Escribo este artículo como una oportunidad para extender mi voz desde la experiencia y aprendizaje en el caminar de la fe, el acompañamiento y formación, dentro de las dinámicas propias de la pastoral con jóvenes. Narro desde la gratitud e integridad que moviliza estar en constante búsqueda personal y comunitaria, afianzar e hilar lazos de amistad con sabores de santidad.
En ocasiones, minuciosamente me sorprende lo esencial del encuentro en las formas que la amistad florece. La amistad se pasea dentro y fuera de los escenarios estructurados que permean las relaciones sociales. Pero, sobre todo, ronronea de una manera más auténtica en el apostolado que emerge en las diversas acciones pastorales de líderes jóvenes, que reman mar adentro por dejar un mundo mejor.
La amistad es esencial en la experiencia de fe, Jesús ofrece una vivencia de amistad antes que una misión
En la multiplicidad de acciones pastorales con y para jóvenes, he profundizado en acompañar, diseñar, ejecutar procesos que favorezcan al desarrollo humano en la constante construcción de la integridad, con metodologías que busquen consolidar liderazgos basados en el servicio, afianzar valores en torno al porvenir, acoger y celebrar los sinsabores y sabores de la vida con espíritu pascual, fortalecer la toma decisiones a partir de convicciones que aporten al uso de la libertad responsable. En medio de esas apuestas personales y colectivas acontecen encuentros de amistad.
La experiencia del liderazgo basado en el servicio genera dos momentos:
- El primer momento: jóvenes que voluntariamente emprenden búsquedas de espacios y lugares donde disponen de creatividad, iniciativa, esfuerzo, alegría y dedicación en torno al servicio; el servicio los llena de ideales más dicientes que los propios. Esa ruta de servicio exige progresivamente salir de la zona de confort impulsado a romper el egoísmo, la desconfianza, afianzando el sentido de justicia y solidaridad en búsqueda de un bien común. Evidentemente es un proceso de interioridad del joven, capaz de entregar las manos vacías para ser llenadas por un Dios que lo espera en los rostros e historias de otros. Los jóvenes abrazan con autenticidad todo lo que les permita ser.
- Un segundo momento: la comunidad que acoge convirtiéndose en casa común. Acompaña e impulsa, no reprende o excluye, aconseja y orienta, el error como oportunidad para crecer en caridad, motiva, convoca, brinda espacios y experiencias de formación, designa responsabilidades, genera desafíos para asumir y resolver juntos. En comunidad se celebran los acontecimientos junto a la mesa; permite desarrollar la laboriosidad en cohesión con ese otro que igualmente ha sido llamado a la comunión. En comunidad nos dejamos vencer por Dios mismo. El servicio provoca encuentro para ser pan en aquellos que desean compartir las fragilidades humanas a la luz de la fe. De la calidez del encuentro brota la amistad, la amistad supera tiempo y distancia, es un continuo descalzarse para descansar.
La amistad es esencial en la experiencia de fe, Jesús ofrece una vivencia de amistad antes que una misión. Jesús respeta el ritmo de comprensión y asimilación de cada discípulo en torno al amor del Padre, generando un itinerario personal y transformador. La cotidianidad en Jesús es la oportunidad para hacer camino, escuchar, contemplar las desmotivaciones, incapacidades y temores. Esa convicción de sentirse amando y querer amar por el encuentro de amistad le permite al amigo ser discípulo dispuesto a dar la vida a causa del Reino.
La amistad con Jesús es trascendencia, es comunión dinámica que favorece a la maduración afectiva y espiritual, es una sucesión de encuentros y desencuentros que nos entrena en la templanza de actuar con serenidad y equilibrio en la tarea interminable de humanizarnos.
La amistad con Jesús es trascendencia, es comunión dinámica
EMPAPADOS DE ALEGRÍA
En la mañana del 7 de septiembre del 2017 en Bogotá, su santidad el papa Francisco, desde el balcón del palacio cardenalicio, se daba cita en la plaza de Bolívar, lugar que en repetidas ocasiones convoca al pueblo colombiano por diferentes eventos o protestas propias de las dinámicas sociales. Sin embargo, en ese instante asistían miles de jóvenes de diferentes rincones de Colombia, con un corazón alerta y deseoso de escuchar al vicario de Cristo. Francisco nos contagió con una ternura narrativa y fuerza admirable para transmitir situaciones vitales e impregnar respuestas a la luz del Evangelio.
El mensaje del papa Francisco en la plaza de Bolívar trazaba coordenadas dicientes para ahondar y comprender la dinámica de encuentro entre aquellos que abrazan la fe:
- El Señor no es selectivo, no excluye a nadie.
- La alegría es signo del corazón que ha encontrado a Jesús.
- La valentía de reconocer y acoger el sufrimiento y vulnerabilidad del otro.
- El encuentro no es rutina ni indiferencia.
El papa presenta la cultura del encuentro como un espacio de proximidad, desde tomar un café hasta sentirse parte de algo grande que une y trasciende. Es decir, que integra las creencias, valores, costumbres, comportamientos y formas de relacionarse, comprendiendo la unidad como algo concreto, vivencial, denunciando los ambientes de incredulidad que impiden avanzar en las relaciones sociales y culturales. La cultura del encuentro adquiere precisión en clave de amistad.
Cuánta vigorosidad y verdad nos matiza el magisterio, la tarea que enmarca la vida de los jóvenes en la Iglesia. Nos indica seriedad y decisión al salir al encuentro de tantas situaciones de jóvenes atrapados en la soledad, sumergidos en el sinsentido, atemorizados por un futuro incierto, fragmentados en las dificultades propias de la cultura del descarte, vencidos por un sistema económico que busca la individualización antes que el desarrollo humano. La fuerza del pecado legitimado en las estructuras sociales y políticas bajo la sombra de la corrupción, la delincuencia, el abuso de poder, la pobreza, la infinidad de rostros de violencia que representan lógicas mediáticas del mundo globalizado. Esas realidades que conforman la construcción de lo real hacen que la persona humana, se ausente, ocultando la mirada y el interés de lo esencial de la experiencia cristiana, la acción salvífica de Dios en medio de la historia personal. De ahí la urgencia y pertinencia de promover cultura del encuentro, donde su fin último sea la dignidad de la persona.
Necesitamos una Iglesia descaradamente fraterna
Necesitamos una Iglesia descaradamente fraterna, deseosa de acoger las veces que sean necesarias, para llenar de momentos, de historias, de encuentros la vida de Evangelio. Para celebrar en la mesa, ser amigos de Jesús.
«Porque ustedes, queridos jóvenes, no son el futuro. Nos gusta decir que son el futuro, no. Son el presente, ustedes jóvenes son el ahora de Dios».