yo no lo creo. Estos objetos compañeros me dan un motivo certero para desconfiar de ello.
El devenir de los tiempos ha puesto a disposición de nuestra especie numerosos objetos fruto de innumerables actividades y de múltiples relaciones sociales. En todos ellos estamos todos si uno lo piensa bien y lo siente hondamente, como nos invitaba el maestro, mi maestro, Thích Nhất Hạnh. The Earth is in you, repetía. Todo lo terrenal, vital, animal y humano es mío, efectivamente.
Alguien ha pintado su estudio al atardecer. No está presente en efigie, pero se adivina su presencia: el radiador está encendido, las cortinas han sido corridas, hay frascos de disolvente y barniz sobre una mesa, se ha dejado unos trapos arrugados manchados. No está sola, pues creemos que es la artista quien ha dejado esas pistas de sí misma. Hay un martillo y un tornillo, una escofina está depositada junto a la espátula, unos tarros de empaste acompañan a los de base del lienzo. Si indagamos, averiguamos enseguida que Isabel está casada, y que Paco, su compañero, es escultor y comparten estudio. La ciudad, Madrid, se asoma por la ventana. Hay árboles y edificios. Y luz. La misma luz que nos permite ver que las ventanas son de madera y están ajadas, y que en la pared hay manchas de humedad. Alguien ha pintado su estudio al atardecer y lo ha abierto al visitante, a mí que lo contemplo y me admiro, y a ti que me leerás en unos días. Alguien ha pintado su estudio y se hace presente en el lienzo. Si yo contemplo el lienzo y oso contemplarme en él, entro a formar parte del estudio y de su universo.
Hay un hilo carmesí que nos une a todos. Hay también hebras topacio, verdín, ultramar, negro, níveo o violáceo. Traman una urdimbre que llama nuestra atención si le prestamos tiempo y afecto. La unidad común no prende solo de las relaciones y los empeños, de la vocación franca o de la entrega constante y la gratuidad abnegada. Se encuentra primorosamente en las cosas de cada día, en las simplezas de una colada y en la suciedad de la cocina, en las flores en remojo en un vaso de cristal y en las hojas marchitas. Está donde estamos nosotros, todos y cada uno de nosotros. Solo espera que nos demos cuenta y tengamos el valor de abrir los ojos para acercarnos al espacio interior del prójimo, allí donde se vuelca su alma tarde tras día.
Este nuevo tiempo, tan abrumador en sus maravillas tecnológicas, nos está pidiendo a los seres humanos que nos desarrollemos en otros ámbitos, que superemos la mente. Sin miedo. ¿Qué tal si nos animamos a valorar, emplear y promover vertientes intelectivas sentientes y corporales? ¿Qué tal si nos enriquecemos allí donde el raciocinio y la lógica no alcanzan? Os propongo una para comenzar: esa inteligencia íntima que se zambulle en lo simple y cotidiano, que recuerda y agradece lo que encuentra y tiene, que despide lo suyo y ajeno que ya no está, la que se conmociona y emociona en el día a día con las presencias sutiles de otros seres y de otras caras. La que vive, sin más, la divina maravilla de estar vivo junto con otros.
Hay un hilo carmesí que nos une a todos.