LA FE QUE NOS ABRE A LA ESPERANZADescarga aquí el artículo en PDF
Enrique Fraga Sierra
La guerra en Ucrania dura ya dos años y diez meses, la guerra civil en Yemen comenzó hace más de diez años, el conflicto sirio se ha alargado durante trece años, Sudán lleva en guerra civil desde abril de 2023, el conflicto en Tierra Santa dura más de 76 años (sin contar la cruenta historia de siglos pretéritos) y actualmente supone una crisis humanitaria de dimensiones espeluznantes. Este es nuestro mundo, aunque estas guerras y conflictos no sean más que una de las muchas caras de la realidad. Son, sin duda alguna, un llamamiento a la desesperanza, claman y gritan el fracaso de la humanidad y, entonces, ¿por qué esperar? ¿Por qué la esperanza?
Václav Havel afirmó que esperanza no significa estar seguro de que algo saldrá bien, sino tener la certeza de que algo tiene sentido, no importa su resultado. ¿Es posible encontrarle un sentido a la lucha de hermano contra hermano? ¿Es posible reconciliar a la humanidad sumida en el discurso cainita —«¿soy yo el guardián de mi hermano?» (Gn 4,9)— y dotarla de sentido? Te propongo profundizar en la dimensión esperante y esperanzada del ser humano.
Podemos decir, con Ortega, que la vida humana consiste en un hacer y, más precisamente, en decidir aquello que hacemos. Vivir es pre-ocuparse, hacerse cargo de uno mismo y su circunstancia para llegar a ser aquello que todavía no se es. La vida es, por tanto, lo que todavía no somos, pero deseamos ser. Al vivir, constantemente estamos tendidos hacia aquello que anhelamos, que deseamos, que buscamos. ¿No es esta la experiencia humana? La de no conformarnos con lo que tenemos y vivir y salir en busca de más. En este planteamiento se puede entender la esperanza como una realidad tan definitiva del ser humano que se vuelve su propia definición, la esperanza es inherente al ser humano, porque es el ser que espera, que anhela, que se proyecta. La esperanza es, según Ernst Bloch el mismo principio ontológico (del ser) humano. Este filósofo alemán planteaba una esperanza utópica y realizable, invirtiendo la definición de utopía que tenemos en el acervo colectivo. Para Bloch la esperanza tiene un fin que es la utopía, la realización plena de todas las esperanzas humanas, real y alcanzable. La tendencia psico-filosófica (florecida en TikTok) de la manifestación y la ley de la atracción pueden verse influenciadas por la filosofía blochiana, aunque minimizándola y leyéndola superficialmente, haciendo de ella una receta.
Al margen de ello, creo que sí podemos criticar esta concepción de la esperanza por creer idílicamente que los anhelos humanos son realizables, como si la historia no hablase de lo contrario y nuestras propias vivencias no estuviesen repletas de un deseo de más que es insaciable. ¿Alguien tiene la experiencia de, en algún momento de su vida, haber estado absoluta, plena y eternamente satisfecho? Las utopías nos dirigen hacia fines deseables y compartidos, pero el ser humano, siendo finito, tiene una voluntad infinita que busca incansablemente más y más. Sea cual sea el grado de realización de su vida, toda meta alcanzada es oportunidad para renovar su esperanza y seguir anhelando, seguir buscando. Las conquistas humanas se tornan en excusas para alcanzar nuevas cotas. Welte, otro filósofo —también teólogo— que ha pensado sobre la esperanza comparte con Bloch la visión de la esperanza como estructura ontológica de la mujer y el hombre y, también comprende que postula sentido a la existencia humana. Es decir, la esperanza, el anhelo de lo que aún no somos es en lo que consiste vivir —en desearlo y realizarlo—, de tal modo que la propia esperanza es motor, definición, pero también el mismo sentido de la vida. En otras palabras, para ambos, la esperanza puede entenderse como absolutamente íntima y radical al ser humano
Welte, en cambio, se atiene al hecho, infinitas veces experimentado, de que la realización plena de lo proyectado depende de factores que no están del todo en nuestras manos, y al hecho de que, aun cuando lo esperado se realice plenamente, nunca nos satisface por completo. Por ello la esperanza va siempre unida a la duda y a la angustia. «Nosotros apostamos interesados por lo esperado, aunque sin certeza. Este es el carácter peculiar de la esperanza» (Ángel Garrido-Maturano).
Sin embargo, la esperanza tal y como Bloch la plantea no sabe responder al hecho de que el ser humano incansablemente busque más ni tampoco al gran drama de la muerte. ¿Cómo entender que el ser humano es esperanza en su ser y que, incluso si realizase la utopía en su vida, muera y acabe en el sinsentido de la finitud? ¿Puede una vida que se comprende como constante «tender hacia» acabar en la aniquilación de todas las proyecciones? Welte nos dirá que salvemos la esperanza con más esperanza. Es decir, lo que necesitamos es una renovada esperanza que no solo afirme que vivir tiene sentido, horizonte (tender hacia lo que aún no somos y deseamos), sino que el hecho mismo de la vida tiene sentido, un horizonte, un fin. Esto es, que tengamos esperanza en la esperanza.
Esta segunda concepción de la esperanza —la que Welte llama esperanza trascendente y que es electiva para el ser humano— es la religiosa, la cristiana. La esperanza cristiana no consiste en sabernos tendiendo hacia lo que aún no somos, ni en confiar en nuestras posibilidades y capacidad de llegar a ser lo que anhelamos, eso puede que sea optimismo, sino en afirmar, confiando —no sabiéndolo— que la vida ha de tener un sentido. Tenemos fe —confianza— en que la vida tiene sentido porque no tenemos certeza de ello, pero sí intuición y experiencia que apunta en esa dirección. La muerte nos enfrenta radicalmente a nuestra finitud, frente a la manifestación, la happycracia y el optimismo desmesurado y tóxico nos hace caer en la cuenta de que por nosotros mismos no logramos salvación, solo alcanzamos metas que nos hacen anhelar metas mayores. La salvación tiene que venir de quien nos es radicalmente otro. La muerte, como fuerza soberana y supra-poderosa que nos quita el principio de esperanza, nos abre a dos posibilidades: el sinsentido o desesperanza o la confianza en que vivir, y vivir esperando, tiene sentido. Te toca decidir, y en esta decisión te juegas la vida, tu vida. Creer que la vida no tiene sentido —no es un no creer, siempre se cree algo, la cuestión es si se cree en positivo, afirmando el sentido vital o negándolo— te hace afrontar la vida como tal, y deja dos alternativas, o la, tristemente, muerte o una vida condenada a ser constante frustración y angustia por un deseo de más que jamás se logra alcanzar. Si crees en el sentido de la vida y te abres a la esperanza trascendente has de iniciar un viaje, el de hallar el sentido de tu vida.
Recuperamos ahora la cita de Havel, ¡qué distinto es el optimismo de la esperanza! El optimismo atiende a los resultados de algo, es mecanicista, materialista, depende de posibilidades, ante las guerras, el dolor y el hambre, ¿cómo ser optimista? Sin embargo, la esperanza no es ciega, pero tampoco conoce ni depende del resultado, la esperanza es confianza en que aún con los mayores motivos para la desesperación y el pesimismo sigue habiendo un atisbo de capacidad de dar sentido a la realidad y ahí se esconde la esperanza.
La esperanza es una actitud ante la vida y como tal nunca nos la pueden arrebatar del todo. «Al hombre se le puede arrebatar todo salvo una cosa: la última de las libertades humanas, la elección de la actitud personal que debe adoptar frente al destino para decidir su propio camino» (El hombre en busca de sentido, Victor Frankl). Así pues, ante la crudeza de las guerras, el hambre, la pobreza y tantos hermanos que sufren siempre podremos mantener la esperanza, es más, muchas veces, quienes más sufren son quienes más la mantienen, quienes son capaces de, en medio del sufrimiento, ver con más claridad el sentido y los motivos para la esperanza. Dice también Frankl «la vida nunca se vuelve insoportable por las circunstancias, sino solo por la falta de significado y propósito», porque la mayor pobreza es perder el horizonte vital hasta el punto de renunciar a la vida, perderle todo posible sentido.
Sin embargo, la esperanza no es mera confianza pasiva, sino que el sentido de esperar hay que conquistarlo y ganarlo activamente. La esperanza nunca podrá ser pasiva, sino que siempre engendra dos hijos: la indignación y el coraje (san Agustín, Emili Turú). Vivir confiando en el sentido de la vida nos exige no conformarnos con las heridas de quienes sufren, con todo lo que clama falta de horizonte y disponer toda nuestra vida a cambiar esas realidades. Respondiendo ahora a las preguntas del primer párrafo: esperar porque aún en las realidades más crudas y duras tiene cabida la esperanza, aún en los agujeros más oscuros se cuela el haz de luz de la posibilidad de confiar en que la vida tiene sentido y actuar conforme a ello, ofreciendo esperanza no solo para uno mismo sino para toda la humanidad. Frente a Caín necesitamos el modelo de Jesús: «perdónalos, Padre, porque no saben lo que hacen», eso es ESPERANZA con mayúsculas.