HASTA DONDE LLEGA NUESTRA MIRADA Descarga aquí el artículo en PDF
Jorge A. Sierra (La Salle)
Hace unos años me gustó la premisa inicial del libro de J. Marauder Llegamos allá donde fijamos la mirada. Vivir hoy la vocación (Sal Terrae, 2007). En él explica que «mirar», como acción constante si tenemos los ojos abiertos, siempre es un gerundio, es decir, supone una actitud constante de estar activos. No es solamente «echar una mirada» a lo que nos rodea, a los otros, a lo que hacemos en cada lugar. Es fijar la mirada con interés tratando de descubrir aquello que se nos escapa en el cotidiano vivir. Los agentes de pastoral tenemos que fijar la mirada de manera decidida y constante en personas, acontecimientos y experiencias para no perdernos nada de lo que ocurre.
Pero, si como sugiere el título nuestra meta está condicionada por la amplitud de la mirada, será necesario «mirar más allá», es decir, ampliar los horizontes. Y eso supone un esfuerzo notable. Implica que no vamos a contentarnos con lo ya experimentado y sus ricos o pobres resultados. O con lo que hemos hecho desde hace más o menos tiempo y que lleva la etiqueta de la experiencia. O con lo que hemos trabajado en otras épocas, que ha sido mucho y bueno, pero que hoy en día quizá necesita que le demos una vuelta para explorar otros universos, otras formas y maneras de hacer. Es un mirar más allá de nosotros mismos, de lo nuestro, para abrirnos a otros que trabajan en lo mismo, que tienen buenas ideas y que son capaces de compartirlas.
Frente al «adanismo» de nuestra época («descubre que has estado abriendo el zumo mal toda tu vida», como a veces se ve en las redes sociales), somos deudores del buen trabajo de los que nos han precedido. Pero no podemos seguir viviendo de las rentas como «si cualquier tiempo pasado fuera mejor». Seguramente tendremos que explorar lo bueno conseguido y aprovecharlo. Y también, cómo no, acertar a ver los errores, que quizá los hubo, pero que pueden servir como una buena escuela de aprendizaje.
Aceptamos que queremos construir un nuevo estilo de hacer y de obrar
Pero este horizonte amplio entraña cierta incertidumbre que no podemos obviar. Implica adentrarse en una maraña difícil, que no podemos resolver de un plumazo. Pero con una diferencia: no vamos solos, sino que compartimos el camino que hemos empezado. Además, aceptamos que queremos construir un nuevo estilo de hacer y de obrar. Y ello nos lleva a cambiar los moldes en que hemos vertido la sabiduría de antaño (no nos valen los moldes antiguos) y debemos caminar y explorar nuevos modos de proceder. De esta forma, el «más allá» nos genera, cómo no, ilusión, porque nos permite levantar la mirada y descubrir otros modos, otras historias, otras formas de proceder; acaso diferentes de las que nos habíamos imaginado.
El «gerundio de la mirada» nos impulsa a caminar hacia adelante, a otear, a hacer de vigías, a estar atentos a los signos que nos lleguen, que pueden surgir en los lugares más sencillos: en ese rato de café o charla compartida, en ese momento de intercambio sereno con uno o con oro, en ese breve momento de oración, en la charla informal que comienza con unas preguntas y deriva en soluciones o pistas, etc.
Anunciar a Jesús es caminar con otros, haciéndonos preguntas y buscando las respuestas
Anunciar a Jesús es caminar con otros, haciéndonos preguntas y buscando las pocas o muchas respuestas que nos vayan llegando, no cerrando la puerta a la pregunta incómoda o aquella que nos causa cierto desasosiego. Todas ellas son bienvenidas porque del diálogo sereno y honrado va surgiendo la verdad y a luz a nuestros interrogantes; pues nadie se siente en este momento poseedor de la verdad plena. Es mirar el horizonte con esperanza. Es caminar con la vista erguida, levantar el cuerpo con decisión para aprehender el horizonte anhelado.
Si ya unimos esa mirada con «lo vocacional», evitando caer en el «sacar vocaciones», aunque a todos nos gustarían mejores números, nos damos cuenta enseguida de que es necesario saber preguntar para facilitar que se pueda obtener una respuesta. Es urgente estar atentos para que aquellas preguntas que toda persona debe/puede hacerse sobre su vida, las pueda hacer —eso lo primero, sin silencios forzados— y les facilitemos las herramientas adecuadas y acompañemos en esa búsqueda de formular bien las preguntas para encontrar las respuestas que mejor encajen con los interrogantes planteados.
Lo que aquí forjemos no son reflexiones inútiles. Están ancladas en el hondón de nuestro vivir, el de cada uno, porque las variadas cuestiones responderán a algo primordial. Yo, con mi vida, ¿qué hago? ¿A qué (quién) respondo? Pues la pregunta está hecha ya desde el primer momento de nuestro existir y completada desde el momento en que somos capaces de acogerla y empezar a responderla con honestidad. Por eso, el esfuerzo que nos planteemos aquí no será solamente para otros, será también para nosotros mismos, si queremos que aquellos que se nos confían como acompañados puedan disfrutar del camino a recorrer juntos porque otros han tenido la experiencia parecida de enfrentarse a las mismas dudas, acaso los mismos miedos, también, cómo no, parecidas o novedosas soluciones. Y, entonces, aquellos a los que acompañemos se pueden sentir que el que acompaña no da soluciones de receta aprendidas en libros o lecturas, sino en el libro abierto de su vida que también se pone en juego.
Un último apunte a la «persona» del verbo «mirando» que estamos desgranando: siempre en primera persona del plural. Un «nosotros» amplio, cada uno desde su vivencia e historia concreta. Sin exclusividades, pero sí valorando la diversidad y los matices o «colores» particulares de cada experiencia. Ser cristiano comporta vivir queriendo, amando e involucrándose en todo lo que puede hacer crecer el Reino, es decir, con las personas, desde una Buena Noticia que hay que descubrir y que tenemos que acertar a transmitir y compartir. Desde lo que cada uno aporta engrandecemos nuestra Iglesia mirando juntos para que nuestra vocación sea reflejo de una respuesta a la llamada de Jesús.
Ser cristiano comporta vivir queriendo, amando e involucrándose en todo lo que puede hacer crecer el Reino.