La fe no se vende, es un don – Carlos Luna

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Carlos Luna O.P.

http://marketingreligioso.com/

El pasado mes de noviembre RPJ participó en REinspira, un evento organizado por laicos dominicos sobre marketing religioso que celebraba su segunda edición y que ponía el foco sobre los jóvenes. Fuimos testigos de que el objetivo propuesto por la organización de convertirse en un espacio para el intercambio de ideas, el debate y el análisis sobre las nuevas formas de comunicación y relación se cumplió. Se habló sin miedo a la palabra marketing para poder aprovechar lo que esta disciplina va enseñando a las empresas también en evangelización, pero aportándole todo lo que el calificativo marketing religioso le añade de gratuidad, provocación, buena noticia, pasión de quien ya ha adoptado el Evangelio y lo ha hecho su forma de vida. Conversamos con Carlos Luna, director del evento, apasionado de la creatividad, el marketing y la comunicación.

Estamos pensando aún en los millennials, y los que tenemos enfrente son otra generación, sus hijos. ¿Qué les define más? ¿En qué se diferencian de sus padres y madres, los millennials?

Así es, tengo la sensación de que en la Iglesia vamos siempre dos generaciones por detrás a la hora de relacionarnos con nuestro público objetivo. Los millennials son una generación que ha hecho mucho ruido quizás porque los sociólogos, los medios y las instituciones le dimos mucho «bombo» ya que era una generación que surgía en un mundo radicalmente diferente al de generaciones previas llena de cambios y retos. Todavía me sigo encontrando con instituciones que me siguen hablando de los millennials como objetivo cuando quieren referirse al joven de hoy. Y creo que es un error. Además, cuando analizamos a los millennials seguimos hablando de ellos basándonos en los datos que se obtuvieron cuando eran adolescentes. Y hoy algunos ya empiezan a ser padres de familia. Actualmente hay muy pocos estudios que hablen de ello y sobre si han cambiado sus valores, o su modo de ver, estar, relacionarse en el mundo una vez que han pasado a la vida adulta.

Hace años que las marcas comenzamos a analizar a la generación Z y ya estamos empezando a pensar en la generación alfa, de la cual sabemos muy poco puesto que son los hijos de los millennials.

¿Cuáles son los errores más frecuentes en los que caemos en la comunicación con los jóvenes?

Los errores que cometemos, creo que ya los sabemos, pero el tan repetido «no tengáis miedo» no nos lo terminamos de creer, aunque poco a poco se ven pequeños signos del Espíritu Santo que nos alientan a creer que habrá un futuro mejor desde la debilidad de la Iglesia. Los errores más comunes que me encuentro cuando voy a alguna institución a ayudarles son casi siempre los mismos. El primero no mirarlos como lo que realmente son, como decía anteriormente; el segundo no crear una oferta desde «su orilla» que nos permita relacionarnos con ellos; el tercero no acompañarlos en su ritmo vital y organizar todo desde nuestro ritmo litúrgico y el cuarto no cambiar nuestras agendas y lugares para encontrarnos con ellos.

¿Estamos teniendo en cuenta la diversidad de situaciones y actitudes ante la fe de los jóvenes?

Creo que podríamos hacer mucho más. El marketing religioso lo que busca es crear estrategias de relación con nuestros públicos de tal forma que podamos ayudar a que el otro dé avances y progresos en su anhelo de trascendencia y relación con Dios. Esas estrategias se deben realizar desde una segmentación no solo demográfica o por sacramento, —basta con ver la oferta en nuestras parroquias y mucha es así—, sino que lo que debemos es realizar estrategias de micromarketing con una oferta personalizada a cada segmento actitudinal: los que no creen en Dios, los que creen pero no «compran la marca Iglesia católica», los que dicen ser católicos y tenemos que estimular más su vocación y relación con Dios, o los «rebotados», como los suelo llamar, que una vez estuvieron en nuestras parroquias y se fueron por mil motivos, muchos de ellos justificados.

Hablas de una comunicación que genere relación, vínculo con el que comunica… ¿Qué buenas prácticas podrían servirnos de ejemplo?

Bueno, realmente creo que tenemos que dar el salto a comenzar a hablar más de marketing religioso que de comunicación. Debemos de perder el miedo al término. Si entendemos marketing como «vender», por supuesto que no debemos usarlo, puesto que la fe no se vende, es un don. Pero si entendemos el marketing como estrategia de relación para satisfacer su anhelo de trascendencia, entonces sí tiene cabida. De hecho, creo que poniendo el foco solo en la comunicación ya hemos visto los resultados que hemos obtenido en la Iglesia. El marketing religioso nos posibilita más variables más allá de la comunicación para forjar una relación con nuestros públicos y poderles ayudar a crecer en Dios. Actualmente hay pocos ejemplos. Hemos comenzado a diseñar alguna estrategia de marketing religioso en la Iglesia de Uruguay, y también hemos comenzado a dar los primeros pasos con la archidiócesis de México. Poco a poco. Pero con esperanza hacia una Iglesia que se sienta pequeña y desde esa pequeñez sea el joven el que desee acercarse a nosotros como el joven rico.

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