La conciencia del límite – Miguel Jaimes

La juventud es el estado de vida perfecto para cumplir los sueños e ir más allá de los límites. La búsqueda de la independencia para tomar decisiones y hacer “lo que me venga en gana” sin restricciones de los adultos. Es el tiempo de vivir experiencias intensas y extremas llevando al cuerpo al riesgo y la locura.

Sí, es la manera como muchos jóvenes dejan salir esa energía maravillosa que se siente cuando se está vivo y fuerte. Vientos de cambio soplan con esplendor cuando los jóvenes se movilizan y organizan cuestionando el orden religioso y social establecido. Que lo diga mayo del 68 en Paris o Tlatelolco en México, la primavera árabe, los pingüinos en Chile y la MANE en Colombia. La juventud grita: “JUSTICIA, LIBERTAD”.

En algunas cuestiones podemos pensar que están equivocados o son manipulados por ideologías políticas. Si, puede ser cierto. Pero no han errado cuando han denunciado la mercantilización de la educación, la precarización de las oportunidades de trabajo, no más violencia contra la mujer o el abandono de los sistemas de salud. También, han acertado al gritarles corruptos a tantos mentirosos que roban los recursos que son de todos.

Y al mismo tiempo, jóvenes y no tan jóvenes compran el sueño del bienestar individual donde el TENER es el propósito de vida. Un consumismo exacerbado que ofrece como recompensa una felicidad efímera. No hay restricción para la ambición. Querer tener el celular de última generación, consumir las series de NETFLIX O DISNEY que mantienen al espectador amarrado a su sofá, los juguetes tecnológicos del nuevo milenio son infinitos. El aislamiento y la indiferencia hacia los demás especialmente de los más pobres es la consecuencia de una vida de espaldas a la realidad.  

La conciencia del límite a la que nos ha expuesto esta Pandemia nos recuerda que somos frágiles, vulnerables y finitos. Las cuarentenas obligan a quedarse en casa y recordamos tantos momentos que hemos vivido y personas con las que hemos compartido cayendo en la cuenta de lo rápido que se ha pasado el tiempo. No lo podemos todo porque es parte de la condición humana y lo sabíamos desde siempre. Habitamos un planeta limitado y lo estamos llevando al límite con un estilo de vida que le exige más y más con una libertad que no conoce límites.

“Conocemos bien la imposibilidad de sostener el actual nivel de consumo de los paí­ses más desarrollados y de los sectores más ricos de las sociedades, donde el hábito de gastar y ti­rar alcanza niveles inauditos. Ya se han rebasado ciertos límites máximos de explotación del pla­neta, sin que hayamos resuelto el problema de la pobreza”. (L.S #27)

La enfermedad y la muerte nos hacen tomar conciencia del límite de la vida. Un estilo  sobrio y sencillo para vivir, los hábitos de consumo responsable, la práctica del cuidado y la solidaridad recuperando las relaciones gratuitas, fraternas y agradecidas son limites saludables que nos salvan del egoísmo y la voracidad y  nos abren hacia el horizonte de la interdependencia con todo lo creado, la necesidad de los demás y de Dios Padre Madre con su promesa de la trascendencia y  plenitud.

Este es un tiempo de reflexión en un viaje interior que plantea preguntas acerca del rumbo de la humanidad. ¿Podemos aportar algo valioso a las nuevas generaciones desde la dimensión espiritual para superar esta crisis? ¿Cuál es nuestra responsabilidad histórica como cristianos y ciudadanos? 

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