LA ALTERNATIVA DE EDUCAR EN EL AMOR – Óscar Alonso

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Óscar Alonso

oscar.alonso@colegiosfec.com

Una apuesta fundamental y fundamentadora de la pastoral juvenil ante la pornosocialización y la hipersexualización

Parafraseando el título de un tema precioso del cantautor Cristóbal Fones, voy a iniciar estas líneas realizando una declaración de domicilio: pertenezco a una generación que creció sin móvil hasta bien entrados en los 25. A los 25 tuvimos un teléfono móvil que llamaba y recibía mensajes de texto. Jamás en la escuela me hablaron de afectividad y de sexualidad. Jamás en la parroquia hubo una formación sobre alguna de estas cosas. Mi primera lectura sobre temas relacionados con afectividad y sexualidad fue en la universidad, cuando estudiando Psicología comencé a asistir a conferencias y jornadas sobre temas relacionados con la afectividad, la sexualidad, los abusos, las emociones… Me reconozco inexperto en estas materias, si bien siempre me ha preocupado saber más para servir mejor, de manera especial a los alumnos y alumnas de los que he sido profesor, tutor y, en ocasiones, acompañante después de que libremente hubieran decidido compartir conmigo sus historias y sus aventuras en torno a su afectividad y a todo lo relacionado con su sexualidad. Eran tiempos en los que no existía internet como ahora y, desde luego, no había redes sociales, ni aplicaciones en las que buscar pareja o dejarse encontrar por alguien afín. Vaya esto por delante.

Curiosamente, mientras escribo estas líneas, mi lista de Spotify está reproduciendo hoy algunos temas de José Luis Perales, un joven de casi 80 años, que hizo la mili junto a mi padre y cuyas canciones aún hoy hacen pensar si uno se detiene a examinar con delicadeza lo que dicen. Para muestras dos botones:

Cada vez que te beso, me sabe a poco.
Cada vez que te tengo, me vuelvo loco.

Y cada vez cuando te miro,
cada vez, encuentro una razón para seguir viviendo.

Y cada vez, cuando te miro, cada vez,

es como descubrir el universo.

Te quiero, te quiero,
y eres el centro de mi corazón…

José Luis Perales, Te quiero (1981)

Es hermosa la vida si hay amor, es hermoso el paisaje si hay color.
Es hermoso entregarse por entero a alguien,
por amor, por amor.

Es más corto el camino si somos dos, es más fácil fundirse si hay calor.
Es mejor perdonarse que decir «lo siento»,
es mejor, es mejor.

Por amor es fácil renunciar y darlo todo sonriéndote,
por amor es fácil abrazar a tu enemigo sonriéndole,
por amor es más fácil sufrir la soledad,
por amor es más fácil vivir en libertad.

José Luis Perales, Por amor (1982)

Y es que hablar de educar en el amor, de la afectividad y de la sexualidad es también hablar de nosotros, los adultos que reflexionamos sobre ello e intentamos aportar algo de luz desde lo vivido, experimentado, aprendido… pero también desde lo no vivido, lo no experimentado y lo no aprendido. En esos dos fragmentos de letras de dos temas de José Luis Perales se entreven emociones, afectos, sexualidad… pero curiosamente todo ello enmarcado en el tema central, bajo mi punto de vista, de la afectividad y la sexualidad sanas: el amor, el querer, el entregarse, el ser el centro de la vida de alguien.

Hablar de educar en el amor, de la afectividad y de la sexualidad es también hablar de nosotros, los adultos

Echando un vistazo a los últimos datos presentados en diferentes estudios, encuestas y publicaciones, la verdad es que no deberían dejarnos indiferentes:

  • Casi el 50% de los y las adolescentes y jóvenes españoles entre 16 y 29 años declaran que no han recibido educación sexual de calidad (funcional) ni por parte de sus familias (50,1%) ni en su centro educativo (45,9%).
  • Poco más del 10% de adolescentes y jóvenes españoles de 16 a 29 años se muestra completamente satisfecho con la educación afectivo-sexual que ha recibido en el ámbito familiar (11,1%) o en el ámbito escolar (12,2%).
  • El 40% de nuestros jóvenes declara que su familia le ha proporcionado una educación necesaria o funcional en torno a la afectividad y la sexualidad.
  • El 45% de adolescentes y jóvenes declara que tuvo contacto por primera vez con la pornografía alrededor de los 13 años y 8 de cada 10 dicen que fue fácil acceder a contenidos pornográficos por primera vez.
  • El 45,6% de adolescentes y jóvenes consume productos que muestran desnudos integrales y actos sexuales explícitos —sin violencia explícita— con mucha o cierta frecuencia. Le siguen los contenidos con desnudos integrales, pero sin actos sexuales explícitos, que afirma consumir frecuentemente el 30,7%; y los contenidos eróticos, que son consumidos a menudo por el 30%, sin desnudos ni sexo explícito.
  • Respecto a sus motivaciones, el 46,4% de los y las jóvenes españoles de 16 a 29 años afirman que la masturbación es el principal motivo para ver porno. Excitarse (36,7%) o divertirse (19,5%) también son factores influyentes, al igual que el consumo para reducir estrés, ansiedad o frustración (21,1%). Otros aspectos menos influyentes son la curiosidad (17,2%), descubrir gustos (16%) o aprender sobre sexo (11,8%).
  • 1 de cada 3 jóvenes cree que la pornografía puede generar fantasías sexuales en las que se ejerce o recibe violencia.
  • Un dato llamativo: no existen datos respecto a qué tipo de educación afectivo sexual reciben los adolescentes y jóvenes que pertenecen a grupos juveniles en sus comunidades cristianas.

Estos son datos de diferentes fuentes y diferentes muestras, pero creo que son suficientes como para hacernos algunas preguntas de cara a nuestras pastorales juveniles: ¿Qué tipo de propuesta educativa/catequética tenemos en nuestros itinerarios juveniles y en nuestras comunidades cristianas? ¿Quién está formando a nuestros jóvenes en todo lo relacionado a la afectividad y a la sexualidad? ¿Cuántos catequistas, monitores, acompañantes tienen la formación adecuada y actualizada para poder educar en la afectividad y la sexualidad a los adolescentes y jóvenes de nuestros grupos y comunidades?

Algo que es evidente es que la educación afectivo-sexual de nuestros adolescentes y jóvenes sigue siendo un importante reto educativo y pastoral. Escasean, por no decir faltan, referentes afectivos sólidos. En un contexto en el que se toman decisiones desde el «aquí te pillo y aquí te mato», sin apenas reflexión ni discernimiento, y en el que mucho se da por impulsos e instintos muy primarios, debería ser para nosotros una apuesta fundamental y fundamentadora la educación en el amor, la educación emocional, de modo que esta no se convierta en el criterio de actuación único y les ayudáramos a aprender a poner nombre a todas esas emociones que les habitan y que, en muchas ocasiones, les mueven a la acción y les dominan sin control alguno.

Claro, el asunto es desde dónde educamos en el amor, desde dónde les acompañamos para madurar e integrar su afectividad, desde dónde les hablamos sin caer en los extremos (o muy conservadores o muy liberales) y sin caer en los tabúes ya conocidos, desde dónde trabajar con los adolescentes y jóvenes de nuestros grupos sin pretender convencerles de nada (y mucho menos cerrar puertas apelando al pecado y a las penas a las que pueden enfrentarse si…) sino simplemente hablarles de la alegría del amor, ese que fundamenta toda la vida cristiana, todas las opciones y todas las acciones.

El asunto es desde dónde educamos en el amor

Así, frente al contexto de pornosocialización que viven muchos adolescentes y jóvenes, que ha conseguido que crean que se vale en la medida que tienen o dejan de tener ciertas prácticas y frente a la hipersexualización, que termina por negar a la persona y cosificarla para ser usada, la educación sexual y la educación afectiva son temas fundamentales a tratar desde mucho antes de llegar a la adolescencia, de modo que ayudemos a construir personas responsables, respetuosas, que se conocen, que se aceptan, que establecen relaciones igualitarias, libres de toda violencia y en libertad.

Se puede decir que la alfabetización afectiva y la educación sexual, sin circunvalaciones ni abstracciones absurdas, muchas veces impregnadas de moral nada evangélica y nada evangelizadora, son pilares fundamentales en la construcción de personas maduras y equilibradas.

Recuerdo aquí que la antropología cristiana afirma que estamos constituidos por cinco grandes dimensiones que no podemos obviar si queremos educar en el amor como Dios manda: dimensión biológica, dimensión emocional, dimensión relacional, dimensión racional y dimensión espiritual. Educar en el amor teniendo en cuenta estas cinco dimensiones hace que no podamos dejarnos nada importante fuera de dicha educación, porque somos el resultado de la interacción de todas estas dimensiones. Y cuando sentimos algo por y con otros, y cuando nos relacionamos con los demás, somos cuerpo, somos mente, somos espíritu y somos emoción.

Es fundamental para ello poder educar a los jóvenes en una visión positiva y posibilitante de la afectividad la sexualidad. Es fundamental acompañar la construcción de la propia identidad, acompañar la maduración de la conciencia y de la toma de las propias decisiones, educar en el autoconocimiento de cada uno y en el dominio de uno mismo, educar las emociones y aprender a gestionar la dimensión afectiva que nos constituye, educar en una ética básica de las relaciones afectivas con los otros, acompañar a cada joven en su singularidad sin que descubran en ella un motivo de exclusión o de sentirse fuera de la norma y educar en la vida comunitaria, fuente inagotable de relaciones humanas y lugar en el que todas las dimensiones que nos configuran se ponen en juego a la luz del Evangelio.

La educación afectivo-sexual es hoy una oportunidad para poder escuchar, conocer y acoger

Creo que la educación afectivo-sexual es hoy una oportunidad para poder escuchar, conocer y acoger preocupaciones, dudas y dibujar posibilidades ya que ambos son dos aspectos esenciales para el bienestar general de la persona y están y estarán presentes durante toda la vida en las relaciones que los jóvenes entablarán con otras personas.

Es urgente compartir claves biológicas, pastorales y morales para la educación afectivo-sexual de nuestros jóvenes, establecer y tener claros algunos criterios educativos en lo referente a la atención a la diversidad sexual y poder trabajar con ellos temas relacionados con el sexo y la afectividad como algo normal, dentro de los itinerarios de crecimiento en la fe de nuestras pastorales.

Desde luego, ocultar, prohibir, demonizar, amenazar, apelar al infierno, desgranar un sinfín de penas capitales dependiendo de lo que haces, piensas o tocas… no es el camino. Eso, y así se comprueba en la práctica, lo único que hace es alentar y avivar el deseo de terminar probando todo lo que no te construye como persona y te realiza en el amor.

Como ya habrá invitado a hacer algún compañero en este mismo número, creo que los catequistas y cuantos trabajamos entre los jóvenes deberíamos releer algunos números de la exhortación apostólica Amoris Laetitia, especialmente los comprendidos entre el 280 y el 286. En ellos el papa Francisco, sabedor de lo complejo que es en el contexto actual educar en una afectividad y una sexualidad sanas, insiste en que solo será posible hacerlo en el marco de una educación para el amor, para la donación mutua… solo desde ahí todo lo referente a la sexualidad no se banaliza sino que se ilumina. Es en ese amor en el que es posible entender el cuidado mutuo, la ternura respetuosa y la comunicación rica de sentido (Cfr. AL 280 y 283).

Ojalá seamos capaces de interpretar los signos de los tiempos a la sombra de ese amor que esboza el Evangelio y que habla de respeto, de aceptación propia y del otro, de donación, de entrega generosa, de disfrute, de emociones constructivas, de afectos profundos y de relaciones sexuales humanizadoras y expresión sin igual de ese amor que lo puede todo porque en todo está presente. Ojalá seamos capaces de ver en la realidad que viven nuestros jóvenes en torno a la afectividad y la sexualidad un reto, una urgencia, una opción, una necesidad y una Buena Noticia. Ojalá veamos en nuestras propuestas formativas la necesidad de una educación afectivo-sexual que ayude a nuestros jóvenes, como dice un buen amigo, a vivir en el amor.

Ojalá seamos capaces de interpretar los signos de los tiempos a la sombra de ese amor que esboza el Evangelio.