JOSÉ, EDUCADOR DE JESÚS – Fernando Negro

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Fernando Negro

El padre de familia es el perfecto complemento para que la tarea de la madre se vea fortalecida desde una autoridad firme que da seguridad al niño/a, sobre todo cuando la relación entre los esposos está bien amalgamada por el amor.

Un buen padre tiene claro que la autoridad que dimana de él no es un rol o máscara de autoritarismo, sino que sobre todo es un valor que nace de dentro, de la convicción profunda de su ser. Esa convicción unifica todo el ser, lo hace ser y mostrarse de una pieza, sin por ello caer en la rigidez emocional ni en el fundamentalismo ideológico.

José aparece en el evangelio como esposo de María y como padre de Jesús. Por tanto estuvo metido de lleno en la educación de Jesús de Nazaret, a pesar de que no fuera su padre biológico. ¿De qué modo debió haber contribuido José en la educación de Jesús? Haciéndonos eco de lo que un padre bueno es, podemos decir que José fue un padre extraordinario, curtido además en la noche oscura de la fe.

José estaba enamorado de María y ella de José. Ya estaban legalmente comprometidos mutuamente según la costumbre judía. Sin embargo su esposa está encinta antes del día de la boda. José se altera, piensa que María le ha sido infiel, no entiende lo que pasa pues ella es una mujer excelente, durante las noches no puede dormir con las pesadillas de un posible apedreamiento de María… Y en medio de la oscuridad, en la noche, un ángel de paz le dice que no tema, que Dios está de por medio y que el niño en el vientre de Maria es obra del Espíritu Santo.

Sigue sin entenderlo, pero asiente como María a quien toma por esposa. Y luego viene el nacimiento en la pobreza de Belén, la persecución e Herodes, el exilio a Egipto, la vuelta a casa, la rutina  sorprendente en el taller de Nazaret donde su hijo Jesús iba creciendo. Como buen judío, José llevaba a Jesús a la sinagoga. Debió ser impresionante lo que Jesús veía en su padre cuando cada sábado, junto con María iban a la sinagoga de Nazaret. Un día Jesús, hablando de la oración, recordaba a José que le contó la historia de un padre bondadoso que tenía dos hijos… el padre daba siempre cosas buenas a sus hijos y que así debía ser el padre del cielo, aunque todavía mejor.

Santo Tomás de Aquino dice que de Dios sólo podemos hablar por analogías. Una analogía es como un ejemplo de la realidad que nos conduce a una conclusión mayor, sacada de una experiencia o simbología de la vida cotidiana, para concluir que Dios es eso y algo más y mejor que lo vivimos aquí y ahora.

Pues bien, Jesús se refiere constantemente a Dios como Padre que es clemente, compasivo, paciente, misericordioso y amoroso. No es de extrañar que Jesús hubiera ido descubriendo esta imagen de Dios a lo largo de su infancia, precisamente de la mano de su padre José el carpintero de Nazaret. Y su relación con su padre debió ser cercana y profunda, pues cuando lo identificaban como paisano, decían que era el hijo de María y de José “el carpintero”.

José, desde la consistencia de su fe a prueba de noches y sobresaltos, enseñó a Jesús el valor de la firmeza sin autoritarismo, de la seguridad en el proceso de su crecimiento, de la claridad conceptual a nivel de comprensión intelectual, de su identidad como judío, de cercanía con la dureza de tener que ganarse la vida con el sudor de la frente. El papa Francisco decía en su homilía del 1 de mayo de 2013: “La dignidad no nos la da el poder, el dinero, la cultura, ¡no! ¡La dignidad nos la da el trabajo!”.

Así es como la persona que educa también ha de actuar hoy y siempre con sus alumnos/as. Todo padre y madre son por definición “educadores”. Cuanta más congruencia amorosa haya entre esposo y esposa, tanta más seguridad sentirá el hijo dentro y fuera de casa, y mayores serán las garantías para un proceso de crecimiento armoniosamente construido, sin fisuras.

Calasanz veía en San José un excelente icono de lo que significa la figura del educador, por eso, en varias de sus cartas recurre a él como intercesor. Cuando la Orden estaba amenazada de ser extinguida, escribía en una de sus cartas: “Me alegro con usted y con todos nuestros padres de la solemnidad celebrada ahí, en nuestra iglesia, en honor del patriarca San José. Impetre él, por su bondad, de Cristo, su hijo adoptivo, el remedio de los disturbios y pruebas de nuestra religión.”[1]

Una de las mayores crisis de la sociedad postmoderna es que los padres se han despistado y, desde una manera desdibujada de entender el rol de ser padres-educadores, han abdicado de su misión y de su autoridad. Ello ocasiona a menudo una tal desorientación emocional en los hijos/as, que éstos crecen al amparo de múltiples inseguridades e inconsistencias que el paso del tiempo se ocupa de cobrar.

Jesús por el contrario iba creciendo, nos lo dice el evangelio, en estatura, gracia y sabiduría. Hoy día los psicólogos/as y educadores/as llaman a esa manera de crecer, educación global o holística, donde se establece la armonía desde dentro, afectando a todas las áreas del ser. El centro fundamental de donde surge la vitalidad o energía educadora de la persona es el espíritu. El espíritu, donde reside a la vez el ser real y la imagen de Dios, es nuestro mejor aliado en el crecimiento personal. Jesús lo tenía muy bien trabajado por influencia de sus padres que, sin ninguna duda, bebían de ahí el agua viva que daban de beber a su hijo Jesús de Nazaret.

La Orden de las Escuelas Pías ha tenido y siguen teniendo como patronos de la Orden a Joaquín y Ana, los padres de María. ¿Razón? Porque si ellos fueron capaces de educar a una bella y maravillosa hija, Miriam de Nazaret, también ellos son modelos de las personas que educan para los escolapios, que nos empeñamos en la obra artesanal de hacer que la imagen de Cristo se forme en las entrañas de nuestros alumnos/as. Lo mismo podemos aplicar a María y José, padres de Jesús.

Calasanz quería que el superior fuera un padre bueno, que se adapta a las circunstancias de cada persona y cada comunidad, que sabe ver los valores y dones de cada uno, para animarlo a que los cultive en provecho del bien común. “Le recomiendo cuanto me es posible que trate de ganarse el corazón de todos esos religiosos con benignidad paterna. Para que cada uno emplee de buena gana su talento.”[2] “Usted conoce por experiencia las tribulaciones a que están sometidos los superiores. Es necesario, pues, que tenga buen ánimo y confíen en el auxilio divino y sepa valerse del talento de los súbditos, tratando a los buenos con cariño, y a los obstinados, con las correcciones necesarias.”[3] “No disimule cosa alguna. Porque muchas veces la indulgencia perjudica grandemente a los súbditos.”[4]

Cuando los padres no cumplen con su trabajo de educadores y acompañantes de los hijos/as, ya lo hemos dicho antes, quienes lo pagan son los hijos. Calasanz hablaba ya de los padres que de alguna manera influían negativamente en los hijos y en la escuela Calasancia: “Cuanto se ha dicho al señor Vicario le puedo asegurar que siempre ha habido algunos que se han quejado, aún de maestros óptimos; los padres de los alumnos no corresponden como debieran y Dios sabe qué ejemplos les dan; los emplean en muchos servicios, y las letras requieren todo el ingenio y todo el trabajo si se quiere provecho pronto. Estamos seguros de que la falta no viene de nosotros.”[5]

[1] DC 118; 20/04/1647

[2] DC 558; 02/02/1642

[3] DC 551; 13/07/1641

[4] DC 569; 23/10/1626

[5] Al P. Santiago Bandoni; Roma, 19/06/1631