Están aconteciendo movilizaciones sociales en Latinoamérica y en el mundo como un fenómeno global que tiende a extenderse con un protagonismo claro de los jóvenes. Le tocó el turno a Colombia, los ciudadanos han expresado en las urnas y en las calles su rechazo a los partidos políticos que se han desconectado de las necesidades de las personas (educación y salud) y se centran en sus intereses particulares y luchas de poder.
El paro nacional del 21 de noviembre (21N) en nuestro país ha sido la explosión social de los ciudadanos que no aguantan más y exigen al gobierno un cambio YA. Se ha llegado al límite de una indignación contenida que no ha obtenido respuestas reales sino mentiras y promesas incumplidas.
Animados por las movilizaciones sociales que se han dado en Nicaragua, Chile, Ecuador y Bolivia este año, un sector importante del pueblo colombiano está exigiendo una transformación del gobierno que enfrente la corrupción como el caso del exdirector del Instituto de Extensión de la Universidad Distrital (Idexud) Wilman Muñoz Prieto, a quien la Procuraduría acusa del mal manejo de más de 10.490 millones de pesos (3 millones de dólares aprox). Este personaje está siendo investigado por robar los recursos públicos de la educación pública para compra de vehículos de alta gama, hoteles, viajes de vacaciones al exterior y hasta fiestas en prostíbulos. Solo es una muestra del nivel de corrupción de funcionarios públicos que se extienden a otros casos como Obedrecht, Hidroituango, Reficar etc..
También, está la renuncia del ministro de defensa de Colombia por su incompetencia en la protección a los líderes sociales y el ocultamiento de un operativo en el que fue bombardeado un cabecilla de la ex guerrilla FARC donde murieron 18 niños y jóvenes reclutados de manera forzosa. Niños que no tuvieron un futuro por el abandono del Estado y que quedaron involucrados en un conflicto armado del que nunca fueron responsables.
El grito creativo de los jóvenes
El sociólogo Manuel Castells expresa que “Los movimientos sociales son diferentes a los movimientos políticos. Los ciudadanos buscan una transformación cultural que se anide en las mentes de las personas y que lleven con el tiempo a transformaciones institucionales”. Y amplia el autor: “Los ciudadanos conectados se convierten en un actor colectivo consciente”.
La forma de comunicar esta utopía de una nueva sociedad se expresa de diversas formas creativas y artísticas en las calles y en las redes sociales denunciando y hasta ridiculizando a los gobernantes y la fuerza pública. La danza, la pintura, el graffiti, el teatro, los memes, los cacerolazos, las producciones animadas digitales se colocan al servicio de un pueblo que grita de forma contundente: “JUSTICIA Y DIGNIDAD”.
Las redes sociales basadas en internet y en plataformas inalámbricas son herramientas decisivas para movilizar, coordinar, organizar y expandir el mensaje de los grupos de manifestantes, muchos de ellos jóvenes que encuentran en las TICs aliados ilimitados para su acción. También, la toma de lugares simbólicos en la ciudad con cacerolazos como las plazas frente a centros comerciales, parques recreativos o incluso el frente del condominio donde vive el presidente han sido otras de las expresiones libres, creativas y pacificas de los jóvenes.
Pero, la violencia del vandalismo destructor y la represión policial que aplica una respuesta agresiva y desmedida hacia los ciudadanos no es el rumbo que esperamos que tome esta crisis. El miedo y el pánico son emociones represivas que se aplican para que no eleven su grito de protesta. Se requieren encontrar caminos de escucha y dialogo para restablecer la confianza entre gobernantes y ciudadanos.
La iglesia católica en su sector jerárquico institucional no está siendo una voz profética a la altura de este momento histórico porque está pasando por su propia crisis por el debilitamiento en su credibilidad, envejecimiento creciente, poco crecimiento vocacional, clericalismo, ritualismo estéril y poca influencia frente a los temas sociales generadores de América Latina. Existen reacciones y propuestas de personas y comunidades religiosas que buscan acompañar a los jóvenes y al pueblo pero son insuficientes para alcanzar un alto impacto.
La esperanza está en el cauce de vida que tomen estos acontecimientos recientes en nuestros países para construir sociedades que restauren la dignidad de las personas y ofrezca alternativas verdaderas de educación y trabajo digno para todos sus ciudadanos. Esa es la utopía, hay que seguir marchando con alegría hacia ella.