por Daniel Izuzquiza, SJ.
Director de entreParéntesis, iniciativa jesuita para dialogar en las fronteras de la fe, las culturas y la justicia. Director de la revista Razón y Fe.
Este artículo busca ofrecer un marco general en el que situar y comprender el compromiso político de los jóvenes cristianos. ¿Existe?, ¿interesa?, ¿en qué consiste?, ¿cómo se expresa y hacia dónde apunta?, ¿podemos promoverlo, suscitarlo y acompañarlo? Y en tal caso, ¿qué y cómo? En un primer momento y casi a modo de introducción, ofrezco unas cuantas pinceladas para describir a la juventud actual, una especie de mapa del terreno en que estamos. Una segunda parte, más larga y propositiva, argumenta que sí es posible realizar tal abordaje (“por tierra, mar y aire”) y esboza un itinerario ternario para ello
Hay que decir, antes de continuar, que este artículo se publica en el mes de mayo de 2015. En España, se trata de un mes electoral dentro de un año muy importante desde el punto de vista político, con múltiples convocatorias electorales (municipales, autonómicas, generales). Muy distinto sería si hubiese sido publicado, digamos, en mayo de 2014, antes de las elecciones europeas que supusieron la irrupción de Podemos y, con ello, el cambio de escenario político en nuestro país. También hubiera sido muy diferente este artículo si se hubiese escrito en mayo de 2011, cuando el 15M estalló en la Puerta del Sol el movimiento de los indignados. Si antes de esa fecha el sentimiento dominante de los jóvenes hacia la política era el de desencanto, tras el 15M la indignación se tornó en ilusión; con las elecciones europeas, la efervescencia encontró un cauce de expresión a través del voto y del marco institucional. Y ahora estamos en el momento de comprobar si este proceso tiene visos de permanencia o si era un simple espejismo, y las cosas quedarán inalteradas.
Buena parte de lo que proponemos en estas páginas recoge ese itinerario que acabo de recordar, no sólo en lo que tiene de descripción de lo ocurrido, sino también de propuesta sistemática. Seguiremos, pues, una lógica ternaria, que se despliega en diversas aproximaciones parciales. Concretamente, tratamos seis aspectos. Pero antes de ello, esbozaremos el mapa del terreno que queremos abordar.
1. Tipología juvenil
La primera dificultad para tratar esta cuestión es común a otros asuntos y la conocen bien los lectores: ¿de quién hablamos cuando decimos “joven”? Porque hay muchos tipos de jóvenes y sus modos de acercarse al mundo de la política son muy distintos, quizá incluso contradictorios. Como no se trata ahora de hacer un estudio sociológico al respecto, nos limitaremos a recoger los resultados más importantes de un estudio reciente, que nos ayuden a entender la situación y, de este modo, iluminar nuestra reflexión y nuestra praxis pastoral.
El equipo dirigido por Javier Elzo propone una tipología de los jóvenes españoles de entre 15 y 24 años, divididos en cinco grupos. Los “conservadores por la integración”, que suponen el 22% del total, buscan el éxito profesional, defienden el status quo, están más interesados en política que la media y constituyen el segundo grupo más religioso. El colectivo más amplio, por encima del 28%, queda caracterizado como “despreocupados por lo ajeno e instalados en el presente”; es el grupo más joven, muy encerrado en lo suyo, con gran desinterés por la política o la religión. El tercer tipo recibe el nombre de “rebeldes, con causa, y un tanto confusos” y se refiere a un 21% de la muestra; son jóvenes complejos en una sociedad compleja: desconfían y cuestionan, no les gusta lo que hay pero no ven alternativas, no queda claro si su crítica les lleva a algún tipo de implicación activa; encontramos en este grupo el mayor porcentaje de ateos o agnósticos. Casi el 15% de la población joven se agrupa en el clúster de “incívicos despreocupados”, que vienen a ser los que sostienen el tópico juvenil del pasota: incivismo ciudadano, insolidaridad, relativismo moral y priorización del ocio y la juerga con los amigos; religiosamente no hay diferencias significativas pero en lo político se sitúan a la derecha, con una presencia de la extrema derecha en torno al 7%. Finalmente, encontramos el grupo de los conservadores altruistas, proveniente de clase media-baja y caracterizado por su alta religiosidad, que se interesa por lo común; muy conservadores en la moral de proximidad y muy altruistas en la cuestión social, desea más la corrección del sistema que su cambio; constituye el 8% del total de la muestra y son lo más característico y nuevo del estudio, quizá un efecto de la crisis.
¿Qué podemos decir, desde aquí, de la conexión entre jóvenes y política? Que no es obvia ni sencilla, por supuesto. Pero también que hay margen de maniobra entre los jóvenes, para explorar desde el punto de vista educativo y pastoral. Por distintos motivos (unos más interesados y otros más altruistas, unos más conservadores y otros más transformadores…) y de distinta manera (unos más institucionales, otros más rupturistas), los grupos “conservadores por la integración”, “rebeldes con causa” y “conservadores altruistas” ofrecen vías de contacto nada desdeñables. Y son más del 50% del total de la población joven en España. Más difícil parece, de entrada, abordar de un modo directo la cuestión con los grupos “despreocupado” e “incívico”. Son, ciertamente, tiempos inciertos para los jóvenes y para el conjunto de la sociedad; en esta incertidumbre, es preciso explorar y proponer estrategias de supervivencia y transformación. En el resto del artículo propongo algunas reflexiones que suponen un itinerario que, por supuesto, no puede ser rígido y debe adaptarse a los contextos particulares.
2. Intuiciones
Hoy puede ser un terremoto en Nepal. Ayer un barco que se hunde, repleto de personas migrantes, frente a las costas de Europa. Mañana, el desahucio de una anciana y la consiguiente movilización popular. Se trata de impactos directos, visuales, concretos y emotivos. Si los vivimos a través de las redes sociales, la huella puede plasmarse en un hashtag como #JeSuisCharlie, #BringBackOurGirls o #SalvaelArtico. Si los vivimos en el espacio físico del encuentro (por supuesto, sin caer en la dicotomía excluyente virtual-real), el suceso puede ser el contacto espontáneo con un mendigo en la calle, el servicio voluntario en un comedor social o la colaboración en un programa de refuerzo educativo para menores en situación de riesgo en un barrio deprimido. El caso es que, en cualquiera de estas situaciones, el joven en cuestión puede quedar afectado en el plano emotivo, quizá hasta las lágrimas. No sabemos si será algo duradero o pasajero, e incluso algunos criticarán pronto su (supuesta) superficialidad. Pero es una realidad y puede ser un buen comienzo. Menos es nada. Y ya advirtió el papa Francisco contra la globalización de la indiferencia, en su viaje a Lampedusa en el mes de julio de 2013, cuando, ante el drama de la inmigración y las muertes en el mar ante las costas de Europa, se preguntó y nos preguntó: “¿Quién de nosotros ha llorado por este hecho y por hechos como éste?, ¿quién ha llorado por la muerte de estos hermanos y hermanas?, ¿quién ha llorado por estas personas que estaban en la barca?”
Este primer momento es clave, esencial, básico y vital. Lo podemos caracterizar como un acercamiento “por mar”; por el dramatismo del Mar Mediterráneo y por las lágrimas derramadas, también líquidas y saladas. Pero hay un segundo paso, que podemos llamar el acercamiento “por aire”, para indicar así esa actitud tan típicamente juvenil como es el entusiasmo, la ilusión o el fervor. En términos políticos, podríamos evocar algunas de las frases acuñadas en las movilizaciones de mayo de 2011, como por ejemplo: “Si no nos dejáis soñar, no os dejaremos dormir” o bien, más escéptico respecto a la democracia parlamentaria, “Nuestros sueños no caben en vuestras urnas” o, por señalar un tercer ejemplo, más humorista y más utópico, “Ya tenemos Sol. Ahora ¡La luna!”. El dolor causado por la injusticia y la exclusión se abre al sueño utópico de un mundo justo e inclusivo. Ciertamente puede parecer vaporoso o ilusorio, pero los sueños también son necesarios para volar más allá de lo conocido y para ensanchar horizontes. Y, en términos religiosos, conviene recordar la etimología de la palabra “entusiasmo”, que viene de en-theos, llevar un dios dentro. Es decir, que también en estas experiencias volátiles habita, o puede habitar, Dios.
Junto a las lágrimas y al entusiasmo, encontramos el barro. Así obtenemos un tercer acercamiento, esta vez “por tierra”, al compromiso social y político de los jóvenes. Tras la emoción sensible y el fervor idealista, llega el momento de poner los pies en el suelo, de bajar a la arena del empeño concreto, quizá de mancharse de barro. Algunos podrían interpretar este paso como “el momento de la verdad”, como si los otros elementos no fuesen verdaderos. No estoy de acuerdo con esta postura, aunque sí defiendo la necesidad de considerar e incorporar este tercer nivel pues, de lo contrario, el compromiso resultaría insuficiente. Volviendo a la cronología antes esbozada, el periodo anterior a mayo de 2011 correspondería, en el mejor de los casos, al acercamiento sensible “por mar”; la etapa que va desde el 15M hasta el verano de 2014 sería el momento entusiasta “por aire”; mientras que las elecciones municipales y autonómicas de mayo de 2015 incorporan el realismo de una aproximación “por tierra”.
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RPJ 504-505 febrero-marzo 2015 – Jóvenes y política – Daniel Izuzquiza
3. Principios de acción
Vamos, en esta sección, a profundizar en los tres elementos ya mencionados. Lo haremos de la mano de Joaquín García Roca que, ya hace veinte años, propuso que la acción solidaria era la síntesis y la confluencia de una triple tradición. Nótese que los jóvenes de hoy estaban naciendo en aquel momento. ¿Habrá llegado nuestra acción solidaria a la mayoría de edad? Dice el sociólogo valenciano: “la solidaridad es una construcción moral edificada sobre tres dinamismos: el sentimiento compasivo, que nos lleva a ser unos para los otros; la actitud de reconocimiento, que nos convoca a vivir unos con otros, dando y recibiendo unos de otros; y el valor de la universalización, que nos impele a hacer unos por otros”. Digamos una palabra de cada uno de ellos.
Lo afectivo es lo efectivo, podríamos decir. En el origen y en la raíz de lo humano está la dimensión afectiva, el sentimiento, la emoción, la pasión. Y, por tanto, la com-pasión. Para hablar de compromiso social y político es ‘dejarse afectar’ ante el sufrimiento ajeno y ante la desgracia, venga de donde venga. Aquí hay una “cabeza de puente” que permite plantear el abordaje necesario, especialmente en el mundo juvenil. Luego vendrán los compromisos concretos y los análisis racionales, pero es imprescindible cultivar la sensibilidad y saber que hay ahí una puerta de entrada. En términos creyentes, podemos escuchar y dejar resonar la interpelación divina: “¿Dónde está tu hermano?” (Gn 4, 9). Y es que, en realidad, el compromiso se fundamenta en la pertenencia a la familia humana, por mucho que esté amenazada por el desafío del racismo o el desprecio del otro.
Quedarse en el nivel sentimental no es suficiente y, además, tiene sus riesgos, por ejemplo estigmatizar a la persona en situación de necesidad. Hay que dar un paso adelante que incorpore el acto racional y, más en concreto, la actitud de reconocimiento. El “otro en necesidad” es una persona, no un conjunto de problemas; tiene su historia, sus capacidades, sus sueños, sus potencialidades… y necesitamos reconocerlo adecuadamente, desde su dignidad básica y radical, por mucho que la situación concreta la fragilice. El arte del reconocimiento nos vincula a una historia común (“lo que sufre el otro podría pasarme a mí”) y permite desplegar las capacidades, propias y ajenas, pues hace descubrir que formamos parte de una humanidad común. En estos momentos de crisis, además, es bueno recordar y reconocer que hay expresiones históricas que vehiculan y encarnan tal realidad: pactos de ciudadanía, de cohesión social o entre generaciones. Esto significa descubrir y valorar la reciprocidad que nos hace humanos, aunque las situaciones muchas veces sean asimétricas.
En tercer lugar, aparece el imperativo moral vinculado al valor de la universalización. Si el sentimiento nos hace captar el dolor de quien sufre y si la razón nos muestra que el otro es una persona como yo, la ética política suscita el imperativo de la universalidad: “esto que no deseo para ti ni para mí, no lo quiero para nadie”. La tradición cristiana ha subrayado la inviolable dignidad del ser humano, mientras que el lenguaje secular tiende a hablar en términos de derechos humanos. Pero ya se entiende que no hay gran diferencia. Y entramos así en el terreno de las mediaciones institucionales y políticas para garantizar que el bien común llegue realmente a todos y cada uno de los seres humanos.
4. Textos bíblicos
Desde una perspectiva explícitamente cristiana, es necesario acudir a la Palabra de Dios revelada para encontrar orientación sobre el modo de animar el compromiso político de los jóvenes. Como en otras ocasiones, debemos ser cuidadosos a la hora de seleccionar e interpretar textos que fueron escritos hace cientos de años y con una pretensión definida, seguramente distinta de nuestra preocupación actual. Por ello, más que hacer una presentación sistemática y exhaustiva del tema, hemos seleccionado una serie de textos del Nuevo Testamento que aportan luz matizada a una realidad compleja, que permiten profundizar en el esquema ternario seguido hasta ahora y que, curiosamente, coinciden en estar tomados de los capítulos 13 de sus respectivos libros. Primero vemos, por mar, la entraña compasiva del evangelio; luego, por aire, la irrupción de la novedad y la promesa apocalíptica; finalmente, por tierra, la presencia cristiana en medio de las instituciones estatales y políticas.
En primer lugar, para acceder a lo nuclear de la visión que Jesús de Nazaret tenía de la realidad política, recurrimos al conocido episodio del lavatorio de los pies, en Jn 13. Con un gesto profético de claridad meridiana y consecuencias radicales, Jesús se sitúa en el mundo sirviendo, a los pies, desde el abajamiento social. “Pues si yo, que soy maestro y señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros mutuamente los pies” (Jn 13, 14). Es un gesto que no sólo afecta a la ética personal o a las relaciones comunitarias, sino que tiene serias implicaciones en el plano social, político, cultural o económico. Puede parecer un gesto intrascendente, insignificante o incluso ingenuo, pero en realidad incluye en sí el germen transformador de toda la realidad, como un grano de mostaza, un poco de levadura o una semilla que se esparce por el campo (Mt 13, 4.31.33). Formulado esto todavía de otro modo, y ahora de un modo más conceptual, san Pablo concluye su reflexión sobre las virtudes afirmando que “la más grande de todas es el amor” (1 Cor 13, 13), que por tanto se constituye en la mayor fuerza (vis-vires: fuerza) para cambiar el mundo.
El libro del Apocalipsis, y concretamente su capítulo 13, constituye otro referente esencial para comprender la postura del Nuevo Testamento con respecto al poder político. Allí se reconoce que a la Bestia imperial “se le concedió hacer la guerra a los santos y vencerlos” (Ap 13, 7) y, por lo tanto, “se requiere la paciencia en el sufrimiento y la fe de los santos” (Ap 13, 10). La apocalíptica judía es un género literario de resistencia clandestina ante las fuerzas dominantes (por eso emplea lenguaje simbólico, “en clave”, cifrado). En el caso que nos ocupa, el Apocalipsis de Juan, se refiere directamente a la persecución de la Iglesia por el imperio romano. Partiendo de una honda convicción cristológica (que Cristo ha vencido a todos los poderes de la tierra), el autor subraya dos aspectos esenciales en su momento histórico, aplicables a todos los creyentes hasta el fin de los tiempos. Por un lado, afirma la oposición radical y el conflicto evidente entre el Estado romano y la comunidad cristiana (la Bestia y el Cordero, Babilonia y Jerusalén). Por otro lado, no incita a la resistencia armada, sino al aguante sin cesiones, a la firmeza permanente, a la no violencia activa. No es casual que el Señor Jesús aparezca como vencedor de la historia y de los poderes de este mundo, precisamente y en tanto que Cordero degollado (Ap 5, 6-14), que finalmente “los que no adoraron a la Bestia ni a su imagen, y no aceptaron la marca en su frente o en su mano, revivan y reinen con Cristo” (Ap 20, 4), y que el horizonte final sea la nueva Jerusalén, “cielo nuevo y tierra nueva” (Ap 21, 1). El poder político del Estado ha quedado definitivamente reubicado en la cosmovisión cristiana: “Todo lo hago nuevo” (Ap 21, 5), dice el Señor.
En tercer lugar aludimos a la Carta a los Romanos, que ofrece otro texto muy conocido, en general usado para justificar el poder del Estado y como muestra de la aceptación cristiana del mismo: “Sométanse todos a las autoridades constituidas, pues no hay autoridad que no provenga de Dios, y las que existen, por Dios han sido constituidas. De modo que quien se opone a la autoridad se rebela contra el orden divino” (Rm 13, 1-2). El pasaje parece claro y, de hecho, se ha empleado muchísimas veces para legitimar el poder político y reclamar una obediencia total al orden establecido. El caso más sangrante de la historia reciente lo tenemos en el uso de este texto para justificar el régimen del apartheid en Suráfrica. Primero, conviene caer en la cuenta de que en ningún momento el pasaje dice que el estado sea “divino”, sino simplemente que está “ordenado” por Dios, como toda la realidad forma parte del orden querido o establecido por Dios. Es el orden de este mundo, provisional y relativo (nótese que Pablo justifica su argumento en clave de tensión escatológica, “teniendo en cuenta el momento en que vivimos”: Rm 13, 11). Es decir, mientras llegan los tiempos escatológicos en plenitud, el poder político forma parte de este orden, querido por Dios, y en ese marco tiene su ámbito de actuación. En coherencia con ello, podemos ofrecer la siguiente lectura o interpretación desde la óptica no violenta. Los cristianos mantendrán una distancia crítica con respecto al orden establecido de este mundo que les llevará a la no violencia activa, a la no-cooperación con el mal y el poder injusto y, en ocasiones, a la desobediencia civil. Ésa es su obligación como ciudadanos del Reino. Ahora bien, la autoridad legítimamente establecida puede aplicar las leyes y encarcelar a los militantes no violentos. Es decir, éstos asumen las consecuencias de su acción porque saben que viven aún en este mundo, en el orden establecido y, en ese sentido, querido por Dios. El cristiano no violento que practica la desobediencia civil sabe y asume que las autoridades constituidas ejercerán la represión. Lo acepta como algo querido por Dios, como un modo de acoger el Reino que ya viene.
5. Nociones teológicas
Este apartado ofrece tres categorías teológicas que ayudan a iluminar aspectos de nuestro tema. Se apoyan en conceptos de la historia de la teología católica o cristiana, pero remiten, como siempre ocurre en estos casos, a una experiencia humana más amplia y nuclear. Me refiero a la misericordia, a la reserva escatológica y a la estructura sacramental.
“Dios es amor”, leemos en 1 Jn 4, 8, un pasaje que bien puede ser lo más cercano en toda la Biblia a una definición de Dios. Y es que el corazón de Dios es pura entraña de misericordia. Por tanto, desde una perspectiva cristiana, la misericordia se convierte en norma y medida del discurso sobre Dios, así como de la vida de la Iglesia (liturgia, espiritualidad, estructuras, pastoral, etc.) y de su doctrina y acción socio-política. No en vano, el papa Francisco ha convocado un Año Jubilar dedicado a la Misericordia, empezando el 8 de diciembre de 2015. Ni tampoco es casualidad que la Bula de convocatoria, Misericordiæ Vultus, comience afirmando que “Jesucristo es el rostro de la misericordia del Padre” (n. 1), es decir, subrayando la primacía del Rostro. Mirando el rosto de las personas y descubriendo en ellas el rostro de Jesucristo que nos revela el rostro del Padre, nos pide el Papa: “No caigamos en la indiferencia que humilla, en la habitualidad que anestesia el ánimo e impide descubrir la novedad, en el cinismo que destruye” (n. 15), a la vez que nos invita a renovar y encarnar las obras de misericordia.
Una segunda noción que podemos considerar es la llamada “reserva escatológica”. Se trata de un concepto del teólogo Erik Peterson y popularizado por Johann B. Metz, que afirma que ninguna concreción histórica puede agotar la realidad plena del plan de Dios, que sólo se alcanza en la plenitud de los tiempos. La escatología, pues, impone una cierta reserva a toda realización concreta. El Reino de Dios (la esperanza de Dios o el futuro de Dios) sobrepasa y relativiza todo logro humano. Por eso, dice Metz, “nos conduce y nos fuerza constantemente a una posición crítica y liberadora con respecto a las circunstancias sociales que nos rodean”. Es decir, nunca podemos identificar el Reino de Dios con ninguna propuesta social o política. Éstas nos necesarias, y pueden ser una ayuda para acercar el Reino a la tierra, pero nunca pueden absolutizarse y siempre deben ser sometidas a un serio discernimiento cristiano. Hay que mirar el qué y el cómo: los contenidos pueden acercarse más o menos al sueño de Dios y, además, los modos concretos de realizarlo pueden tener mayor o menor sintonía evangélica (por ejemplo, hay que tener cuidado ante determinadas disciplinas de partido o pretendidas adhesiones incondicionales).
Si la misericordia nos vincula con lo más concreto y entrañable de la vida, y si la escatología nos lanza a soñar alto, al horizonte sin límites del Reino de Dios, los sacramentos nos hablan de la necesaria mediación entre cielo y tierra. Más que hablar de sacramentos en cuanto tales, será mejor aludir a la estructura sacramental del ser humano, que va más allá de la concreción en una determinada forma religiosa. Como dice un conocido teólogo, “cuanto más se relaciona el hombre con las cosas del mundo y con otros hombres, tanto más se abre a su comprensión el abanico de la significación, de lo simbólico y de lo sacramental”. Las cosas apuntan más allá de sí mismas pues aportan un exceso de significado; y vehiculan también tal exceso, encarnando la irrupción de la gracia de Dios. Cuando hablamos de estructura sacramental nos referimos a que realidades concretas se convierten en mediaciones del amor de Dios; por un lado, lo concretan y le dan cauce, mientras que por otro lado lo limitan (nunca lo agotan). Lo mismo ocurre con las mediaciones políticas.
6. Lugares y actores
En esta sección vamos a proponer algunos escenarios cotidianos que son tanto posibles espacios de socialización juvenil como caminos de formación y acción pública.
Un barrio marginal de cualquier ciudad. O una residencia de ancianos. O un puente donde se guarecen personas sin hogar. O una prisión o un Centro de Internamiento de Extranjeros (CIE). Hay muchos rincones en nuestro hábitat cotidiano que nos muestran el rostro de la exclusión social, la herida de las víctimas, el desgarro de nuestra sociedad. Acercarse y no huir. Sostener y no rehuir la mirada. Palpar la realidad y dejarse tocar por ella. Son ejercicios imprescindibles para crecer como personas y para entender el compromiso socio-político. Se sitúan en el nivel micro de la realidad social; son insuficientes y posiblemente ambiguos si se quedan ahí, pudiendo derivar en el asistencialismo emotivo. Pero tampoco se puede despreciar ni obviar.
Un segundo espacio es más normal, más cotidiano, en cierto modo más importante… y, con mucha frecuencia, más olvidado. Nos referimos al barrio, el bar, la barbería… es el lugar del encuentro y la interacción cotidiana. El ámbito donde tiene lugar la conversación más auténtica, muchas veces intrascendente, pero siempre configuradora de identidades y vínculos. Incluimos aquí, por supuesto, el mundo de las redes sociales, verdadero ambiente de relación. En términos de la sociología o la psicología social, reivindicamos la importancia del nivel “meso”, intermedio entre lo micro y lo macro. Aquí se deciden las configuraciones sociales más reales: aisladas o comunitarias, incluyentes o excluyentes, solidarias o discriminatorias, etc.
Si pensamos en el compromiso político, hay que asumir también la dimensión macro de la realidad, el elemento estructural, ya sea en el terreno político, económico o cultural. A veces despreciado o ignorado y en ocasiones desconocido o temido, aquí nos jugamos mucho. Por un lado, tiene un señuelo atractivo (lo que a veces se ha llamado la erótica del poder) pero, por otro lado, tiene una dimensión oculta, monótona, aburrida, dura y con frecuencia estéril. Mucho de este aspecto más directamente político se puede visibilizar en los pasillos de zonas de influencia (corridors of power, suelen decir en inglés) pero también incluye aspectos más ásperos y menos vistosos: estudiar los temas, proponer alternativas, elaborar informes, etc. Junto a las moquetas, la biblioteca. Si queremos implicarnos en el terreno político y luchar por la transformación social en clave de solidaridad, no podemos rehuir la dimensión macro… aunque sea costosa y no siempre se vean resultados.
7. Acciones
La propuesta que estoy haciendo a lo largo de este artículo, de manera repetitiva y quizá incluso machacona, tiene un carácter procesual pero también incluye un elemento sistemático. El esquema ternario indica no sólo pasos de un itinerario formativo, sino que también incorpora enfoques complementarios. Concretamente, en esta última sección, quiero centrarme en tres verbos que, siendo distintos, acaban entrelazados en una acción más fecunda. Se trata de acompañar, servir y defender.
En primer lugar, acompañar a las personas que sufren la pobreza, la injusticia o la exclusión social. El contacto concreto y cotidiano permite, por un lado, captar la realidad desde su lado más sangrante y menos idealizado y, por otro lado, evita toda tentación de convertir el compromiso social en una lucha ideologizada, teórica o espiritualista. Para nosotros, la persona es lo primero; la persona pide respeto, dignidad, acogida, escucha, compañía, apoyo, cercanía, empatía: esto es lo que intentamos recoger con el término acompañar. Reconocer el valor intocable de cada persona, con todas sus circunstancias concretas, no siempre idílicas; contexto familiar, situación jurídica, carácter personal, trayectoria vital, etcétera. En medio de todo ello, cada persona es digna de ser acogida, respetada, valorada y acompañada en su proceso y situación. A continuación, como un segundo paso, se trata de servir a la persona concreta en su situación específica. No empezamos por servir, sino que éste brota del acompañamiento, del encuentro personal. En situaciones de vulnerabilidad surgen dificultades con el idioma, problemas para contactar con la familia o amigos, carestía económica, alejamiento de su entorno habitual, problemas con la vivienda, sea el pago del alquiler, los suministros o las reparaciones… A veces, cuando hablamos de servir, nos referimos a prestar servicios tan básicos y sencillos como ofrecer una tarjeta de teléfono o hacer una llamada, traer algo de ropa o un poco de crema hidratante, ofrecer una novela o una biblia, realizar gestiones de cualquier tipo, por ejemplo ante sus abogados. Y con esto entramos ya en el tercer verbo que articula nuestra acción.
Defender. Junto a acompañar y servir a las personas internas, es imprescindible defender sus derechos. Lo cual pasa, por supuesto, por la defensa de los casos individuales, siempre en contacto con sus letrados, sean particulares o asignados de oficio. En ocasiones es preciso revisar el procedimiento que ha llevado al internamiento, porque no siempre es todo ajustado a derecho y casi nunca se han agotado todas las vías de defensa. En otros casos, es muy importante supervisar las condiciones de internamiento y el respeto a los derechos de las personas internas a lo largo de su estancia en el CIE (aquí es donde, obviamente, la aportación práctica de este libro se convierte en una herramienta fundamental). Y, finalmente, hay que considerar otro tipo de defensa, que va más allá del caso particular y que implica el trabajo jurídico-político; aquí el trabajo es más arduo y menos visible, pero los resultados pueden ser más efectivos para un mayor número de personas durante más tiempo.
Conclusión: He indicado en este artículo que es posible y necesario suscitar el compromiso político de los jóvenes, particularmente los jóvenes cristianos en itinerarios pastorales. No es una cuestión fácil y, por eso, lo planteo como un abordaje triple, por tierra, mar y aire. Como quienes se dedican al triatlón, hay que entrenar bien, sabiendo que cada especialidad requiere unas destrezas distintas. Y que para lograr el objetivo hay que combinar buenos resultados en cada una de las pruebas. Compasión, reconocimiento y universalidad son las pruebas claves para alentar un compromiso cristiano serio con la realidad. Curiosamente, el día de finales de abril de 2015 en que dimitía de sus cargos políticos, Juan Carlos Monedero dijo que “en España falta la verdad, el matiz y la compasión”. Recuperarlas quizá sea una tarea de nuestra generación joven actual.
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