
M.ª. Luz Sarabia Lavín, odn
Me gustaría empezar este escrito con un ejercicio preparatorio. Nos podríamos preguntar qué ha ocurrido en el mundo en el 2020, ¡vaya pregunta!, pero no nos vayamos a lo obvio; también nos podríamos preguntar qué es la humanidad para mí o, más aún, en qué medida mi vida personal se ve influenciada o está influyendo en la sociedad que nos rodea o en aquellas más lejanas.
La primera conclusión a la que podríamos llegar es que la gran biografía humana se escribe a base de retazos de biografías personales, particulares, tan diversas y plurales como personas hay en el planeta. Una segunda conclusión, y quizás de mayor calado, es que, si observáramos el mundo, explicáramos las causas de los problemas detectados y buscáramos alternativas como humanidad a tales situaciones, quizás, estaríamos transitando la antesala que nos conduce a ese tan deseado Pacto Educativo Global, lanzado por el papa Francisco, el doce de septiembre de 2019. Un pacto, una alianza, que nos sumerge «en un compromiso personal y comunitario para cultivar el sueño de un humanismo solidario, que responda a las esperanzas del ser humano y el diseño de Dios» (PEG).
Cuando el profesor Simonet lanza a sus alumnos, en la película Cadena de favores, el reto de pensar en una idea para cambiar el mundo y ponerla en acción, en ser pensadores globales, no se hubiera imaginado que Trevor, uno de sus expectantes alumnos, le devolviera la pelota haciéndole la siguiente pregunta: «Y usted, ¿qué hace para cambiar el mundo?». Con esta pregunta, empieza el verdadero diálogo intergeneracional y proactivo.
No se trata solo de hacer, lo que hago yo, lo que podemos hacer como grupos humanos, como sociedades interculturales, continentales o locales. Sospechamos que este Pacto Educativo Global va a las raíces de lo que estamos llamados a ser ahora y, pensando en las generaciones futuras. Lo que le preocupa al papa Francisco es la construcción del «futuro del planeta; hacer madurar una nueva solidaridad universal y una sociedad más acogedora, promover e impulsar aquellas dinámicas que dan sentido a la historia y la transforman de modo positivo» (PEG).
En la contemplación de la Encarnación de los Ejercicios Espirituales (EE 101-109) san Ignacio de Loyola nos invita a mirar el mundo como lo hacen las tres personas divinas. En la realidad hallamos que lo malo y lo bueno coexisten, por eso nos encontramos situaciones propias de la condición humana como el nacer y el morir, y también descubrimos situaciones complejas, luchas exteriores e interiores, oportunidades y miedos, búsquedas y esperanzas.
Vamos entreviendo que esto va de diálogos, de consensos y acuerdos… Camino hacia un gran pacto.
Sigamos con la contemplación de la Encarnación, tres escenarios: primer escenario, el mundo, su redondez, diversidad; miramos nuestro mundo hoy, con muchas cosas buenas y también donde existe el hambre, la desigualdad insultante, la iniquidad… miramos el mundo desde dentro. Segundo escenario, escenario más solemne, nos metemos en el interior de la Trinidad, vemos al Padre, al Hijo y al Espíritu, se mueven a compasión «hagamos redención», el Hijo se encarna. Tercer escenario, la Encarnación: Gabriel acude a casa de María, le pide que acoja al Salvador en su seno… María dice que sí (las historias de Dios no se saben muy bien hasta que no suceden totalmente). Nos fijamos en la generosidad de María. El género humano es imprescindible en la historia de salvación… Hay un salto desproporcional entre el segundo y tercer escenario… Se inicia un proceso de salvación con el tercer escenario (Dios nos salva desde el no poder).
Este discurso, que hoy diríamos de baja intensidad, en lo que a comunicación se refiere e incluso como discurso político, tiene en sí la impronta de lo revolucionario, de lo subversivo, pero desde unas categorías humanas–divinas que jamás entenderemos del todo.
En nuestro escenario histórico actual y con la tentación constante que tenemos de caer en el esclavismo del presente, sobre todo cuando la incertidumbre se ha adueñado de nuestras calles y sueños, el papa Francisco hace a esta misma humanidad una invitación, nos hace una invitación para firmar un compromiso común, para construir un pacto educativo global. La voluntad de Francisco es aggionar la educación, convertirla en el camino que nos permita desplegar en la sociedad una ecología integral y la fraternidad universal.
Una mirada profunda a la realidad es la que no nos deja indiferentes ante las situaciones más necesitadas de salvación, la que toca nuestro corazón y nos compromete en la búsqueda de respuestas. Conocer la realidad para dejarnos afectar por ella. Educar desde este estilo nos exige movernos en un doble dinamismo: conocer y dejarse afectar, solo así podremos situarnos con una mirada realista y esperanzada, que confía en la acción de Dios en la historia y en cada persona. Nos movemos pues, en un escenario global, como lugar de múltiples compromisos, ya no solo somos pensadores globales como en la película mencionada, sino también sintientes globales y, citando a José Laguna, en Escuelas que futurean: «Cuando el papa Francisco habla de una Iglesia en salida, está aludiendo implícitamente a esa dinámica de projimidad que sale a las periferias en busca de los otros heridos». Nos preguntamos con el autor citado: «¿qué estructuras pedagógicas de projimidad debería articular la escuela católica que esté dispuesta a abrir sus aulas para que el sufrimiento del mundo contamine y condicione sus aprendizajes?».
El papa Francisco, consciente de que la educación es la herramienta compartida por las sociedades para construir futuro, nos hace esta invitación de ponernos de acuerdo en lo que queremos hacer con ella. Yo añadiría, perdón por el atrevimiento, qué queremos hacer por ella, por la educación; al servicio de quién queremos ponerla o cómo nos unimos para conseguir que la educación sea el camino que permita construir un futuro a la medida de lo humano.
En la sociedad del conocimiento, movernos entre claves competenciales, nos puede abrir puertas a múltiples posibilidades, a transitar procesos que nos empoderen como humanidad: ser persona, manteniendo vivo el fuego del Espíritu que nos habita; ser persona con otras, estando a la altura de lo que somos: hermanos todos; y ser persona con otras y para otras, tendiendo la mano compasivamente, desarrollando la capacidad de sentir como propia la desdicha de los descartados.
Uno de los aspectos más relevantes de la Agenda Social de la ONU, 2030, focalizada en los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS), es el papel que debe desempeñar la educación, especialmente la centrada en la ciudadanía global.
El ODS 4, plantea garantizar una educación inclusiva, equitativa y de calidad y promover oportunidades de aprendizaje durante toda la vida para todas las personas.
La incorporación de la noción de ciudadanía global al ámbito educativo permite reflexionar sobre las soluciones y alternativas a los problemas globales y reafirmar el papel de la educación como una herramienta de cambio y transformación orientada a la justicia social y la solidaridad.
Como afirma el Informe Delors (1997), la educación es un medio para hacer retroceder la pobreza, la marginación, la opresión y la guerra; la educación tiene una responsabilidad especifica en la edificación de un mundo más solidario. La educación para la ciudadanía global puede contribuir a construir un nosotros universal, en palabras de Marina Garcés (2013).
El 15 de octubre de 2020, tuvo lugar un encuentro virtual, el que no fue posible en mayo, con el mensaje del papa, durante el cual pudimos escuchar que «educar es siempre un acto de esperanza, basado en la solidaridad». Escucho estas palabras y también esta Palabra: «Entonces le llevaron unos niños para que pusiera las manos sobre ellos y pronunciara una oración. Los discípulos los reprendían. Pero Jesús dijo: “Dejad a los niños y no les impidáis acercarse a mí, pues el reino de Dios pertenece a los que son como ellos”. Entonces impuso las manos sobre ellos y se marchó».
¿Realmente nos creemos que la educación es un antídoto a la cultura individualista y de la indiferencia? Sospecho que lo que está en juego no es solo la educación, el estilo de educación, un tipo de educación, sino el modo de entender la realidad y de relacionarnos. De ahí la urgencia de un Pacto en el que estemos involucrados todos, tengamos o no responsabilidades políticas, peinemos canas o estemos jugando al balón en un patio de escuela.
¿Y si el planeta Tierra fuera como un buque que tiene ante sí un enorme iceberg, aunque bastante lejos, y decide aminorar la marcha para no estrellarse, al menos en este siglo? En esta visión hay voces que gritan que no se trata de aminorar la marcha, porque por sentido de interdependencia, el buque acabará imbuido en el frío hielo. Más bien se trataría de girar el timón tanto grados como fuera posible, dejar de lado icebergs, aumentar la conciencia en el modelo de desarrollo, cuidando la Casa Común, fortaleciendo la paz de los pueblos, con estilos de vida más sobrios, inmersos en una educación de calidad a la altura de la dignidad humana… La COVID-19 ha permitido reconocer, evidenciar, repito, que lo que está en crisis es el modo de entender la realidad y de relacionarnos.
La invitación a construir un Pacto Educativo Global se dirige a todos aquellos que tienen responsabilidades políticas, administrativas, religiosas y educativas; es el momento de escuchar el grito que surge de las profundidades del corazón de nuestros jóvenes. Es un grito de paz, un grito de justicia, un grito de fraternidad, un grito de indignación, un grito de responsabilidad y de compromiso para cambiar con respecto a todos los frutos perversos generados por la actual cultura del descarte. Es en la fuerza de estos gritos de los jóvenes donde todos los que nos dedicamos a la educación debemos encontrar la fuerza para alimentar la revolución de la ternura que salvará nuestro mundo demasiado herido. Lo que expresan estos gritos es que el transatlántico en el que está embarcada la humanidad tiene que cambiar la dirección de su rumbo. Los jóvenes en este sentido ponen apasionamiento, fuerza y visión de futuro y otros, no tan jóvenes, ponemos igualmente pasión, visión del pasado y del futuro y las fuerzas justas, para empujar.
Y si nos preguntáramos con Eduardo Galeano, el defensor de los nadies, «¿qué tal si empezamos a ejercer el jamás proclamado derecho a soñar? ¿Qué tal si deliramos un ratito?».
«Tienes un ojo en el microscopio y otro ojo en el telescopio». Eso intentaba Galeano: «Ser capaz de mirar lo que no se mira, pero que merece ser mirado. Las historias de la gente anónima, que los intelectuales suelen despreciar. Ese micromundo que alienta la grandeza del universo. Y, al mismo tiempo, ser capaz de contemplar el universo desde el ojo de la cerradura. De las cosas chiquitas a asomarme a los grandes misterios de la vida, de la humana persistencia de pelear por un mundo que sea la casa de muchos; y no, la casa de poquitos y el infierno de la mayoría».
Entre nosotros, especialmente en Occidente, la diversidad es un dato central de nuestra realidad. Aceptar esta realidad plural es el primer paso para construir una identidad personal y colectiva acorde con esta nueva circunstancia. De lo contrario permaneceríamos anclados en un punto ciego siendo incapaces de ver que el mundo, sencillamente, ha cambiado.
El Pacto Educativo Global pretende no permanecer en esos puntos ciegos, de identidades monolíticas, visiones unilaterales o formas de pensar excluyentes, de ahí lo osado del tema y de lo urgente de llegar a una alianza global, en torno a la urgencia educativa.
Nuestras identidades personales son una conjunción de realidades múltiples, complejas y a veces hasta contradictorias que hablan de pertenencias plurales, referencias de sentido, afinidades, lazos familiares, roles profesionales, espacios de ocio, ideologías políticas, etc. Del mismo modo, las identidades colectivas constituyen un constructo que en ningún caso es monolítico ni tiene un solo color.
No somos independientes, sino interdependientes, y para vivir juntas colaboramos y nos apoyamos las unos en las otras. Así entendido, cooperar es aceptar la diversidad. La diferencia es un valor positivo con el que nos hemos de confrontar, no para destruirlo sino para reconstruirnos, como género humano, como creaturas.
En este sentido subrayo el giro antropológico que ha supuesto el papa Francisco, invitando a los creyentes a una situación de salida, de encuentro con el otro. Es lo contrario a la autorreferencia, al narcisismo, es salir de sí mismo, de sí misma y dejarse contagiar por las demás personas. Los encerrados en sí mismos no saben escuchar el clamor de los otros y terminan por no escuchar nada. Francisco nos invita al acercamiento con el otro: Salgamos, pongamos a la Iglesia en situación de salida, para que entre lo diverso, la novedad.
Después de leer el capítulo 5 de PEG. Luces para el camino: «Una educación de, con y para todos. Hacia una sociedad más fraterna, solidaria y sostenible, Escuchando a personas del mundo», no puedo estar más de acuerdo con la siguiente afirmación: «Educar es una labor que exige que todos los responsables de la misma se impliquen en ella de forma solidaria… Falta esta concurrencia social en la educación».
Y de ahí, quiero seguir apuntalando, con otra mucha gente, la idea de que construir con otros una identidad compartida, un arraigo común, posibilitando un tipo de experiencias que se deberían vivir en la escuela, es parte del camino a seguir y de una contribución más al PEG, una contribución humilde y necesaria:
- Experiencias de mestizaje cultural y construcción compartida de proyectos sociales, éticos y espirituales; reconocimiento de nuestra procedencia y presente mestizo en muchos ámbitos de la vida.
- Experiencias de solidaridad y cercanía con el otro en situación de necesidad, compromiso militante en las situaciones y causas de justicia social.
- Experiencias de éxito y esperanza en la consecución de logros antes percibidos como imposibles o muy difíciles, desde un optimismo inteligente y proactivo que supera el pesimismo paralizante.
- Experiencias emocionales y auténticas de construcción del yo, de trascendencia de la propia acción hacia otros, de «sentir y gustar» las cosas que realmente merecen la pena y crean resonancias, que nos interpelan.
La identidad cosmopolita, cuando verdaderamente habita en cada identidad particular, reduce considerablemente la tentación de exclusivismo que cada organización puede esconder en sus estructuras. Y lo mismo podríamos decir de la educación que lleve en sus entrañas, en su ADN, las siguientes esperanzas:
- Un cosmopolitismo por elección, que sea capaz de articular proyectos compartidos en esta sociedad plural, donde la dignidad de la persona sea valor central respetado y defendido, la responsabilidad aflore como servicio y sentido de anticipación; donde la justicia social sea la expresión de la defensa de los últimos y más desprotegidos, exigiendo a los poderes públicos que se hagan cargo igualmente de sus responsabilidades y obligaciones en relación con la protección de los derechos de todos.
- Una reconstrucción de la identidad como humanidad. Hace falta la conciencia de un origen común de una pertenencia mutua y de un futuro compartido por todos (Laudato Si 202).
- Un diálogo y una amistad social en este cambio de época, en la Casa Común (Laudato Si), con los jóvenes y los ancianos (Christus Vivit) y desde un amor evangélico (Fratelli Tutti).
- Un pacto educativo global allanaría el camino hacia un modo de configurar la convivencia entre diferentes, asignatura clave para poder aprobar nuestro nivel de humanidad.
La convivencia es un aprendizaje que se logra en la media en que se favorece y explicita un proyecto común, una identidad compartida. La convivencia en la diversidad cuenta con trabas iniciales (idiomáticas, culturales, históricas) que hacen de la convivencia algo que no resulta tendencial. Al contrario. Será entonces la meta común, el esfuerzo compartido, la cooperación para realizar juntos una tarea en favor de los demás lo que enmarcará el valor de la convivencia. Este es el camino a seguir.
Esta propuesta del papa Francisco, nos ha renovado muchas esperanzas, ¿dónde hay que firmar? Yo me apunto ¿y tú?
Descarga el artículo en pdf RPJ 546 – febrero 2021 – La esperanza en el punto de mira – Mariluz Sarabia
