Iñaki Otano
En aquel tiempo, se acercó a Jesús un leproso, suplicándole de rodillas: “Si quieres, puedes limpiarme”. Sintiendo lástima, Jesús extendió la mano y lo tocó, diciendo: “Quiero: queda limpio”. La lepra se le quitó inmediatamente, y quedó limpio. Él lo despidió, encargándole severamente: “No se lo digas a nadie; pero, para que conste, ve a presentarte al sacerdote y ofrece por tu purificación lo que mandó Moisés”. Pero, cuando se fue, empezó a divulgar el hecho con grandes ponderaciones, de modo que Jesús ya no podía entrar abiertamente en ningún pueblo; se quedaba fuera, en descampado; y aun así acudían a él de todas partes. (Mc 1,40-45)
Reflexión:
La ley judía consideraba al leproso impuro, y la lepra como un castigo por el pecado. El leproso tenía que vivir fuera de la ciudad y, cuando alguien se acercaba, debía gritar: “impuro, impuro”.
Jesús piensa que esa ley es injusta y que margina indebidamente a los leprosos. Hace entonces algo inaudito:
– Permite acercarse al leproso (contraviniendo la ley);
– escucha su súplica: Si quieres, puedes limpiarme (bien diferente del “impuro, impuro”);
– siente lástima (Jesús no condena al leproso a la soledad, sino que se solidariza con él);
– extendió la mano y le tocó (increíble: no solo le permite acercarse sino que le toca, sin miedo a contaminarse de lo que la ley consideraba “impureza”);
– le cura: quiero; queda limpio.
Con su actitud, Jesús devuelve la dignidad de persona a aquel a quien las leyes y la gente consideraban indigno: Jesús mira más allá de lo que pueda pensar y decir la gente. Él tiene delante a una persona a quien ama y salva.
Jesús nos dice que nadie debe ser marginado. Y todos sin excepción podemos acudir a Él diciendo: Si quieres, puedes limpiarme. Y a quien se presenta así, Jesús lo rehabilita: Quiero, queda limpio. ”Aunque tú te avergüences de ti mismo y aunque los otros quieran lanzar sobre ti cualquier baldón o mancha, para mí cuentas como alguien importante”.
En este relato, no debe pasar desapercibido el modo como ora el leproso. A veces pensamos que orar es muy difícil o propio de los “especialistas”, de monjes y monjas dedicados a la oración.
Pensamos que hay que inventar frases bonitas o repetir monótonamente algo que sabemos de memoria. El leproso nos ofrece un ejemplo de oración de petición. No se prepara grandes discursos sino que expresa a Jesús su anhelo más profundo: Si quieres, puedes limpiarme.
En esa breve y sencilla oración, salida del alma, muestra toda su fe en Jesús. Solo Él podrá devolverle su dignidad humana, vale la pena confiar en Él.
Es una invitación a hacer sencilla nuestra oración: decirle a Jesús lo que nos preocupa, lo que nos alegra y lo que nos entristece, nuestras esperanzas y nuestros miedos, y dejarnos limpiar por Él. Solo Él puede rehabilitarnos de lo que nos avergüenza ante nosotros mismos y ante los demás.