¿JÓVENES ESCLAVOS DE LA TECNOLOGÍA? – Antonio R. Alonso Amez

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Antonio R. Alonso Amez

tony_caballero81@hotmail.com

Seguramente en más de una ocasión hemos identificado la idea de una juventud del siglo XXI intrínsecamente ligada a utensilios tecnológicos, a dispositivos digitales. Y es que basta con echar un vistazo a nuestro alrededor, cuando caminamos por las calles de nuestras ciudades o pueblos, para comprobar que las personas estamos continuamente «conectadas» u online. Pero si esa mirada fugaz se detiene un instante y fija toda su atención en la juventud, como si de un filtro de búsqueda se tratase, comprobaríamos que la interdependencia de esta hacia la tecnología es alarmante. Ya no vemos pandillas de chicos conversando fluidamente, sino que observamos en muchas ocasiones corrillos que chatean o juegan pegados a un teléfono móvil. Escasean muchachos que caminan en solitario sin escuchar música a través de unos auriculares inalámbricos para más señas. Hasta los niños pequeños se han acostumbrado a merendar en los parques viendo sus series favoritas en una tablet que les entretiene, apartándoles de la mirada de aquellas personas que les cuidan y quieren.

La tecnología ha entrado en nuestras vidas derribando todo tipo de puertas o diques y ha llegado para quedarse y protagonizar una buena parte de nuestro tiempo. 

En cambio, deteniéndonos a analizar si esta tecnología nos hace la vida mejor, la respuesta a esta cuestión varía según quiénes sean los que responden. En el caso de nuestros jóvenes, a buen seguro, una abrumadora mayoría afirmará que la era digital les ha cambiado la vida porque se la mejora, la hace más sencilla y, sobre todo, más divertida. Y es hacia esta última afirmación adonde quiero enfocar mi análisis, puesto que lograr esa meta de «felicidad» es algo muy lícito. Todos queremos y deseamos lo mejor para nosotros mismos e incluso para nuestros seres más cercanos. Y, si un dispositivo tecnológico nos ayuda a acercarnos a pequeñas «felicidades», ¿por qué no utilizarlo? La verdad es que sería de necios negar la evidencia, por supuesto.

¿La tecnología está sustituyendo o transformando lo verdaderamente importante de esta vida?

Pero ¿realmente obtenemos «felicidades» con la tecnología? ¿O simplemente son placebos para anestesiarnos? ¿La tecnología está sustituyendo o transformando lo verdaderamente importante de esta vida? ¿La vida de un joven es «menos vida» sin tecnología? Responder a estas cuestiones se torna realmente complicado, puesto que casi la totalidad de la juventud vive ligada a determinados parámetros digitales sin los que parece no poder vivir. Desde las redes sociales que manejan hasta las herramientas TIC que emplean para sus quehaceres, pasando por los perfiles que siguen como referentes, encontramos todo un conglomerado de variables que pueden condicionar nuestra percepción de esta generación.

Se torna realmente indispensable pormenorizar en cada variable para configurarse una opinión más o menos argumentada al respecto para atreverse a afirmar que los jóvenes de hoy en día son esclavos de la tecnología pese a que todo parezca indicar que así es. 

Pero intentemos tomar perspectiva visualizando las realidades más negativas de esta situación.

En el ámbito de las redes sociales, por ejemplo, observamos que, lejos de ser un canal de comunicación fluida, se han transformado en verdaderas generadoras de corrientes de opinión y transformadoras del pensamiento. Quienes lideran estos canales bajo perfiles destacados como influyentes son auténticos líderes de masas y crean una expectativa en cada nueva noticia, foto, sonido o anécdota que suben para deleite de sus followers. La comunicación meramente como tal pasa a un segundo plano en virtud del culto al ego, la idealización de la persona que te atrapa bajo un canal o medio que es hasta adictivo en ocasiones. No basta con estar a la última de lo que sucede a mi alrededor, sino que además he de interiorizar lo que acontece a quienes influyen en mí con su sola presencia a través de mis pantallas. Cantantes, modelos, «gente guapa», «triunfadores» con poco esfuerzo, líderes de lo inmediato y del placer o satisfacción instantánea son algunos de los iconos de nuestra juventud del mañana que no es capaz de irse a dormir sin estar a la última de lo que a ellos les interesa transmitir.

Pero dejando a un margen redes sociales, nos encontramos con herramientas digitales que los jóvenes manejan con una destreza sin par para implementar en sus quehaceres diarios, enfocados al ámbito educativo o, sencillamente, empleados en su tiempo de ocio. Con respecto a la primera temática podemos comprobar que la era digital en el marco de la educación ha invitado cada vez más a la juventud a emplearla como un medio de consecución de saberes y lograr aprendizajes de una manera más rápida, eficaz y facilitadora. Por ello, el uso de aplicaciones y programas informáticos es cada vez más frecuente en estos círculos que, por otro lado, no hacen más que constatar que vivimos en un tiempo digital para el que, en muchas ocasiones, se emplea la tecnología en exceso, puesto que de forma analógica se obtienen resultados incluso superiores. Sin embargo, me gustaría poner en valor este manejo del mundo TIC porque no es menos cierto que ha logrado despertar la creatividad en muchos de nuestros jóvenes y les ha hecho más sencillos ciertos parámetros educativos que en tiempos anteriores no muy lejanos abogaban por una pedagogía caduca que ha querido vivir de espaldas al progreso en pos de una mejor consecución de saberes y adquisición de conocimientos.

De forma paralela, el ocio de la juventud sigue teniendo la socialización como principal eje, pero esta se ha ido transformando en múltiples ocasiones en una socialización deshumanizadora merced a la pérdida de contacto real entre las personas. Me estoy refiriendo a la interacción a través de la red, al ámbito de los videojuegos, a la realidad virtual y su influencia o repercusión en la configuración de la personalidad del ser humano y sus valores. Estos recursos tecnológicos nos hacen ver a un modelo de joven que «vive para jugar», capaz de todo por una partida más, incluso de dejar de comer o dormir. Y además de ello sin apenas contacto real con otras personas, siempre a través de la red, de forma «no presencial». Cada vez más jóvenes son presos de malos hábitos de ocio digital y esto es algo preocupante, que hemos de conocer, poner en valor y vigilar para orientar, acompañar y dar consejo a quienes lo sufren de forma comparable a una enfermedad.

Y es que la dependencia de la tecnología tiene «cura», por supuesto. Pero requiere formación al respecto, conocimiento de los entornos digitales e incluso destreza en el manejo de estos. Porque nuestra vida no gira en torno de la tecnología, pero la tecnología sí rota en torno a nuestras vidas, adentrándose en ellas. En ocasiones, mucho más de lo deseado o lo realmente necesario, útil y responsable. Porque los llamados «nativos digitales» no lo son tanto y pueden convertirse en verdaderos esclavos de lo tecnológico. Viéndose privados de este modo de un elemento tan preciado como su libertad; algo que ansían, valoran y defienden hasta el extremo y que están perdiendo paulatinamente sin apenas darse cuenta. Es ahí donde los adultos que los acompañamos hemos de entrar como recurso salvador. Porque ser libre es un don. Uno de tantos que hemos recibido de Dios sin falta de conexión a internet. Nada más y nada menos que por amor.

La tecnología rota en torno a nuestras vidas, adentrándose en ellas.