Jóvenes comprometidos en política – estimonios

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Pablo Taylor Castro
27 años. militante de upyd

“La política es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común”.
De este modo definía el Papa Francisco la política durante la homilía matutina en la Casa Santa Marta el pasado mes de septiembre del año 2013. Y es que para el Santo Padre las dos virtudes del gobernante son la humildad y el amor a su pueblo, por ello ha animado, en más de una ocasión, a que los católicos nos interesemos en la política, o bien aportemos ideas y recemos por los que nos gobiernan, para que dirijan las naciones hacia la paz y el bien común. La política en sí es una realidad muy significativa y necesaria, aunque en estos tiempos esté desprestigiada. Desde una perspectiva humana y cristiana, la finalidad principal de la acción política es la consecución del bien común, y los políticos no son más que servidores públicos.

En palabras de Joan Bestard Comas, en sus “Reflexiones cristianas” radiadas desde la COPE, el cristiano que quiera vivir consecuentemente la fe y la caridad se ha de interesar por el hecho político. No todos los cristianos se sentirán llamados a una dedicación política profesional, pero sí todos deberían adquirir una mayor conciencia política y una mayor inquietud por los problemas ciudadanos. Nuestros obispos, en su instrucción pastoral “Los católicos en la vida pública”, destacan “la nobleza y dignidad moral del compromiso social y político y las grandes posibilidades que ofrece para crecer en la fe y en la caridad, en la esperanza y en la fortaleza, en el desprendimiento y en la generosidad; cuando el compromiso social o político es vivido con verdadero espíritu cristiano se convierte en una dura escuela de perfección y en un exigente ejercicio de las virtudes. La dedicación a la vida política debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre” (C.V.P., 63).
Continuando con la cita a Joan Bestard, es verdad que la fe cristiana no nos ofrece soluciones políticas de tipo técnico, pero nos exige estar presentes en la vida pública porque precisamente en ella encontramos al hombre concreto con todos sus problemas, del que nos habla el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo:
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.
Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?, ¿cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?, ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?
Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
La Iglesia venera entre sus santos a quienes han servido a Dios a través de su compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, me permito destacar a santo Tomás Moro, patrón de los gobernantes y políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la inalienable dignidad de la conciencia. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. (Congregación para la doctrina de la fe, nota doctrinal sobre cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política).
Los laicos cristianos tenemos la obligación de poner nuestro talento al servicio de la sociedad. Debemos comprometernos en la construcción de un mundo más justo y humano. Y si, además, tenemos vocación y preparación, no podemos dudar ni un momento en tomar parte activa en las tareas de los partidos políticos a fin de conseguir una eficiente organización económica, social y administrativa de la sociedad que esté al servicio de todos los ciudadanos, especialmente los más necesitados.
Los católicos que nos afiliamos a un partido político podemos aportar una postura humanizadora, una postura de honrado servicio al bien común, una crítica constructiva y transformadora y capacidad creativa. En definitiva las herramientas útiles para cambiar las estructuras sociales injustas, la acumulación de riqueza en pocas manos, decisiones socio-económicas monopolizadas en un sólo grupo, el reparto equitativo de las cargas fiscales y trabajar duramente para que los ciudadanos adquieran un nivel elevado de bienestar.
Dicho lo cual, dejo clara que mi opción política es Unión, Progreso y Democracia (UPyD). La alternativa moderada, sensata, alejada de discursos de odio o enfrentamientos, una alternativa unificadora. Ni la izquierda anticlerical con la mente puesta en tiempos pasados con ánimos de revancha, ni la derecha ultraconservadora que nos hace más mal que bien, alejando a los jóvenes de nuestra fe con discursos dogmáticos y sin crítica. Los católicos debemos ser gente tolerante, integradora, dispuesta al diálogo esquivando sectarismos. Jesús no tuvo ningún pudor ni con las prostitutas ni con los leprosos, ni con los gobernantes ni con los sacerdotes: no miró con quién, sino el cómo, abandonó la palabrería y tomó el ejemplo.
Así es como veo a UPyD. Me apasiona su lucha incansable por la igualdad en todos los aspectos: que nuestro voto valga lo mismo con independencia del lugar donde vivamos; la lucha contra los privilegios fiscales de vascos y navarros, en que la práctica supone que comunidades más pobres hagan un esfuerzo económico para que los más ricos reciban más; y por supuesto la defensa del Estado laico.
No podemos estar confundidos y debemos ser los primeros en defender un Estado laico. Laico, que no anticlerical. Y es que, como dijo otra vez el Papa en su último viaje a Brasil: “La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”. Voy más allá, debemos dar ejemplo de sacrificio y responsabilidad, siendo nosotros mismos quienes sostengamos nuestra Iglesia, en una señal clara de compromiso con nuestra comunidad y con los demás.
Además de la igualdad, nuestro campo de acción particular deben ser las políticas sociales. Sin duda, aquí tenemos mucho que decir y enseñar. Aquí es donde debemos convertirnos en un auténtico grupo de presión para ayudar a los que más sufren. En definitiva debemos ser auténtica Iglesia promoviendo su doctrina social “que nadie esté por encima de la Ley, y nadie fuera de su amparo”. Por ello apoyo políticas como la ley de segunda oportunidad o la dación en pago (¿acaso no hay nadie que merezca una segunda oportunidad, sobre todo cuando peor lo está pasando?); la lucha incansable contra los intolerables datos de pobreza infantil y exclusión social en España; la integración de las minorías y los marginados; una educación y una sanidad estatales y públicas, en las que nadie quede desamparado y no se produzcan rechazos ni desigualdades entre españoles; igualdad real entre hombres y mujeres, sin que prevalezca ningún sexo ni se discrimine a uno frente a otro, ni siquiera bajo la inexistente discriminación positiva; la lucha por lo justo defendiendo al más débil, como en el caso de los estafados por las preferentes y los escándalos de Bankia; el rechazo a las prebendas o privilegios que, aún correspondiéndonos, no consideramos apropiadas, aunque signifique ir contracorriente: sillones en las cajas de ahorros, en las empresas públicas, en las televisiones autonómicas…; defensa a ultranza del derecho constitucional a la libertad religiosa en sus dos vertientes, incluida la libertad de culto sin que se produzcan ofensas bajo una mal entendida libertad de expresión…
No trato, ni mucho menos, de convencer a nadie, más bien es una pequeña reflexión de mis motivos como joven, como miembro de la sociedad, y sobre todo como católico, para prestar mi voto a este pequeño partido que tantos logros, en pro de los demás y del bien común, está consiguiendo.
Empecé con una frase del Papa Francisco, y me gustaría terminar con otra: “Una persona que, pudiendo hacerlo, no se involucra en política por el bien común, es egoísmo; una persona que use la política por el bien propio, es corrupción”.

Diego Sola
26 años. Investigador y colaborador docente
(Universidad de Barcelona)

E l hombre es, por naturaleza, un animal político. La máxima aristotélica no ha dejado de planear sobre la condición humana desde la noche de los tiempos. No me di cuenta del tremendo reto que supone escribir sobre vida cristiana y militancia política hasta que el Padre Carles Such me lo propuso para este número de la Revista de Pastoral Juvenil. No es que no me lo haya planteado recurrentemente a lo largo de mis diez años de militancia en Convergència i Unió, con momentos de mayor o menor intensidad en mi implicación en sus foros y espacios de participación. Pero en la vida solemos aceptar que a veces –más comúnmente de lo que pudiéramos imaginar– las cosas suceden por un misterioso e ignoto porqué. Aceptamos que algo ha ocurrido –aun siendo instigado por nosotros mismos– sin hacer grandes cábalas y lo incorporamos a nuestro itinerario como algo que forma parte de nuestro ser. He de reconocer que mi decisión de entrar en política de partido (pues hay otras formas de ejercer la política ciudadana, desde las asociaciones de barrio hasta los sindicatos universitarios) fue algo espontánea. Totalmente buscada, sí, pero con un alto grado de espontaneidad. Fue uno de esos días en que te dices: “Tengo ganas de hacer esto y hoy lo voy a hacer”. Visto con el paso de los años creo que fue una de las decisiones más satisfactorias que pude tomar en mi adolescencia. Fue como una afirmación de mi voluntad de hacerme responsable de mis decisiones y de pensar cómo debería obrar en la edad adulta: actuando consecuentemente con las propias ideas y asumiendo la responsabilidad de los actos personales y de mis convicciones. Así que al poco de cumplir 17 años me afilié a la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC) y a Convergència Democràtica de Catalunya. Es importante hacer esta distinción: aunque para la mayoría de la sociedad las juventudes de los partidos son vistas como una suerte de «parroquias sufragáneas» de sus iglesias mayores, para mí la JNC no fue tal. Sabía muy poco sobre esa organización al entrar en ella y algo más sobre el partido, Convergència, pero al poco de afiliarme comprendí que en esa organización, en la JNC, crecería y aprendería, no ya sobre la política, que aprendí mucho, sino sobre la propia vida. Fue toda una escuela para mí y creo que mi formación –humana y profesional– es hoy más completa gracias a lo vivido en aquellos años tan intensos: amistades, discusiones, un periplo sin fin por toda Cataluña, pueblos y ciudades por conocer, debates intempestivos y una reflexión continua sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser. Podría decirse que fue, prácticamente, una experiencia humanista.

Por otra parte, elegí el proyecto de Convergència, porque para mí reunía lo esencial de lo que, de acuerdo con mis creencias y convicciones personales, debiera ser el ejercicio de la política: una visión humanista de la sociedad y de la política, una exigencia en lo individual junto con los retos colectivos y una sensibilidad por la conquista de la igualdad y la justicia. «No vamos a dejar a nadie atrás», recuerdo que escuché un día, entusiasmado, al hoy alcalde de Barcelona, Xavier Trias, en un acto con jóvenes. Era el partido que creía en la fuerza de las personas y en la transformación de Cataluña en un país de oportunidades para todos. Aunque con el paso de los años no he podido dedicar tanto tiempo a aquello que tanto me apasionó de adolescente, me sigo sintiendo orgulloso de pertenecer a una gran familia política caracterizada por la diversidad de sus gentes, su pluralidad, su fe en la sociedad catalana y su compromiso con la exigencia individual –el esfuerzo– y el estado del bienestar. Cualquier opción política puede ser buena si ésta, naturalmente, concurre en un espacio de libertad de expresión y respeto y protección de los derechos de hombres y mujeres. Lo más importante es que esa opción pueda obrar, podamos hacerla obrar, como un instrumento de bien, de concordia, de solidaridad y de justicia social. Esto no siempre es fácil. Los colectivos políticos, como cualquier grupo humano, no están libres de confrontaciones y comportamientos poco edificantes (para la propia política y para la ética personal de cada uno). El ser humano, imperfecto, traslada a sus espacios de expresión colectiva sus vulnerabilidades. Sus defectos. Por eso es muy importante conjugar la propia independencia personal con los compromisos y responsabilidades que uno ha de asumir en un trabajo colectivo. Considero importante que la experiencia política te forme pero más importante es que tu capacidad crítica –constructiva y positiva– crezca a la par que la de tu formación. Es la única manera de formar ciudadanos competentes y que la vez comprometidos con la sociedad.

Llegados a este punto, debemos preguntarnos cómo hemos proyectado nuestra vocación cristiana en nuestras decisiones personales y, en este caso, en la decisión de «hacer política». Aquí siempre me atrapa una duda que suele acechar al cristiano en las no siempre pacíficas cuestiones del siglo: ¿actuar o inhibirse?, ¿pasar a la acción o hablar desde la barrera? Y entonces me acuerdo de los fariseos y herodianos que fueron a ver a Jesús y le preguntaron si era lícito pagar tributo al César (una manera de sondearlo sobre su relación con el poder y el sistema establecido). Jesús pidió una moneda y preguntó de quién era la imagen del metal. Al contestarle que del César él aseveró la conocida sentencia «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Algunos han interpretado aquí un divorcio entre lo humano-político y lo divino-espiritual pero, en realidad, Jesús trataba de manifestar que el estado simplemente no es un valor supremo. Y es verdad. Actuamos, en la profesión, en la política, con la familia, con los amigos, pensando en qué es lo mejor que debemos hacer y cómo vamos a sortear los obstáculos y las propias limitaciones. Somos humanos, acertamos y nos equivocamos. Enmendamos. Y volvemos a caminar pensando en qué debe hacerse: qué debemos hacer. Para mí la política tenía y tiene ese componente cinético, un movimiento hacia alguna parte, una mejor parte. Como lo ha de tener la cultura, el arte, la enseñanza o el deporte. Debería servir a un propósito mayor que nosotros mismos. Y debería transformar nuestra realidad en una realidad mejor, sin adorar ni idolatrar a la moneda o a lo que representa. Decía Santa Teresa que el amor de Dios no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras. Con nuestros defectos y limitaciones, pero poniendo también nuestras virtudes y potencialidades en la balanza, no debemos dejar de obrar, en el aula, en el ágora, en la calle… Creo que la política trata sobre eso.
Cuando hablamos del pasado, aunque éste no sea muy lejano, tendemos a reescribir algo de nuestra historia. Espero no haber caído en exceso en este a veces inevitable ejercicio restaurador. Recomiendo vivamente la experiencia política a todo joven que tenga inquietudes sociales, ganas de aprender y de ayudar a materializar ideas en forma de propuestas concretas. Hay mucho por hacer: mucho por cambiar. Y la política sigue siendo un instrumento indispensable para ello, para transformar, para cambiar las cosas y para construir una sociedad mejor, sin desigualdades, capaz de ofrecer a todos una verdadera igualdad de oportunidades. Cuando hablas con amigos y conocidos del propio partido o de otras formaciones, la evocación de una militancia juvenil satisfactoria y formativa suele ser una conclusión muy habitual. Y es cierta. Allá donde la vida te lleve, esa experiencia actuará como un recuerdo de que los ideales y las convicciones no están para venerarlas como reliquias –o adorarlas como al César de la moneda– sino para moverse, «hacer algo» que haga posible su materialización: en fin, «obrar».

E l hombre es, por naturaleza, un animal político. La máxima aristotélica no ha dejado de planear sobre la condición humana desde la noche de los tiempos. No me di cuenta del tremendo reto que supone escribir sobre vida cristiana y militancia política hasta que el Padre Carles Such me lo propuso para este número de la Revista de Pastoral Juvenil. No es que no me lo haya planteado recurrentemente a lo largo de mis diez años de militancia en Convergència i Unió, con momentos de mayor o menor intensidad en mi implicación en sus foros y espacios de participación. Pero en la vida solemos aceptar que a veces –más comúnmente de lo que pudiéramos imaginar– las cosas suceden por un misterioso e ignoto porqué. Aceptamos que algo ha ocurrido –aun siendo instigado por nosotros mismos– sin hacer grandes cábalas y lo incorporamos a nuestro itinerario como algo que forma parte de nuestro ser. He de reconocer que mi decisión de entrar en política de partido (pues hay otras formas de ejercer la política ciudadana, desde las asociaciones de barrio hasta los sindicatos universitarios) fue algo espontánea. Totalmente buscada, sí, pero con un alto grado de espontaneidad. Fue uno de esos días en que te dices: “Tengo ganas de hacer esto y hoy lo voy a hacer”. Visto con el paso de los años creo que fue una de las decisiones más satisfactorias que pude tomar en mi adolescencia. Fue como una afirmación de mi voluntad de hacerme responsable de mis decisiones y de pensar cómo debería obrar en la edad adulta: actuando consecuentemente con las propias ideas y asumiendo la responsabilidad de los actos personales y de mis convicciones. Así que al poco de cumplir 17 años me afilié a la Joventut Nacionalista de Catalunya (JNC) y a Convergència Democràtica de Catalunya. Es importante hacer esta distinción: aunque para la mayoría de la sociedad las juventudes de los partidos son vistas como una suerte de «parroquias sufragáneas» de sus iglesias mayores, para mí la JNC no fue tal. Sabía muy poco sobre esa organización al entrar en ella y algo más sobre el partido, Convergència, pero al poco de afiliarme comprendí que en esa organización, en la JNC, crecería y aprendería, no ya sobre la política, que aprendí mucho, sino sobre la propia vida. Fue toda una escuela para mí y creo que mi formación –humana y profesional– es hoy más completa gracias a lo vivido en aquellos años tan intensos: amistades, discusiones, un periplo sin fin por toda Cataluña, pueblos y ciudades por conocer, debates intempestivos y una reflexión continua sobre lo que somos y sobre lo que queremos ser. Podría decirse que fue, prácticamente, una experiencia humanista.

Por otra parte, elegí el proyecto de Convergència, porque para mí reunía lo esencial de lo que, de acuerdo con mis creencias y convicciones personales, debiera ser el ejercicio de la política: una visión humanista de la sociedad y de la política, una exigencia en lo individual junto con los retos colectivos y una sensibilidad por la conquista de la igualdad y la justicia. «No vamos a dejar a nadie atrás», recuerdo que escuché un día, entusiasmado, al hoy alcalde de Barcelona, Xavier Trias, en un acto con jóvenes. Era el partido que creía en la fuerza de las personas y en la transformación de Cataluña en un país de oportunidades para todos. Aunque con el paso de los años no he podido dedicar tanto tiempo a aquello que tanto me apasionó de adolescente, me sigo sintiendo orgulloso de pertenecer a una gran familia política caracterizada por la diversidad de sus gentes, su pluralidad, su fe en la sociedad catalana y su compromiso con la exigencia individual –el esfuerzo– y el estado del bienestar. Cualquier opción política puede ser buena si ésta, naturalmente, concurre en un espacio de libertad de expresión y respeto y protección de los derechos de hombres y mujeres. Lo más importante es que esa opción pueda obrar, podamos hacerla obrar, como un instrumento de bien, de concordia, de solidaridad y de justicia social. Esto no siempre es fácil. Los colectivos políticos, como cualquier grupo humano, no están libres de confrontaciones y comportamientos poco edificantes (para la propia política y para la ética personal de cada uno). El ser humano, imperfecto, traslada a sus espacios de expresión colectiva sus vulnerabilidades. Sus defectos. Por eso es muy importante conjugar la propia independencia personal con los compromisos y responsabilidades que uno ha de asumir en un trabajo colectivo. Considero importante que la experiencia política te forme pero más importante es que tu capacidad crítica –constructiva y positiva– crezca a la par que la de tu formación. Es la única manera de formar ciudadanos competentes y que la vez comprometidos con la sociedad.

Llegados a este punto, debemos preguntarnos cómo hemos proyectado nuestra vocación cristiana en nuestras decisiones personales y, en este caso, en la decisión de «hacer política». Aquí siempre me atrapa una duda que suele acechar al cristiano en las no siempre pacíficas cuestiones del siglo: ¿actuar o inhibirse?, ¿pasar a la acción o hablar desde la barrera? Y entonces me acuerdo de los fariseos y herodianos que fueron a ver a Jesús y le preguntaron si era lícito pagar tributo al César (una manera de sondearlo sobre su relación con el poder y el sistema establecido). Jesús pidió una moneda y preguntó de quién era la imagen del metal. Al contestarle que del César él aseveró la conocida sentencia «Dad al César lo que es del César y a Dios lo que es de Dios». Algunos han interpretado aquí un divorcio entre lo humano-político y lo divino-espiritual pero, en realidad, Jesús trataba de manifestar que el estado simplemente no es un valor supremo. Y es verdad. Actuamos, en la profesión, en la política, con la familia, con los amigos, pensando en qué es lo mejor que debemos hacer y cómo vamos a sortear los obstáculos y las propias limitaciones. Somos humanos, acertamos y nos equivocamos. Enmendamos. Y volvemos a caminar pensando en qué debe hacerse: qué debemos hacer. Para mí la política tenía y tiene ese componente cinético, un movimiento hacia alguna parte, una mejor parte. Como lo ha de tener la cultura, el arte, la enseñanza o el deporte. Debería servir a un propósito mayor que nosotros mismos. Y debería transformar nuestra realidad en una realidad mejor, sin adorar ni idolatrar a la moneda o a lo que representa. Decía Santa Teresa que el amor de Dios no ha de ser fabricado en nuestra imaginación, sino probado por obras. Con nuestros defectos y limitaciones, pero poniendo también nuestras virtudes y potencialidades en la balanza, no debemos dejar de obrar, en el aula, en el ágora, en la calle… Creo que la política trata sobre eso.
Cuando hablamos del pasado, aunque éste no sea muy lejano, tendemos a reescribir algo de nuestra historia. Espero no haber caído en exceso en este a veces inevitable ejercicio restaurador. Recomiendo vivamente la experiencia política a todo joven que tenga inquietudes sociales, ganas de aprender y de ayudar a materializar ideas en forma de propuestas concretas. Hay mucho por hacer: mucho por cambiar. Y la política sigue siendo un instrumento indispensable para ello, para transformar, para cambiar las cosas y para construir una sociedad mejor, sin desigualdades, capaz de ofrecer a todos una verdadera igualdad de oportunidades. Cuando hablas con amigos y conocidos del propio partido o de otras formaciones, la evocación de una militancia juvenil satisfactoria y formativa suele ser una conclusión muy habitual. Y es cierta. Allá donde la vida te lleve, esa experiencia actuará como un recuerdo de que los ideales y las convicciones no están para venerarlas como reliquias –o adorarlas como al César de la moneda– sino para moverse, «hacer algo» que haga posible su materialización: en fin, «obrar».

“La política es una de las formas más altas de la caridad, porque es servir al bien común”.
De este modo definía el Papa Francisco la política durante la homilía matutina en la Casa Santa Marta el pasado mes de septiembre del año 2013. Y es que para el Santo Padre las dos virtudes del gobernante son la humildad y el amor a su pueblo, por ello ha animado, en más de una ocasión, a que los católicos nos interesemos en la política, o bien aportemos ideas y recemos por los que nos gobiernan, para que dirijan las naciones hacia la paz y el bien común. La política en sí es una realidad muy significativa y necesaria, aunque en estos tiempos esté desprestigiada. Desde una perspectiva humana y cristiana, la finalidad principal de la acción política es la consecución del bien común, y los políticos no son más que servidores públicos.

En palabras de Joan Bestard Comas, en sus “Reflexiones cristianas” radiadas desde la COPE, el cristiano que quiera vivir consecuentemente la fe y la caridad se ha de interesar por el hecho político. No todos los cristianos se sentirán llamados a una dedicación política profesional, pero sí todos deberían adquirir una mayor conciencia política y una mayor inquietud por los problemas ciudadanos. Nuestros obispos, en su instrucción pastoral “Los católicos en la vida pública”, destacan “la nobleza y dignidad moral del compromiso social y político y las grandes posibilidades que ofrece para crecer en la fe y en la caridad, en la esperanza y en la fortaleza, en el desprendimiento y en la generosidad; cuando el compromiso social o político es vivido con verdadero espíritu cristiano se convierte en una dura escuela de perfección y en un exigente ejercicio de las virtudes. La dedicación a la vida política debe ser reconocida como una de las más altas posibilidades morales y profesionales del hombre” (C.V.P., 63).
Continuando con la cita a Joan Bestard, es verdad que la fe cristiana no nos ofrece soluciones políticas de tipo técnico, pero nos exige estar presentes en la vida pública porque precisamente en ella encontramos al hombre concreto con todos sus problemas, del que nos habla el capítulo 25 del Evangelio de San Mateo:
“Cuando el Hijo del hombre venga en su gloria acompañado de todos sus ángeles, entonces se sentará en su trono de gloria. Serán congregadas delante de él todas las naciones, y él separará a los unos de los otros, como el pastor separa las ovejas de los cabritos. Pondrá las ovejas a su derecha, y los cabritos a su izquierda.
Entonces dirá el Rey a los de su derecha: Venid, benditos de mi Padre, recibid la herencia del Reino preparado para vosotros desde la creación del mundo. Porque tuve hambre, y me disteis de comer; tuve sed, y me disteis de beber; era forastero, y me acogisteis; estaba desnudo, y me vestisteis; enfermo, y me visitasteis; en la cárcel, y vinisteis a verme.
Entonces los justos le responderán: Señor, ¿cuándo te vimos hambriento, y te dimos de comer; o sediento, y te dimos de beber?, ¿cuándo te vimos forastero, y te acogimos; o desnudo, y te vestimos?, ¿cuándo te vimos enfermo o en la cárcel, y fuimos a verte?
Y el Rey les dirá: En verdad os digo que cuanto hicisteis a unos de estos hermanos míos más pequeños, a mí me lo hicisteis”.
La Iglesia venera entre sus santos a quienes han servido a Dios a través de su compromiso en las actividades políticas y de gobierno. Entre ellos, me permito destacar a santo Tomás Moro, patrón de los gobernantes y políticos, que supo testimoniar hasta el martirio la inalienable dignidad de la conciencia. Aunque sometido a diversas formas de presión psicológica, rechazó toda componenda, y sin abandonar la constante fidelidad a la autoridad y a las instituciones que lo distinguía, afirmó con su vida y su muerte que el hombre no se puede separar de Dios, ni la política de la moral. (Congregación para la doctrina de la fe, nota doctrinal sobre cuestiones relativas al compromiso y la conducta de los católicos en la vida política).
Los laicos cristianos tenemos la obligación de poner nuestro talento al servicio de la sociedad. Debemos comprometernos en la construcción de un mundo más justo y humano. Y si, además, tenemos vocación y preparación, no podemos dudar ni un momento en tomar parte activa en las tareas de los partidos políticos a fin de conseguir una eficiente organización económica, social y administrativa de la sociedad que esté al servicio de todos los ciudadanos, especialmente los más necesitados.
Los católicos que nos afiliamos a un partido político podemos aportar una postura humanizadora, una postura de honrado servicio al bien común, una crítica constructiva y transformadora y capacidad creativa. En definitiva las herramientas útiles para cambiar las estructuras sociales injustas, la acumulación de riqueza en pocas manos, decisiones socio-económicas monopolizadas en un sólo grupo, el reparto equitativo de las cargas fiscales y trabajar duramente para que los ciudadanos adquieran un nivel elevado de bienestar.
Dicho lo cual, dejo clara que mi opción política es Unión, Progreso y Democracia (UPyD). La alternativa moderada, sensata, alejada de discursos de odio o enfrentamientos, una alternativa unificadora. Ni la izquierda anticlerical con la mente puesta en tiempos pasados con ánimos de revancha, ni la derecha ultraconservadora que nos hace más mal que bien, alejando a los jóvenes de nuestra fe con discursos dogmáticos y sin crítica. Los católicos debemos ser gente tolerante, integradora, dispuesta al diálogo esquivando sectarismos. Jesús no tuvo ningún pudor ni con las prostitutas ni con los leprosos, ni con los gobernantes ni con los sacerdotes: no miró con quién, sino el cómo, abandonó la palabrería y tomó el ejemplo.
Así es como veo a UPyD. Me apasiona su lucha incansable por la igualdad en todos los aspectos: que nuestro voto valga lo mismo con independencia del lugar donde vivamos; la lucha contra los privilegios fiscales de vascos y navarros, en que la práctica supone que comunidades más pobres hagan un esfuerzo económico para que los más ricos reciban más; y por supuesto la defensa del Estado laico.
No podemos estar confundidos y debemos ser los primeros en defender un Estado laico. Laico, que no anticlerical. Y es que, como dijo otra vez el Papa en su último viaje a Brasil: “La convivencia pacífica entre las diferentes religiones se ve beneficiada por la laicidad del Estado, que, sin asumir como propia ninguna posición confesional, respeta y valora la presencia del factor religioso en la sociedad”. Voy más allá, debemos dar ejemplo de sacrificio y responsabilidad, siendo nosotros mismos quienes sostengamos nuestra Iglesia, en una señal clara de compromiso con nuestra comunidad y con los demás.
Además de la igualdad, nuestro campo de acción particular deben ser las políticas sociales. Sin duda, aquí tenemos mucho que decir y enseñar. Aquí es donde debemos convertirnos en un auténtico grupo de presión para ayudar a los que más sufren. En definitiva debemos ser auténtica Iglesia promoviendo su doctrina social “que nadie esté por encima de la Ley, y nadie fuera de su amparo”. Por ello apoyo políticas como la ley de segunda oportunidad o la dación en pago (¿acaso no hay nadie que merezca una segunda oportunidad, sobre todo cuando peor lo está pasando?); la lucha incansable contra los intolerables datos de pobreza infantil y exclusión social en España; la integración de las minorías y los marginados; una educación y una sanidad estatales y públicas, en las que nadie quede desamparado y no se produzcan rechazos ni desigualdades entre españoles; igualdad real entre hombres y mujeres, sin que prevalezca ningún sexo ni se discrimine a uno frente a otro, ni siquiera bajo la inexistente discriminación positiva; la lucha por lo justo defendiendo al más débil, como en el caso de los estafados por las preferentes y los escándalos de Bankia; el rechazo a las prebendas o privilegios que, aún correspondiéndonos, no consideramos apropiadas, aunque signifique ir contracorriente: sillones en las cajas de ahorros, en las empresas públicas, en las televisiones autonómicas…; defensa a ultranza del derecho constitucional a la libertad religiosa en sus dos vertientes, incluida la libertad de culto sin que se produzcan ofensas bajo una mal entendida libertad de expresión…
No trato, ni mucho menos, de convencer a nadie, más bien es una pequeña reflexión de mis motivos como joven, como miembro de la sociedad, y sobre todo como católico, para prestar mi voto a este pequeño partido que tantos logros, en pro de los demás y del bien común, está consiguiendo.
Empecé con una frase del Papa Francisco, y me gustaría terminar con otra: “Una persona que, pudiendo hacerlo, no se involucra en política por el bien común, es egoísmo; una persona que use la política por el bien propio, es corrupción”.

Candelaria Rocío Guisado Guapo
secretaría comisión ejecutiva regional psOE
(extremadura)

Soy de Domingo de Ramos, de misa de domingo, de rezar ante las adversidades, de mantilla y peineta de luto de Jueves Santo, de Semana Santa y militante de Juventudes Socialistas de España, en concreto de Extremadura. Sí, he dicho bien, de Juventudes Socialistas de España, la organización juvenil del Partido Socialista Obrero Español (PSOE).
Mi nombre es Candela, tengo 30 años y ocupo una secretaría en la Comisión Ejecutiva Regional de dicha organización política.
Puede parecer algo contradictorio que militando en Juventudes sea tan católica y tan creyente y practicante como lo soy, pero nada más lejos de la realidad. Me defino como una persona feminista, que cree en la igualdad, en la justicia social, en la solidaridad, y en Dios. Y estoy segura de que todo esto de lo que hablo se adapta perfectamente a la fe cristiana; otra cosa es como lo interprete cada uno esta fe de la que hablo.
A pesar de ser creyente, católica y practicante hay cosas con las que no estoy de acuerdo dentro de la Iglesia, pero supongo que, como todo el mundo, no vas a estar de acuerdo al cien por cien con todo porque eso es prácticamente imposible. No por ello me considero menos cristiana que otros o no por ello siento que traicione la palabra de Dios y es que Dios, que está en todas partes, sabe bien a lo que me refiero y lo que con esto quiero decir y estoy segura que, incluso, yo interprete mejor su palabra que muchos de los que aprueban la Iglesia con todas sus cosas al cien por cien y se jactan de ser buenos cristianos.
Cuando voy a misa no me siento bien dando mi pequeña aportación en el cepillo de la Iglesia y no dando a gente que está pidiendo en la puerta. Estoy harta de ver cómo se llena el cepillo y luego ver a la gente salir de misa e ignorar a aquél que pide en la puerta, como si no hubiera nadie, como si de repente se hubieran vuelto invisibles y, ese “invisible” precisamente es quien está necesitado de cosas básicas como son comida, medicamentos y ropa; seguro que Nuestro Padre agradece más ese gesto que cualquier otro. El gesto de ayudar al prójimo.
Desde hace mucho tiempo, años, todo lo que está dentro de mis posibilidades dar, se lo doy a gente que lo necesita y no colaboro con el cepillo porque aunque te garanticen que ese dinero irá destinado a ayudar a gente con necesidades básicas, yo prefiero dárselo directamente a aquellas personas que me encuentro por mi camino y que veo claramente que lo necesitan; así me aseguro yo por mí misma y eso sí que me reconforta como cristiana o, ¿acaso Dios Padre no nos dijo que ayudásemos al prójimo? Pues eso hago yo. No me gusta contar estas cosas pero si mis palabras sirven como ejemplo, bienvenido sea mi testimonio.
A colación de todo lo anterior en mi organización política una de las cosas que tenemos claras es que precisamente lo que hay que hacer es luchar para que la gente que se encuentra en estas situaciones tan precarias no lleguen a ese estado de necesidad y, si lo están, hay que intentar que salgan de su situación de pobreza ayudándoles mediante reintegración en la sociedad, colaborando con ellos. Todas estas situaciones, en muchos casos, se pueden evitar poniendo medidas previas y tratando a todo el mundo por igual, dejando a un lado el concepto de “rico” y “pobre”. Y es que no es lo mismo caridad que solidaridad. Nosotros optamos por la solidaridad, que a simple vista puede parecer lo mismo, pero nada más lejos de la realidad. Con la solidaridad nos referimos a la adhesión circunstancial a la causa o a la empresa de otros y con la caridad nos referimos a la limosna que se da o auxilio que se presta a los necesitados. Puede parecer lo mismo, pero no lo es; con caridad damos ayuda puntual pero no ayudamos a salir de la situación de precariedad, mientras que si hablamos de solidaridad significa que de algún modo nos “unimos” a esa persona para ayudarla no sólo con una aportación o colaboración puntual, sino que también se intenta dentro de la medida de lo posible evitar que siga en su situación.
Otro de los temas “espinosos” es el aborto. Quizás sea atrevida al tocar este tema pero considero que es imprescindible contar mi parecer sobre ello.
Siempre que he podido me he manifestado a favor del aborto y muchos pensarán que qué mala cristiana; mi explicación a esto no es otra que estar a favor de la vida, sí, he dicho bien, a favor de la vida, pero de la vida DIGNA. ¿O acaso una persona que no va a tener una calidad de vida digna se merece venir a este mundo? O, una madre que sabe que no podrá darle a su hijo todo lo que ella quisiera simplemente porque no tiene o no puede, ¿eso es reprochable? Yo creo que no. Es más, me parece de una valentía admirable por parte de esa madre tomar ese tipo de decisiones porque dicen que no hay amor más grande que el de una madre a un hijo y eso es precisamente amar a tu hijo, tomar una decisión sabia y responsable porque ya que vas a traer un retoño al mundo que sea para tenerlo de la mejor manera posible y dándole todo lo que puedas y no por eso una mujer va a ser menos madre o más mala madre o más mala persona. En este tema me siento un poco rara, ya que la gran parte de la comunidad cristiana sé que no me entiende pero quien me tiene que entender soy yo a mí misma y Dios, y saber qué es lo que quiero para los demás y siempre quiero el bien para el prójimo como para mí misma. Y aquí viene una de las cosas buenas, entre otras muchas, que tiene militar en un partido como el mío, y es que todo el mundo es respetado y tratado por igual indistintamente de cual sea su forma de pensar dentro de los límites de lo correcto, del respeto y de la educación, valores los cuales son insignia porque si algo llevamos por bandera es la libertad, la libertad de expresión y el respeto por los demás.
Militar en Juventudes Socialistas me aporta muchas cosas, y ente ellas es la gran familia que formamos entre todos, esto me lleva a pensar en la gran similitud que tenemos los cristianos, ya que también formamos parte de una gran familia: formamos la gran comunidad cristiana, católica.
También me gustaría resaltar la gran labor que está llevando a cabo nuestro Pontífice, gran ejemplo a seguir en la Iglesia Católica por sus actos y sus palabras, ya que cada vez se está acercando más a la realidad y cada vez la Iglesia es más consciente de lo que hay en el mundo. Creo que los católicos necesitábamos un referente así porque más que nunca se están resaltando los valores de la Iglesia, los valores de verdad, no ésos que se han ido desgastando o modificando cada cual a su antojo y semejanza y han sido usados de formas inadecuadas para justificar ciertos comportamientos o ciertas actitudes que no tienen nada que ver con la fe cristiana, y que al final han sido interpretados de distinta forma a lo que realmente son, o eran.
Me gusta la valentía con la que el Papa Francisco habla, la valentía que pone en sus actos, me gusta saber que es un cristiano católico de verdad. Me gusta porque sólo en él veo reflejada la palabra de Dios, la cual, desde hacía mucho tiempo, no veía reflejada en Pontífices anteriores y eso ya me estaba empezando a preocupar.
Esto es un breve reflejo de mi vida como mujer socialista católica y practicante. Podría entrar en muchos más temas y extenderme un poco más pero creo que con lo que he escrito se ve perfectamente cómo pienso y lo que opino respecto a dichos temas. Sólo espero que estas palabras den que pensar sobre muchas cosas a más de uno/a y a debatir sobre ciertos valores, que se eliminen muchos tabúes sobre ser socialista y ser creyente y comulgar con la fe cristiana y la Iglesia católica, y espero que se empiece a entender el concepto de que ser cristiana no implica aceptar todo de la Iglesia en todo lo que dice al cien por cien, ya que no por ellos se es más o mejor católico.

Celia Pastor Valiente
24 AÑOS. militante partido popular
(almansa)

Me llamo Celia Pastor Valiente, tengo 24 años, vivo en Almansa y llevo militando en el Partido Popular 3 años. Cuando me propusieron escribir un artículo en el que expresara mi vivencia como creyente y como militante del Partido Popular, acepté pero en mi interior surgió una inquietud, por no saber si podría expresar con toda la claridad que yo quisiera, un aspecto tan personal como es el de armonizar mi vida como creyente y militante a la vez. Tengo que decir que procedo de una familia, que desde pequeña me ha ido inculcando una fe, que con el paso de los años la he personalizado y me ha ayudado a forjarme una personalidad con unos valores muy sólidos. Mi fe me ha llevado a ser una persona luchadora, intentando vivir coherentemente con lo que creo, pienso y hago en mi día a día.

Esto me ha llevado en muchas ocasiones a vivir en conflicto personal, pues hay muchos estilos de vida, incluso en mi propia pandilla y a veces mantener mi identidad frente a otra personas no es fácil, porque corres el riesgo de quedarte aislado.
Hoy no es fácil vivir como creyente y militante, sobre todo en esta sociedad, que no busca planes a largo plazo, más bien busca la inmediatez de satisfacer lo que me apetece en el momento.
Es más fácil vivir en la mediocridad, que vivir formando parte de un proyecto con metas a corto y a largo plazo.
Hace un tiempo escuché una frase que me llamó mucho la atención: “Sólo se puede construir una sociedad diferente con personas diferentes”. Me llamó la atención, porque yo quiero formar parte y contribuir con mi humilde aportación a la creación de una sociedad diferente, que reconozca que nuestro pasado es importante, porque construimos sobre la base de donde otros trabajaron, donde haya unos principios y valores por los que debemos regirnos todos. Éstos deben ser como los raíles de un tren, para que éste no descarrile por cualquier lado.
Estos principios y valores, deben reconocer la importancia de la familia, la importancia de la vida, la dignidad de las personas en todas y cada una de sus etapas, la superación, el esfuerzo, la verdad, el respeto desde el diálogo, que no es lo mismo que decir que todo vale.
Desde estas premisas, me involucré en el Partido Popular, porque se aproxima más a mi forma de pensar, de actuar y de vivir mi fe como creyente.
Para mí es un partido valiente, no busca agradar el oído de las personas con cantos de sirenas, pero sí sabe escuchar y ver lo que necesita la sociedad.
Mis padres me educaron proporcionándome todo lo que necesitaba y un poquito más, pero no cediendo en lo esencial. De esta forma entiendo y veo la política del Partido Popular, pues quiere presentar un proyecto nuevo, innovador, que ayude a crecer a nuestra sociedad a elevar y erradicar la mediocridad que nos han traído proyectos aparentemente sociales y progresistas por parte de otros proyectos políticos con ideologías distintas al partido que yo pertenezco. Han buscado dormir nuestras conciencias y apagar el espíritu constructivo, renovador, luchador y crítico que deberíamos tener todas las personas.
Todo ello lo veo plasmado en el gran proyecto educativo liderado por el Partido Popular, donde se quiere promover la cultura del esfuerzo, de la superación y del espíritu crítico constructivo y renovador que toda sociedad necesita. Lo veo reflejado en las políticas sociales, que a pesar de lo que piensan ciertos grupos de presión, buscan la solidaridad entre todos los españoles, ayudar al que más lo necesita y defender a los sectores más vulnerables. Se aprecia también en todas las políticas enfocadas a los emprendedores a nivel de empresas y de autónomos, donde se ayuda al que realmente quiere trabajar y realizarse con su trabajo.
Me siento cómoda en este partido, porque como creyente que soy, siempre veo una mano tendida a la Iglesia Católica de la cual formo parte de manera activa como catequista en la parroquia de mi barrio.
Me duele cuando se quiere excluir a la Iglesia de manera deliberada de la sociedad por parte de ciertas formaciones políticas, con la excusa de que representan una sociedad del pasado de la cual nadie de mi generación ha conocido, si fuera verdad. El verdadero motivo es que la Iglesia es uno de los pocos sectores críticos de nuestra sociedad que aún quedan y que no usan la crítica para buscar beneficio propio sino todo lo contrario: Ayudar a liberar a la persona, dar esperanza, denunciar situaciones sangrantes que a la sociedad le incomodan y mira para otro lado, como es la situación de los sin techo, familias desestructuradas y carentes de lo más básico. La situación de tantas personas que están viviendo en nuestro país en el umbral de la pobreza. La situación de tantas personas en riesgo de exclusión social debido a la droga, el alcoholismo, la enfermedad o la soledad de nuestros mayores.
Estas situaciones son conocidas gracias a la Iglesia y remediadas en parte por los diferentes movimientos católicos tales como Cáritas, Manos Unidas, voluntarios, creyentes de a pie como yo, sacerdotes, religiosos y religiosas a través de fondos obtenidos por las diferentes campañas que organizan para dichos fines y en otras ocasiones a través de los convenios y subvenciones con las administraciones.
Este partido no es sectario y está abierto a muchas ideas, propuestas y decisiones concretas que a veces entran en conflicto con mi persona y mi conciencia. Soy realista y sé que para ganar ciertas guerras hay que perder ciertas batallas. Son las renuncias que hay que hacer en más de una ocasión para obtener un bien mayor.
Pero por encima de todo está mi conciencia que, gracias a Dios, este partido nunca me ha obligado a renunciar.
Quiero terminar compartiendo con todo aquel que lea estas sencillas letras, que me siento orgullosa de lo que soy, que quiero formar parte en la construcción de una sociedad distinta de la que he heredado, sabiendo que tiene muchas luces pero decidida a combatir sus sombras y que tengo la suerte de poderlo hacer militando en un partido que está dispuesto a ello, como es el Partido Popular, respetando mi persona, mis convicciones y, por supuesto, mi fe.

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