Tratar el tema de la solidaridad requiere definir muy bien los contornos y los contenidos de un concepto muy poliédrico que nos puede arrastrar a reflexiones abstractas, lejos de nuestra vida cotidiana. Es un término “atrápalo todo” que necesita ser depurado para que se convierta en una herramienta verdaderamente útil para la transformación radical de nuestra sociedad.
No obstante, abordar en profundidad la solidaridad, implica clarificar horizontes y articular la denuncia con la compasión socrática. Es decir, implica transitar de la teoría a la práctica y de la ética al compromiso político transformador.
La solidaridad conlleva múltiples prácticas que van desde la neutralidad de la Cruz Roja, pasando por todo tipo de maratones solidarios, proyectos de cooperación, acompañamientos, brigadas solidarias, acogida de personas migrantes, actos de desobediencia civil, bancos de alimentos, brigadas internacionales como en la Guerra Civil, misiones religiosas etc. hasta intervenciones militares humanitarias.
Como vemos tiene muchas aristas que pueden llevarnos a confundir unas cosas con otras, y el poder, las élites económicas y políticas se aprovechan de esta confusión para pescar en “río revuelto”, es decir, para vaciar de contenido toda la contundencia ética que posee la solidaridad.
¿Todo es válido? ¿Todo se ajusta a la solidaridad? Algunas prácticas son reconfortantes individualmente; otras tienen efecto bumerang, es decir, las malas prácticas solidarias pueden dejar las cosas igual o peor de como estaban. Por eso, una cosa es hablar, por ejemplo, de la pobreza, otra de la pobreza generada por la riqueza de unos pocos, otra de capitalismo como modelo económico desigual, y otra, denunciar a los causantes de la pobreza con nombre y apellidos. Son caminos diferentes que transitan desde prácticas “amables” para sensibilizar contra el hambre, hasta propuestas llenas de radicalidad.
Contexto en el que naufragan los derechos humanos
Un compromiso profundo con los derechos humanos implica descifrar pausadamente el marco institucional en el que se desarrollan. En la actual coyuntura internacional su defensa es la mejor forma de llevar a cabo una solidaridad esencialmente transformadora.
El telón de fondo, el contexto del debate actual sobre los derechos es que vivimos una ofensiva mercantilizadora a escala global, en la que las dinámicas capitalistas, patriarcales, coloniales, autoritarias e insostenibles se exacerban. Se instaura así un modelo donde las grandes empresas amplían exponencialmente su poder.
Las personas se están convirtiendo en una mercancía más, y por tanto, susceptibles de ser desechadas, lo que implica situar la mercantilización de la vida en el vértice de la jerarquía de las normas jurídicas.
Todo ello está provocando que los gobiernos y las instituciones no sólo estén eliminando y suspendiendo derechos, también los están reconfigurando y decidiendo quienes son sujetos de derecho y quienes quedan fuera de la categoría de seres humanos. Eso genera una nueva etapa en la destrucción del sistema internacional de los derechos humanos. Y todo ello tiene una profunda conexión con la lógica patriarcal y racista de diferentes derechos para diferentes categorías de personas.
Parece que los valores de los años 30 han resucitado, y la teoría nazi de Goebbels de proteger a los humanos de los infrahumanos regresa con toda su fuerza, de la mano de regímenes formalmente democráticos y bajo la estela de un nuevo neofascismo.
Y en este contexto, no podemos olvidar el dolor emocional y la destrucción en vida de millones de personas cuyo único delito es intentar sobrevivir. ¿Cómo se puede evaluar tanto sufrimiento? Cuando perdemos a un ser querido, a uno solo, sentimos que el tiempo y el espacio alcanzan otra magnitud, por eso no podemos permitir que los datos y los análisis empañen -en ningún caso- la verdadera dimensión de todo acto de solidaridad y denuncia, que implica ponerles rostro y voz a esas personas.
Una aproximación al concepto de solidaridad
Las ideas-fuerza sobre las que construir un concepto profundo y transformador de la solidaridad, reside en la combinación de dos cuestiones fundamentales. Por un lado, la acción humanitaria, entendida como sentir compasión por otras personas -sean de donde sean-, y por el
otro, la acción política, es decir, la denuncia de las causas que provocan las múltiples injusticias con las que nos encontramos en nuestra sociedad. Esta combinación implica equilibrar la acción inmediata frente al sufrimiento ajeno (una ética-pragmática), con la praxis política y el quehacer de los movimientos sociales y la sociedad civil.
La acción humanitaria nace para desaparecer y la solidaridad nace para quedarse
La acción humanitaria se conecta con la urgencia y la ausencia de políticas públicas que cumplan con su cometido: garantizar la dignidad de todas las todas las personas. El problema surge cuando la situación se cronifica y las Administraciones no sufren ningún desgaste al respecto ¿y si el Estado no actúa en los casos de necesidad? ¿Cómo evitar que personas voluntarias hagan el trabajo del Estado? ¿Cómo eludir la privatización
“de facto” de las políticas públicas?
Este es un primer desafío y pasa por plantear algunas ideas fuerza que deben acompañar la intervención directa: la ayuda, la acción política y la denuncia de los responsables no pueden disociarse; los sujetos receptores tienen que ser sujetos activos de la acción humanitaria; la autogestión y la autofinanciación son imprescindibles y la mirada mediática y de proximidad con la comunidad/sociedad tiene que estar continuamente presente para ir conquistando la complicidad de la mayoría de las personas. Por otra parte, hay que intentar que la ayuda se
concrete en una fase temporal muy precisa. Es decir, hay que buscar que el Estado asuma sus obligaciones en forma de políticas públicas o, en su caso, la acción humanitaria tiene que caminar hacia un proyecto comunitario más “estable” y abandonar, en cuanto se pueda, la lógica de la inmediatez.
La autogestión y la solidaridad
Los proyectos planteados a más largo plazo y al margen de la Administración se vinculan con una idea de construir la sociedad en la que creemos sin esperar a mejores coyunturas. Se mueven en la órbita de crear comunidad, de manera horizontal, con nuestros iguales, dentro o fuera de la legalidad y desde la autoorganización, autofinanciación y el compromiso colectivo. Se construye tejido comunitario que se articula sobre los bienes comunes y no se pretende que el Estado se haga cargo de los mismos, al contrario, se pretende que las políticas públicas se impregnen de su filosofía. Se transita de lo estatal a lo público y a lo colectivo, siendo las personas las protagonistas de los proyectos, sean de donde sean y al margen de su situación administrativa. Hay que provocar que el Estado se mueva, pero a éste no le condicionamos únicamente desde la confrontación, sino también desde las nuevas prácticas que las organizaciones sociales están experimentando. Es verdad que podemos incurrir en fallos, pero eso es parte del error/ensayo. Ensayo que a lo largo del tiempo puede pasar a formar parte de las políticas de gobiernos favorables a los intereses populares porque… ¿hasta qué punto las activistas organizadas no tenemos que hacer labores de contrapoder al margen de la burocracia inherente a cualquier Estado, aunque éste sea de signo favorable? Y además, ¿hasta qué punto no se utiliza, en muchas ocasiones, la burocracia para boicotear la democracia?
El marketing humanitario
Desde la perspectiva descrita, la manera de entender la acción humanitaria está muy alejada de las prácticas del marketing humanitario. Así, los maratones para recaudar dinero; los apadrinamientos de niños y niñas; la captación masiva de socios y socias; la financiación de empresas a las ONG; la colaboración con determinados programas de televisión; las cenas o comidas de la élite para obtener dinero para las personas migrantes, pobres etc. Por cierto, dinero que se suele ingresar en las cuentas de las entidades financieras que sustentan el modelo político y económico que denunciamos. Estas prácticas conllevan, además, grandes dosis de paternalismo y victimización de las personas a las que se pretende ayudar.
¿Tendría sentido y se podría aceptar dinero de Iberdrola para comprar tiendas de campaña para las personas que duermen en la calle? Obviamente no. La no vinculación económica, ni simbólica, ni la participación en proyectos o premios de corporaciones y empresas transnacionales, debe ser un principio inalterable. Éstas participan de la arquitectura de la impunidad y financian actividades humanitarias para lavarse la cara por las vulneraciones de derechos humanos, sociales o medioambientales que forman parte de su ADN.
Que Ikea diseñe casas para los campos de personas refugiadas ¿es una buena idea? Esta empresa vulnera derechos humanos de manera sistemática en Europa y fuera de Europa. Este es un claro ejemplo de la alianza público/privada en la que se mueve la ONU y sus agencias. La falta de financiación y compromiso de los Estados con las instituciones multilaterales de derechos humanos permite la colonización de las mismas por las empresas multinacionales. La dignidad en los campos de personas refugiadas no puede depender de iniciativas privadas como la de Ikea, que generan, en muchos casos, la justificación de la impunidad con la que actúan y la subordinación de la ONU y sus agencias a los modelos corporativos.
No obstante, la buena voluntad que mueve a la gente que siente esa compasión, se expresa muchas veces en apoyar estas acciones de marketing humanitario. El desafío del movimiento de solidaridad reside en desvelar la cosmética que lo recubre y orientar las acciones hacia la politización de las mismas. En definitiva, sustituir la “tranquilidad de las conciencias” por la “toma de conciencia” y desbrozar caminos para que quien se acerca a la solidaridad por compasión transite hacia la solidaridad por justicia. De la solidaridad a la desobediencia civil
La desobediencia civil pasa a ser una acción o sucesión de acciones en busca de “espacios liberados” y se convierte en una forma de no-colaborar con la barbarie, transitando de lo legal a lo ilegal con naturalidad. Cuando te comprometes de forma solidaria con personas sin derechos estás infringiendo continuamente la ley. Eso ocurre si ofreces tu coche para pasar una frontera, si ofreces tu casa para empadronar, si una médica da cobertura sanitaria a personas que no tienen tarjeta sanitaria, etc. Pero la desobediencia es una estrategia más, por eso se deben combinar las prácticas más alternativas con las más convencionales. En definitiva, la acción política y la denuncia de los responsables de la vulneración de derechos de las personas refugiadas y migrantes pasa por la combinación de organización, sensibilización, confrontación y movilización. Además, las formas de desobediencia civil son imprescindibles ante la impunidad creciente y la violencia estructural y cotidiana del modelo dominante. La sociedad civil organizada puede llegar donde otros no pueden.
Eso sí, Todorov suele decir que las causas nobles no disculpan los actos innobles y, además, no podemos olvidar que la inmensa mayoría de los crímenes colectivos fueron cometidos en nombre del bien, la justicia y la felicidad.
Por eso, creo que la solidaridad implica, también, construir un código ético diferente al de nuestros agresores, que evite infringirles dolor, es decir,que evite suspenderles su condición de seres humanos. Un código que impida actuar como actúan ellos, donde la ética a favor de los derechos humanos sea su columna vertebral.