Me inquieta que los esfuerzos por acercarse provoquen distancia, que el profesor esté cada vez más disponible y dispuesto a acompañar y que los alumnos no cuenten con él; que la Iglesia se abra a la sociedad y provoque rechazos; que los padres quieran ser más que nunca amigos y los hijos se encierren en sí mismos como nunca. ¿Es real esta sensación?, ¿no será mejor tomar cierta distancia?
ACERCARSE
Desde esta revista se ha insistido en varias ocasiones a lo largo del año en la necesidad de no enfatizar excesivamente los estudios sobre los jóvenes. Un acento que me parece absolutamente legítimo e incluso necesario. Los estudios crean ideas, generalizan realidades concretas de carne y hueso, y se centran en determinados aspectos habitualmente repetidos una y otra vez. Los papeles –como éste que escribo– son más cómodos que la vida, que los avatares del mundo. Sin embargo, el joven sigue existiendo al margen de todo ello, no suele leer estudios sobre sí mismo, y menos una revista de Pastoral. Quizá el joven cercano al que hay que acercarse más para acompañarlo mejor, sea la mejor escuela de primer anuncio, de acompañamiento y de pastoral. Por lo tanto, y a modo de primera gran conclusión, para conocer mejor hay que estar próximos.
En este sentido, la red nos acerca a los jóvenes de estas cuatro formas:
En las redes sociales se puede escuchar perfectamente lo que dicen los jóvenes. También podemos leer sin entender. Se debe prestar mucha atención. Los mensajes son muy poco duraderos, son efímeros. Van y vienen, sobre todo en twitter. Saltan de un tema a otro. Se producen conversaciones simultáneas. Participa, con aparente aleatoriedad, en esto o aquello. Hay que aprender a estar y escuchar.
La proximidad de las redes sociales es cómoda. Existe una distancia mediada que lo parapeta todo. Se puede cortar cuando se quiera. Es famoso el meme que dice: “Este soy yo –mostrando una cara de aburrimiento y desinterés supino– al tiempo que escribe en el whatsapp jajaja”.
Lo difícil es coincidir. Las redes se construyen por afinidades, con vínculos muchas veces frágiles y muy tematizados, cada vez más centrados en contenidos que definen perfiles. De modo que, a su vez, los perfiles y las relaciones van siendo progresivamente más cerrados. Un joven será un joven. Un adulto, es de desear que sea un adulto. De modo que encontrarse y coincidir en las calles de la red cada vez está más complicado. Para estar con los jóvenes en la red hay que apostar por la diversidad de forma decidida y notoria.
No son para jóvenes exclusivamente, pero diría que sí son de los jóvenes principalmente. Y así se ha vendido y expandido. Sólo un 10% de los jóvenes reconoce estar ausente y la inmensa mayoría lo usa a diario (expresión desafortunada, a todas luces, porque en las redes se está a través del perfil aunque no estemos conectados). Es un mundo en el que los padres no participan. Ni siquiera tienen perfil, según los datos. Más del 75% de los jóvenes entre 15-24 años responde que sus padres no participan de sus redes.
SER AUTÉNTICOS
Por otro lado, al hilo del énfasis que pone la revista, es interesante preguntarse qué nos preocupa de la relación entre los jóvenes y las redes sociales. ¿Curiosidad? ¿Interés? ¿Desconocimiento? ¿Preocupación? ¿Comercio? ¿Promocionar un producto? ¿Vender mejor el evangelio? Un paso más allá: no sólo preguntarnos por qué estudiamos a los jóvenes y su relación con las redes sociales, sino por qué nos interesa este asunto y qué hacemos nosotros en la red con los jóvenes, junto a ellos. Los estudios proliferan, la red permite además escribir libremente sobre este tema. Incluso muestran un cierto desinterés y aburrimiento de los usuarios con la experiencia que ofrecen. Mi segunda conclusión, por tanto, sería abogar por la sinceridad y la autenticidad en la red.
Internet en general, y las redes sociales en particular, no son un instrumento –sin más– para una nueva presencia. A las bravas, hay que decir que o se está o no se está, porque las redes sociales son un nuevo lugar, un nuevo continente. Se crea y crece día a día. Está en expansión con sus formas, con sus lenguajes.
Además, reflexionaría sobre el siguiente particular: formar parte del ambiente. Lo cual no quiere decir que es Matrix, que todo lo envuelve, pero crea algo paralelo, ilusorio y aparente. Internet es una realidad ambiental, no propiciada por los jóvenes pero en la que se desenvuelven. Como tal, es anterior a ellos, es un producto previo. Pero no es para jóvenes específicamente, no forma parte de su naturaleza.
Ahora bien, configura un modo de ser y de estar. Los jóvenes se han adaptado excelentemente a internet, por eso lo vemos como algo connatural. A mi modo de ver, por una doble razón, que atañe a los medios y que vincularía con el proceso que todo adolestente (y adolescentes tempranos y tardíos, propios de las sociedades “desarrolladas”): da cobertura a la búsqueda de identidad, potencia y define “su perfil”, sus intereses, sus búsquedas; y cubre la necesidad de relación y pertenencia, o al menos amplía este mundo de relaciones.
Añado a todo lo anterior el aspecto lúdico y gratuito. El 93% de los jóvenes españoles reconoce que éste es el motivo por el que utilizan el ordenador. Internet forma parte del ocio de los jóvenes y sirve para satisfacer este aspecto esencial de la vida humana. Quizá también para aliviar y suavizar su aburrimiento. Al menos en parte. Tal y como reflejan los estudios, en las redes sociales prima por encima de todo el humor, la diversión, y queda en un segundo o tercer plano cualquier otra cuestión en lo que a los jóvenes se refiere. Esta diferencia de interés hace que muchos proyectos pastorales –y campañas electorales, y mensajes de difusión interesados– patinen y pasen de largo una y otra vez. Es como si en mitad de un chiste, de una broma o de una serie para un tiempo de ocio, alguien quisiera colarte un anuncio, un mensaje profundo. La sensibilidad de cualquiera se eriza, porque molesta.
Sin embargo, la dimensión de compromiso social, de denuncia y de protesta está al alza. La forma predominante a la hora de afrontar asuntos de carácter social en la red es la indignación fundamentalmente. Y en torno a este sentir, a esta emoción grupal se producen nuevas relaciones y afinidades. Creo que ha quedado meridianamente claro el poder real de las redes sociales en causas de carácter nacional. No hay duda de su impacto directo en la vida pública. Sin embargo, resaltaría –leyendo quizá más al fondo de lo normal, con temor a equivocarme– que esto demuestra simplemente que en las redes sociales se potencia y cobran voz los sentimientos y emociones de las personas que conectan a su vez con otras personas.
ACOGER EL CAMBIO: LO NUEVO
Lo que es innegable es que han cambiado las cosas. Alguno tendrá la sensación de que simplemente se han movido de lugar, e intentará encontrarlas rebuscando entre añoranzas con una cierta sensación de caos y desorden. En el otro extremo, darán por buena sin más la espontaneidad y la libertad de la nueva situación. Aristóteles no propondría, sin más y en caliente, el término medio si quiere ser prudente, en el sentido estricto de esta palabra. Me parece que tan cierto es que hay un caos social, que promueve el despiste y el desorden, donde se han olvidado fundamentos esenciales de la persona, como que se han tirado por la borda formas y han surgido muchas novedades. Los sociólogos insisten, no por terquedad, en el surgimiento de una nueva generación. Pero sólo hace falta ver y escuchar a los mayores para reconocer ciertas distancias. Estamos involucrados en un tiempo de cambios radicales. ¿Cerramos los ojos?, ¿miramos para otro lado?, ¿nos reconocemos agentes de estos cambios?, ¿nos involucramos en ellos?, ¿nos quejamos cuando nos conviene?
Es llamativo que los propios jóvenes expresen abiertamente que la tecnología –internet, redes sociales y demás– ha cambiado sus vidas. El 98% así lo manifiesta. Tanto en lo que se refiere a la sociedad en la que vivimos, como a la vida cotidiana. Es verdad que los jóvenes son más permeables a este tipo de procesos. Pero a los adultos también les ha cambiado, y mucho. ¿Por qué un cambio tan notorio? Porque la tecnología está incidiendo de pleno en algo esencialmente humano: la comunicación, la relación. ¿Quiere esto decir que reconocen que su forma de comunicarse y de relacionarse han cambiado? Y la respuesta es: ¡Por supuesto! Inmediatez, conexión permanente, expresión libre de sentimientos, cultivo de intereses personales…
La vinculación de las tecnologías con el progreso y con el bienestar, que es una forma muy común y extendida de apostar por la felicidad, facilitan su aceptación y el asentimiento acrítico. Es más, diría que toda la línea que cuestionaba la comodidad burguesa y se oponía en otro tiempo –con bastante razón– a la cultura del sin-esfuerzo y lo-fácil ha perdido la batalla. E incluso se ha subido a este nuevo carro, que va en la línea de lo que antes criticaba. Los jóvenes reconocen la doble cara de este progreso: facilita la información y hace más eficiente y competente determinadas habilidades, especialmente las del ámbito profesional-laboral; al tiempo que saben ver que genera aislamiento, marginación, soledad, pereza, amistades que no son amistades, genera dependencia. A pesar de todo, el 78% de jóvenes entre 15-24 años usó ayer las redes sociales. Probablemente más de una. A esta relación compleja con los aparatos hay quien ya la llama dependencia despreocupada.
Desde la psicología se subraya el impacto que tiene en el desarrollo de la persona y de la personalidad. Hace poco la Asociación de Psiquiatras de EE.UU. llamaba la atención con un artículo sobre las selfie, la moda de las auto-fotos. Destacaban la patología de semejante conducta. Lo mismo, pero dicho técnicamente, que las madres le dicen a sus hijos: “Todo el día haciéndote fotos con el móvil. Eso no puede ser bueno.” ¿Cómo influye en una persona, en desarrollo y crecimiento, la conducta repetida de mirarse y mirarse, una y otra vez, hacerse fotos y descartar, verse de una manera o de otra, recibir feedback casi inmediato por parte de otras personas en la red?, ¿estamos acaso hechos para mirarnos y remirarnos?, ¿o es la adolescencia un tiempo imprescindible para conocernos, saber quiénes somos, cómo somos, aceptarnos y querernos en profundidad? Dicho de otro modo, ¿no se superficializa y trivializa un momento fundamental de toda persona?
Difícil gestión del tiempo. Los jóvenes reconocen que estar “embebidos” en las redes sociales e internet, jugando y distrayendo su tiempo, evita que tengan otras experiencias y les aleja en parte del mundo que les rodea. El aislamiento sirve así de protección frente a la vida, porque un adolescente comienza a saber que el mundo real tiene asperezas y durezas. Los adultos no se lo ponen fácil, todo hay que decirlo, ofreciendo otras posibilidades más atractivas. Según los propios jóvenes están perdiendo en dos ámbitos, que a la par reconocen muy importantes: el de las relaciones con los más cercanos, particularmente las domésticas, y experimentan la fractura que supone verse “en las redes” y verse “en el cara a cara” del día; y el de las novedades, siendo reacios a participar en invitaciones que se les hace. Afecta indudablemente a todo aquello que se deja de hacer.
La red genera un movimiento particular a gran velocidad. Compartir y comunicar son sus dos ejes, con sus dos lados opuestos: recibir y estar al día. De alguna manera, resulta imprescindible vivir para compartir. Pero es un vivir marcado por la necesidad de aparentar, de hacer la foto, o de contar a otros. Un vivir que no “hace historia”, que no deja una huella honda y profunda salvo casos particulares. La historia que se crea en la red se olvida con facilidad, se autodestruye rápidamente, no entra fácilmente dentro de lo que el adolescente y el joven entienden como ‘su vida’. Sin embargo, sí se crea una imagen pública potente y definida, con un gran componente de exhibición de sí mismo, de autojustificación, de autoalabanza. Siempre me he preguntado al constatar esto, si los jóvenes se sienten queridos en sus entornos más directos. Alguno pensará que nunca, porque es propio de esta etapa. Entonces preguntaría: ¿Menos que en otros tiempos, con una duración cada vez mayor de esta fase que hace que se dilate irremediablemente en su historia? Compartir y comunicar parece que se hacen en la red, y ha dejado de hacerse eso mismo en otras esferas personales.
EVANGELIZAR EN/POR LA RED
Todo lo dicho tiene mucho que ver con la evangelización, en tanto que afecta a lo humano presente y lo humano que llega. Las preguntas son las de siempre: ¿Qué hacer?, ¿cómo?, ¿quién? Y a la gallega –sin ofender, sino sabiamente– respondería: ¿Qué quieren algunas instituciones y personas que dicen evangelizar en la red, anunciar el evangelio?, ¿por qué la práctica totalidad de las instituciones quiere abrir un perfil que les identifique y les haga existir en internet, y para qué?, ¿hay un proyecto, una intención detrás de todo ello, o es un simple lanzarse a la modernidad por deseo de aparentar actualización o sensibilidad sin hacer camino?, ¿qué se pretende?, ¿qué se aporta?, ¿qué se quiere conseguir, cuál es el interés a cambio del esfuerzo que supone?
Visto lo visto, concluyo resaltando ocho claves en la relación entre los jóvenes y las redes sociales y los proyectos pastorales.
Hay problemas y pegas en toda realidad y proyecto que se quiera empezar. En los jóvenes, en las redes, en los evangelizadores, en la Iglesia. Incluso molesta eso del evangelio que no comprendemos, o que parece contradictorio. Es necesario para un proyecto dar cabida al ingenuo, al decidido, al que afronta la vida con tono positivo y constructivo. Básicamente, al que cree. La Iglesia sabe más de estas locuras que de los frenos institucionales.
Sentarse y dialogar sobre la realidad ya es bueno, o al menos mejor que otras cosas. Pero el muy bueno sería sentarse y escuchar a los jóvenes. Se puede, y en cierto modo se debe incluso, poner en marcha desde aquí. Para no engañarse, para dar cabida a otros, para romper grupos y reconocer ignorancias o desintereses. Las redes sociales han venido para quedarse y jóvenes los tendréis siempre con vosotros. ¿Por qué no invitarles a crear algo?, ¿por qué no enseñarles a hacer red, tejer lazos, abrir horizontes? La Iglesia sabe mucho de todo esto, de lugares de encuentro, de acompañamiento, de relevos, de oportunidades, de estructuras sólidas.
Renovar la propia imagen, con la tensión que esto supone. Lo primero es más que demandado. Se considera obsoleta a la Iglesia y a las instituciones en parte por la imagen que ellas mismas proyectan de sí mismas. Evidentemente, no en todos los ámbitos pero sí de forma general. Lo segundo, respecto a las tensiones que acontecen, resultan claras: sensación de pérdida, falta de identidad, gustos personales que entran a jugar, modas pasajeras que tantas veces se han criticado, antes se hacía, ya están los jóvenes con sus cosas… Personalmente creo que es una oportunidad, pero también es verdad que para hacer un buen slogan, un buen póster, un buen mensaje sintético y llamativo hay que ser muy bueno y estar muy preparado. Pero se puede, y se debe intentar. La Iglesia sabe mucho de renovación, no aparente. El Concilio reciente y vivo ha supuesto un gran impulso en esta dirección que no debe ser abandonado. ¡Qué decir de Francisco, Benedicto XVI, Juan Pablo II, Pablo VI! Y de muchas de las personas que están cerca de ellos.
Cuidar y atender a las personas. Siempre primero. Como en la vida misma, o mejor si es posible. Cuidar es acercarse, preocuparse, estar más pendiente de los demás que de uno mismo, entrar en diálogo, conocer… Las redes sociales brindan la oportunidad de escuchar de forma sincera y directa, de estar atentos –dada la exhibición de lo personal e íntimo– a lo que se siente, a lo que resulta importante, a lo que se demanda y se necesita. Los lazos, sin embargo, son muy débiles. Para la Iglesia este punto es mandato esencial, por encima del resto. Anunciar y evangelizar siempre ha sido esto, y no otras cosas.
Diferenciar lo personal de lo institucional. Personalmente creo necesaria una distinción nítida, dadas las características de cada uno. Aquello que es institucional debería tener una línea definida, un ritmo propio, estar destinado a un segmento de población conocido y estudiado. Y no dejarse a la improvisación. Lo personal debería atender a lo contrario prácticamente, aunque tenga también sus ritmos, pero va más de mano de la vida misma. La Iglesia sabe de carismas y estructuras consolidadas, con personas genuinas y originales.
Tengo amigos en las fronteras, buscando equilibrios difíciles e incluso imposibles. De sus experiencias se aprende notablemente lo que supone un discurso “no fácil” de la apertura, de la diversidad. En la red hay que hacer Misión con pericia, comenzando por salir de esos “mundos polarizados”, que en forma de remolinos nos hacen girar en torno a los mismos centros de siempre. Invitaría a muchos a crearse un perfil diferente, a empezar de cero en la red en este sentido, sin tirar de contactos previos. Y a buscar puntos de contacto, lenguajes apropiados a otros contextos.
En la red no está todo. Llegará a estar, no me cabe duda por el ritmo mismo del mercado y de internet en sí mismo. Pero de momento hay mucho que está excluido, no integrado. Pensaría igualmente en todo aquello que no puede estar aquí, porque no es virtualizable y que, por otro lado, es esencial. Quizá se piensa mucho en cómo hacer en la red para que esto o esto otro se vea, se atienda, se visualice.
Para terminar, una pregunta. ¿Qué genera la red para tiempo después de la red?, ¿qué aporta a la vida misma, igual que nos planteamos esta cuestión respecto del trabajo, de la oración, de las relaciones?, ¿qué poso deja, a qué nos invita?, ¿en qué deviene? La Iglesia sabe mucho de discernimiento y de orientar la existencia entera.
Han sido ideas desgranadas a partir de los últimos estudios y la propia experiencia. Soy consciente de la insignificancia de mi aportación a este tema tan desbordante, pero es la suma de las presencias de cada uno en la red, lo que hace de la misma la mayor comunidad humana con capacidad de relacionarse e interactuar que existe en el mundo. También estas palabras pretenden sumar en una reflexión que esperamos sea constante, diversa y amplia.
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