LA CACERÍA RPJ 563 Descarga aquí el artículo en PDF
Fernando Donaire, OCD
En los últimos años nos encontramos con una manera de afrontar la realidad que impide el diálogo y la comunicación. Me refiero a la polarización. Seguro que hemos escuchado en algún momento alguna referencia al problema de la polarización en el que vivimos. Si pensamos un poco nos daremos cuenta de que el problema son los extremos, llevar al extremo un pensamiento, una idea, una ideología o incluso una norma. En el fondo eso les pasó ya a los fariseos en tiempo de Jesús, que llevaban hasta el límite su fe perdiendo el horizonte de la persona y cayendo en las contradicciones flagrantes que son denunciadas en el Evangelio.
La polaridad es algo común en toda sociedad humana. Es el contraste entre dos polos que se necesitan y que forman parte de un todo. Nuestras relaciones son polares, interdependientes, diferentes, pero en el fondo se necesitan. Crecemos en la conjunción de polaridades y nuestra vida se basa en un continuo equilibrio entre esas dos fuerzas que siempre tienen que estar presentes. La polarización, sin embargo, es quedarse solo en un foco, acentuando unilateralmente el que hemos elegido, en perjuicio del otro. Como apunta García Inda, «la polarización entonces se transforma en una cacería y un juego de bandos: o estás conmigo, o estás contra mí».
Y en esa estamos, en una constante cacería en todos los ámbitos. En el político, que suele ser el más evidente y fruto de ello ha sido la última campaña electoral. En el ámbito educativo, tradicionales e innovadores, educadores contra padres. Y lo que más me duele, el ámbito religioso, en el que nos estamos tirando constantemente los trastos en nombre de Dios. En las redes, en la forma de entender la liturgia, en la consideración de la doctrina, etc. Y en todos los ámbitos hay gente, de uno y otro bando, que salen a la cacería de su propia verdad.
El papa Francisco no decae en el intento de que la tortilla dé la vuelta y en uno de los mensajes que serán recordados de la pasada JMJ de Lisboa está esa frase, que debiera ser lo normal, por la universalidad del mensaje de Jesús y que se convierte en foco de discusión: «En la Iglesia hay espacio para todos ―y, cuando no haya, por favor, esforcémonos para que haya―, también para el que se equivoca, para el que cae, para el que le cuesta. Porque la Iglesia es, y debe ser cada vez más, esa casa donde resuena el eco de la llamada que Dios dirige a cada uno por su nombre. El Señor no señala con el dedo, sino que abre sus brazos; nos lo muestra Jesús en la cruz. Él no cierra la puerta, sino que invita a entrar; no aleja, sino que acoge», ha remarcado. De hecho, el papa les ha pedido repetir con él: «Todos, todos, todos». Así de claro, así de rotundo. Y, sin embargo, cuando escribo estas líneas, hay algunos que limpian sus armas y se preparan para una nueva cacería.