JUNTOS Y REVUELTOS – Almudena Colorado

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Almudena Colorado

almucoles74@hotmail.com

Imagino que todos recordaréis esas votaciones para elección de delegada o delegado que se hacían a principio de curso. Yo sí, y tengo que reconocer que (perdonadme que sea un poquito vanidosa) me encantaba la idea de que me eligieran para ser delegada de clase. 

Salí elegida alguna vez. Nunca tuve muy claro cuál era mi papel más allá de decir algo en nombre de la clase (cosa que jamás tuve que hacer porque en aquel entonces éramos poco reivindicativas en mi clase), aunque sí sabía que cada trimestre tenía que asistir a la junta de evaluación con la tutora y profesoras de mi clase. Aquello suponía para mí una mezcla de curiosidad por las notas de mis compañeras y la reacción del profesorado ante las mías, y de terror ante semejante escenario. Pero poco o nada más. Desde aquella vez, nunca más volví a ser delegada.

Cuando ya me hice profesora, la elección de delegados se convertía en otra lección más que enseñar. Era ni más ni menos que la primera incursión de mi alumnado en el mundo de la democracia, así que no se podía explicar aquello de cualquier manera. 

Lo primero que les enseñas es que ser delegado o delegada no es un cargo que te daba derecho a ser más o mejor que nadie, sino que se trata de hacer un servicio a la clase. Esta figura se convierte en el mediador entre el profesorado y los compañeros, con el fin de interceder por ellos en una causa determinada, siempre desde el diálogo y no desde las exigencias. Les enseñas que el delegado no habla por él mismo ni de parte de su grupito de amigos, sino que lo hace de parte de toda la clase, pues fue elegido por un proceso en el que ha participado toda ella. Debe estar dispuesto a la escucha de todas las partes, a dar a cada uno su sitio, a actuar justamente y a no prescindir del sentido común. Debe conocer a sus compañeros, estar al tanto de las dificultades que surjan en el seno de la clase y posicionarse solo del lado de la verdad y el bien. Para eso es necesario que sea valiente, audaz, lúcido, generoso, cercano y empático. 

Sí, ya sé que es mucha tela. Pero más vale pasarse que quedarse corto. Es nuestro deber como profesores ir educándolos poco a poco en la vida política y, sobre todo, en el servicio a la sociedad desde una labor concreta que le ha sido encomendada, con la confianza con que lo hace quien le eligió. Es un acto de responsabilidad. Ahí es nada.

Desde muy pequeña he tenido muy claro que el trabajo es servicio. Me lo inculcaron las monjas con las que me eduqué, las Hijas de San José, y lo he llevado grabado a fuego siempre. Estamos hechos para la sociedad, para vivir en comunidad. Eso implica convivir (vivir con) y servir (vivir para). Puro mensaje evangélico: Jesús no fue de alma solitaria por la vida, sino que se buscó su grupo de amigos, su comunidad. Y con ese grupo demostró que la vida es más vida cuando es entregada. La Iglesia es heredera de este mensaje.

Buscando el significado de la palabra Iglesia en la Real Academia Española, encuentro hasta diez acepciones. La primera de ellas dice: «Congregación de los fieles cristianos en virtud del bautismo». Si miramos las demás podemos leer: «Conjunto del clero y pueblo de un país…», «Estado eclesiástico…», «Gobierno eclesiástico…», «Templo cristiano…», etc. Pero si me voy a la raíz griega de la palabra Iglesia, «ecclesía», encuentro la siguiente definición: «Asamblea o convocatoria». Me gusta una cosa que leo junto a dicha definición: «La raíz del significado de la palabra “iglesia” no es de un edificio, sino de personas». ¡Eso es!

«Mirad cómo se aman», decían de los primeros cristianos, esa Iglesia recién nacida. Eso es lo que llamaba la atención de ellos. Su sentido de comunidad, de ser un «uno para todos», de estar en el mundo sin ser de él…eso es lo que hacía que la gente se preguntara: ¿de dónde les viene a estos esta manera de vivir? Y pregunto yo: ¿es eso lo que dice la gente de hoy de la Iglesia? No de los curas, las monjas, obispos, papa… sino de todos los que la formamos, todos los cristianos (como decía la RAE en su definición), sin escurrir nadie el bulto. 

En este tiempo de sinodalidad, qué bueno es echar un ojito hacia dentro de esta enorme, variada y querida Iglesia para ver si aún queda algo de esos primeros cristianos. Sí queda el deseo de que nos queramos por encima de todas nuestras diferencias; de que sirvamos a los más débiles de la sociedad (como hacían ellos con los pobres y las viudas); de estar insertos en aquella sociedad romana, pero teniendo claro los valores y sentimientos que les movían, que no eran otros que los de Cristo; de ser testimonio de luz y esperanza en esos tiempos tan difíciles de persecución por parte de los romanos que les tocó vivir.

Todos y cada uno dentro de la Iglesia tenemos algo que aportar y todos estamos llamados a servir. No se trata de estar en la Iglesia, sino de ser Iglesia: el ser antes que el estar; servir antes de recibir, transparentando el amor de Dios con el que hemos sido bendecidos. Porque, cuando uno ha recibido tanto amor, ¿cómo va a callárselo? ¿Cómo no va a transmitir por cada uno de sus poros la dicha de sentirse amado? ¿Cómo no va a querer corresponder en ese amor? ¿Cómo va a ir por la vida con la cara hasta los pies y el «mal fario» a cuestas? (Entiéndase «mal fario» como mala suerte o mala fortuna). 

Decía san Pablo en la primera Carta a los Corintios: «Hay diversos carismas, pero el Espíritu es el mismo. Hay diversos ministerios, pero el Señor es el mismo. Hay diversidad de actividades, pero uno mismo es el Dios que activa todas las cosas en todos. A cada cual se le concede la manifestación del Espíritu para el bien de todos».

Ay, si nos tomáramos esto en serio, si de verdad nos viviéramos como Iglesia diversa y rica… entonces habría motivos para la esperanza.

Somos más capaces cuando en Jesús ponemos nuestra confianza y nuestra esperanza. Jesús no pasa como pasa cada moda o cada modelo. Y en este vaivén vital, qué bueno es encontrar en Jesús el ancla y poder decir como Pablo: «yo sé en quién he puesto mi confianza». Menuda misión, menuda fuerza y valor hay que echarle a esto, menudo amor nos espera.