LA DANI, LOS JAVIS Y OTROS CHIQUES DEL MONTÓN RPJ 564Descarga aquí el artículo en PDF
Fernando Donaire Martín, OCD
Cuando este año celebraba la fiesta de la Epifanía, hablando de la universalidad del mensaje de Jesús, la apertura a todos los pueblos, hombres y mujeres de buena voluntad, me acordaba de las palabras y el revuelo que se armó con las palabras del papa Francisco en la Jornada Mundial de la Juventud.
Su frase «en la Iglesia caben todos, todos, todos» a algunos les causó urticaria, como todo lo que dice el papa; a otros, recelo, porque creen que son los únicos que guardan el tarro de todas las esencias y el resto volvemos a mirarnos sin saber qué pensar ante esta falta de entendimiento que nubla nuestra razón. ¿Por qué lo hacemos todo tan difícil?
Vivir el mensaje de la Encarnación y la Epifanía supone aceptar todo lo humano, la grandeza y la vulnerabilidad de todo hombre y acogerla como tal. Ese es el significado, y ahí no podemos tener medias tintas sino seguir en el convencimiento de que ese es el camino. Por encima de la polarización, la ideologización de los temas, de la apropiación de los signos, de que solo hay un camino, la Iglesia siempre debería abrir las puertas «con plenitud, y anchura y grandeza» como diría Teresa de Jesús. Así han de verse las cosas del alma. Y así me gusta mirar el mundo, el cine, la vida, con los ojos bien abiertos, con la amplitud del asombro en la retina. Con esa inquietud me hago un hueco en esta nueva sección al lado del gran Peio Sánchez para hablar de cosas de cine y aledaños transmedia. Y en este número dedicado a esa apertura de la vida de par en par, me fijo en una película y una serie que me han abierto la oportunidad de verme reflejado como cristiano y como sacerdote, ante la propia realidad que cuentan los narradores.
Te estoy amando locamente
Este es el título de una de las películas revelación del año pasado. No pudo entrar en la programación del Festival de Málaga, tuvo malas cifras en el primer fin de semana, pero fue creciendo por el boca a boca del público que volvió a reír y emocionarse con una película que termina invitando al aplauso, el que sonaba al finalizar cada pase en las salas de cine.
La ópera prima del joven cineasta malagueño Alejandro Marín es una comedia, pero también es un drama, quizás un melodrama, sobre la necesidad de aceptar la propia realidad. La de cada uno. La de la madre, Reme, gran protagonista de la historia, con una loable interpretación de la siempre espléndida Ana Wagener, que por desgracia se quedará sin muchas nominaciones o premios por el gran nivel de este año; la de Miguel, interpretado por el onubense Omar Banana, que lucha por encontrarse, por visualizarse, por encontrar su lugar en el mundo; la de La Dani, en mi opinión la gran revelación de esta película, que se come cualquier escena en la que salga y abandera a un nutrido grupo de personajes, interpretados por Alba Flores, Alex de la Croix, Carmen Orellana o Pepa Gracia entre otros, que comparten deseos, anhelos, esperanzas y lucha.
En medio de toda esta lucha, personal y colectiva, algo queda claro, que el ser humano necesita «andar en verdad» para alcanzar la felicidad. Y nadie puede poner puertas al campo del querer, a la locura del deseo que en ocasiones pasa como un elefante en una cacharrería en la vida de cada uno.
Por eso me parece todo un acierto la incursión del personaje del padre Manolo, que curiosamente tiene el mismo nombre que el cura que aparecía en La mala educación de Pedro Almodóvar, aunque este tiene un talante y un protagonismo muy distinto. El padre Manolo de esta película, interpretado por el siempre espléndido Jesús Carroza, representa a esa Iglesia que se moja con las necesidades de los demás, que abre las puertas sin preguntas, que atiende las necesidades sin tiempo, que cura las heridas con misericordia.
En la película se narra cómo el movimiento LGTB+ comienza a armarse como colectivo en Andalucía, cuando las luchas eran batallas, cuando la guerra asomaba detrás de cada esquina. La Iglesia a lo largo de la historia, a través de las decisiones, las palabras y las acciones de muchos hombres y mujeres han propiciado esa apertura hacia todos de la que nos habla el pontífice y que se ejemplifica en la cinta en el personaje de Manolo.
La Mesías de la fe
La Mesías, la nueva serie de Javier Calvo y Javier Ambrossi (los Javis) ocupa un lugar de preferencia en todas las listas de lo mejor del año pasado. Y podríamos decir que su propuesta es la más profunda y adulta, tanto por parte de sus creadores como por el resto de propuestas que el audiovisual español ha ofrecido a lo largo del curso. La serie es una radiografía de cómo la fe (como la ideología, los ideales, etc.) puede pervertir su sentido en las manos de personas fanáticas, extremistas o directamente enfermas. Lo refiero en una frase, pero la narración es mucho más rica, profunda y compleja que lo que yo acabo de escribir.
La neurosis de «la Mesías» está mostrada a través de las tres actrices (Ana Rujas, Lola Dueñas y Carmen Machi) que interpretan el papel, una decisión de casting que, en mi opinión, juega a favor de la historia y del desarrollo de un personaje que camina hacia la degradación en tres actos a la par que el ideal religioso se pervierte convirtiéndose en motivo de abuso, imposición y sinsentido. El hecho religioso en ningún momento es vivido como encuentro, sino más bien como callejón sin salida. Y en ese recorrido, lo religioso, incluso lo sagrado, es tratado como elemento de poder, de sumisión, de camino obligado… En definitiva, todos los reflejos de lo que no tiene que ser, de los caminos que no se tienen que transitar en una relación que por definición está transida por el vínculo del amor, por la confianza y por la libertad de un camino abierto.
La propuesta es un drama con daños colaterales. Los niños. La infancia. Esos niños heridos interpretados por Macarena García y Roger Casamayor, que quizás tengan reminiscencia en la propia vida de los Ambrossi. O la propia cantante Amaia Romero, que es toda una revelación en este luminoso y esperanzador personaje, que es en el que los autores se apoyan para construir un final que afortunadamente no carga las tintas sobre la fe, sino sobre el dogmatismo y el extremismo religioso en manos de personas que pierden cualquier equilibrio existente. El final por ello es abierto, ancho, donde la música abre horizontes y la vida de los hermanos toma diferentes senderos. Algunos cierran el círculo, otros abren horizontes.