Muchas veces he oído esta crítica: «los de pastoral… solo se dedican a jugar». Incluso algunos de los animadores de grupos con más experiencia echan en falta más reflexión, más profundidad y creen que nos quedamos solo en el juego, en los «happenines», como alguno decía con sorna.
Algo de razón hay, sin duda: corremos el riesgo de quedarnos en entretener, en hacer una oferta atractiva que no asuste, que no espante a los jóvenes… perdiendo quizás la oportunidad de responder a la llamada de Jesús, que es muy exigente y no se anda con milongas.
Los evangelios no nos muestran a Jesús jugando, pero no es difícil imaginárselo así con los niños de los que dice «dejad que se acerquen a mí» (no creo que lo hicieran para recibir una sesuda catequesis) o, aún mejor, «si no os hacéis como este niño, no podréis entrar en el Reino». Y hacerse como un niño no es caer en el infantilismo, sino tener con Dios la misma actitud de confianza que un hijo tiene con su madre.
Siempre me han llamado la atención los agentes de pastoral capaces de leer y comprender un libro de Dogmática y, al mismo tiempo, dispuestos a tirarse por el suelo a jugar, incluso a olvidar el reloj, como cuando éramos niños y perdíamos la noción del tiempo enfrascados en nuestros juegos.
No sé si el gran teólogo Hans Urs Von Balthasar era capaz de jugar sentado en la tierra como un niño, pero sí expresó esta confianza, esta fe profunda, en su último libro publicado, titulado precisamente Si no os hacéis como este niño (Madrid, 2006):
«Para el niño es normal y evidente recibir dones buenos y preciosos, entonces la docilidad y la obediencia, la confianza y la ductilidad no son virtudes conscientemente practicadas, sino lo normal y evidente. Y esto es tan así, que él hace suya como correcta la actitud de donación de la madre y cuando tiene algo para dar, lo da sin cálculo».
Me gusta el subrayado en «lo normal y evidente». Los niños de Galilea que se acercaron a tocar a Jesús probablemente no buscaron doctrina, pero, sin duda, encontraron acogida, una sonrisa, cariño, quizás un abrazo, apertura y un Maestro capaz de agacharse y ponerse a su altura. Es decir, lo normal. Y si no lo creéis, pasad por una clase de Educación Infantil un día cualquiera y fijaos en el lenguaje corporal de las profesoras: ¡prácticamente tienen que ser atletas!
Quizás tengamos que movernos siempre entre la gravedad de un von Balthasar y la frescura de un niño que, con toda la naturalidad del mundo, recibe como un don todo lo bueno que tiene y lo da sin cálculo, dos actitudes unidas que vienen del mismo Jesús y que son un buen recordatorio de nuestra labor acompañando la vida de los jóvenes.
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