LA IMPRESCINDIBLE COMUNIDAD RPJ 564Descarga aquí el artículo en PDF
Jorge A. Sierra (La Salle)
Hace apenas unas semanas tuvimos una reunión con algunos de los grupos juveniles «nuevos» que están conformándose en diversos lugares, a veces después de un encuentro, o recuperando algunos dinamismos perdidos durante la pandemia… todo muy «emergente» y, como no puede ser de otra manera, muy «joven». En un momento dado les preguntamos cómo podíamos ayudarles desde la institución para seguir con su descubriendo su camino y, para nuestra sorpresa, algunos de ellos, con toda sinceridad dijeron: «¡Habláis mucho de la comunidad, pero no tenemos ni idea de qué va eso! ¡Haced comunidad con nosotros!».
Fue toda una llamada de atención para los que participábamos como «representantes oficiales». Por primera vez no solo los animábamos a hacer comunidad, sino que nos pedían que formásemos comunidad con ellos, porque, si no, no sabían de qué hablábamos.
Y es que la comunidad es indispensable. El cristianismo se conjuga obligatoriamente en plural. En nuestra pastoral con jóvenes, junto a toda la Iglesia, nos reconocemos como «comunidad de llamados» que existe para evangelizar. El Evangelio se tiene que anunciar desde una comunidad, y lo hacemos para construir un mundo más fraterno y humano, según el sueño de Dios. Así pues, cada uno desde las claves del carisma que ha recibido, nos situamos en un «ecosistema eclesial» que valora la vocación universal al seguimiento de Jesús como Pueblo de Dios.
El cristianismo se conjuga obligatoriamente en plural
Nuestra identidad es ser «comunión para la Misión» (Cf. ChL 32,4) de todos los llamados y llamadas a compartir el proyecto de Dios. Somos una «comunidad ministerial», es decir, existimos para el servicio de las personas, a través de la educación. Nuestras comunidades educativas y lasalianas también pueden actuar como facilitadoras de todo el proceso vocacional, que nunca aísla a la persona de la comunidad, sino que la pone a su servicio.
Muchas veces hemos recordado que la cultura vocacional se nutre de un ambiente creyente adulto, eclesial y comunitario, que favorece que cada persona, cada familia, cada grupo, se comprenda a sí misma en función de una misión encomendada por Dios para la construcción del Reino. No es un producto terminado, sino un proceso continuo de creación y socialización. Supone un tejido de valores y de ideales, emanados directamente del Evangelio, que ayudan a conformar una serie de concepciones de la vida, un legado de convicciones de fe y expresiones pastorales que pueden propiciar que las personas se descentren de sí mismas, miren más allá de sus propios proyectos, y se pongan a la escucha y al servicio de una misión que las trasciende y que les ha sido confiada por Dios mismo.
Las actitudes fundamentales de tal cultura permiten a cada persona encontrarse consigo misma, recuperando los valores superiores de amor, amistad, oración y contemplación. La misión consiste, pues, no en crear una cultura paralela y separada de la dominante, sino, más bien, en potenciar los valores más positivos de cada momento y lugar, junto a la adecuada crítica y denuncia contracultural ante los principios no aceptables, poniendo en el centro el dinamismo vocacional de todo creyente.
Por estas razones la labor de la animación y pastoral con jóvenes debe ser compartida por todos y para todos. Además de las personas que tengan esta dedicación específica, todos los cristianos, comunidades y equipos somos corresponsables de esta animación. Cada uno, desde su vocación específica, está invitado a plantearse con seriedad el sentido de su existencia, no desde «un para qué», sino desde un «para quién». Todos los educadores lasalianos estamos invitados a reavivar nuestra experiencia fundante y a ponernos en camino, dando razones de nuestra esperanza, desde nuestra vida cotidiana, como «cooperadores de Jesucristo», en una misión que llena de sentido.
Y, reconozcámoslo, es un aspecto en el que nos cuesta crecer. Las fuerzas a veces no nos acompañan, nos sentimos distantes… o funcionamos como francotiradores. Sin embargo, junto a la participación y el compromiso de todos, el papel de cada comunidad es indispensable. Ningún proyecto puede sustituir el testimonio alegre y profético de una comunidad viva e interpelante.
Para que la animación vocacional a las formas de vida cristianas sea una invitación eficaz es necesario que todos los que nos decimos seguidores de Jesús demos testimonio con nuestras vidas de la presencia de Dios y que las comunidades vivan el mensaje evangélico de «venid y ved» de manera fraterna y apostólica, y que se comprometan a abrirse y acoger a los demás. Nos recuerda el papa Francisco:
«La comunidad tiene un rol muy importante en el acompañamiento de los jóvenes, y es la comunidad entera la que debe sentirse responsable de acogerlos, motivarlos, alentarlos y estimularlos. Esto implica que se mire a los jóvenes con comprensión, valoración y afecto, y no que se los juzgue permanentemente o se les exija una perfección que no responde a su edad» (Christus Vivit 243).
De hecho, la cultura vocacional sugiere una visión más amplia de la persona, al abrirnos a un horizonte capaz de dar sentido a la propia existencia. Por encima de la eficacia o de los resultados, busca colocar a la persona ante Dios y ante la realidad que vivimos, para que se pregunte con un corazón generoso: «¿Qué quieres de mí?». La respuesta, cuando es sincera y está a la escucha de la Palabra de Dios, será una auténtica vocación, que se vivirá en la forma de vida cristiana que se descubra como más adecuada… siempre en comunidad
Es necesario que todos los que nos decimos seguidores de Jesús demos testimonio con nuestras vidas de la presencia de Dios.