Iniciamos este número dedicado a la Pastoral con Jóvenes y la Política, con una presentación que intenta poner marco al tema desde la misma propuesta vivida por Jesús de Nazaret. El autor da siete pasos para ubicar el tema de la política en ‘la cuestión Jesús’. Como se puede claramente concluir, no es posible entender el Anuncio del Reino y la propuesta de Jesús sin el contexto político de su tiempo y desde categorías políticas. Es un sencillo pórtico que nos abre el tema de este mes con fundamentos bíblicos y cristológicos
La política es la actividad de quienes rigen o aspiran a regir los asuntos públicos. Tiene que ver con cómo una sociedad resuelve los problemas de su convivencia colectiva. Max Weber atinó al definir la política como «la aspiración a participar en el poder».
En el antiguo Israel no había una clara separación entre la religión, la moral, la ley y la política. En el AT convivían diferentes instituciones: reyes, profetas (que serían semejantes a los medios de comunicación actualmente), ancianos, etc, que eran parte de un sistema que tenía como centro la Torah. Sin embargo una cierta separación entre estado y religión se percibe en la existencia simultánea del sacerdocio hereditario, la profecía carismática y del rey de Israel.
Es importante tomar conciencia, para no proyectar nuestra realidad sobre el mundo de Jesús, que la cosmovisión, la realidad social, incluso la concepción de la persona, eran muy distintas de las de nuestra época, las cuales están influidas por la revolución francesa y su división de poderes, que acabaron separando la religión de la política. Esta división no se encuentra en el mundo antiguo, donde la religión estaba imbricada en la vida social y política, tanto en las sociedades griega, romana como judía. En el mundo grecorromano había dos ámbitos de experiencia: el político y el doméstico, dentro de los cuales se subsumían el religioso y el económico.
La definición de Max Weber sobre la política define bien lo que ocurría en tiempos de Jesús. Se suele señalar que los valores fundamentales del mundo mediterráneo eran el honor y la vergüenza, pero el verdadero valor era el poder. Una lectura de Flavio Josefo en la Guerra de los Judíos, en la que desarrolla las intrigas, asesinatos y torturas de los Herodes por mantener el poder, dejarían la política actual en un mero juego de niños.
El contexto político de Jesús era el de una nación, Israel, invadida por Roma, que cobraba impuestos y regía el país. Esto generó una resistencia activa del judaísmo que reforzó su identidad a través del cumplimiento de la Torah, la búsqueda de la santidad y de las normas de pureza.
Puede ilustrar este contexto social del siglo I, se puede señalar que el nombre «Jesús» es el mismo que «Josué» en hebreo. El nombre Jesús, («Yahve salva» según Mt 1, 21) es toda una declaración de principios. Josué fue el sucesor de Moisés, el que reunió a las tribus, atravesó el Jordán y conquistó la tierra prometida. El nombre «Josué», «Jesús», es el sexto nombre más popular de su tiempo (detrás de Simón, José, Lázaro, Judá y Juan) en Palestina. Seis de los nombres más populares eran los de la familia hasmonea, los de Matatías y sus cinco hijos. Eran nombres patrióticos. Estos nombres nos indican el deseo político social y religioso de la época de Jesús. El nombre Jesús inspiraba la liberación y reconquista de la tierra a los romanos.
Un segundo aspecto a desatacar es que Jesús murió en una cruz, una tortura romana. El cartel de la cruz no deja lugar a dudas, Jesús muere por su pretensión de ser «rey de los judíos». Era una advertencia para el próximo que se atreviera. La cruz quería generar miedo en la población. Se trató de una muerte política. Lo sorprendente es que esta clase de muerte afectara a la identidad de Jesús de Nazaret. El resucitado para Marcos es ahora: «Jesús de Nazaret, el Crucificado» (Mc 16, 6). Así que será reconocido por sus heridas (Lc 24, 40; Jn 20, 27). Dios asumió la muerte política de Jesús y ésta pasó a formar parte de su identidad y esencia.
El tercer aspecto nada desdeñable es que Lucas recuerda y asocia el nacimiento de Jesús con el censo de Augusto. Este hecho provocó el levantamiento de Judas el Galileo, cuyos hijos estarán envueltos en la revuelta zelota que ocasionará la destrucción del Templo y de Jerusalén en el año 70. Es decir, que Jesús nació en un tiempo convulso, en el cual se generaron heridas no cerradas, que terminarán desencadenando la guerra judía contra el imperio romano en los años 66-70 d.C.
Un cuarto aspecto a destacar es cómo los evangelios nos narran que Jesús fue reconocido y aclamado como Mesías. Este título, «Mesías», afectó y definió su identidad (Lc 24, 46). El título Mesías, Cristo, acabará siendo parte de su nombre, que pasará a ser Jesucristo para la tradición cristiana. «Mesías» es una palabra hebrea que significa ungido, es decir, el rey de Israel (Sal 2). Esta palabra aglutinará el deseo y la esperanza de distintas corrientes religiosas-sociales-políticas del tiempo después del exilio y de la desaparición de la monarquía. Expresaba la esperanza de que surgiera un nuevo rey que liberaría al pueblo. Esta figura fue imaginada y esperada de distintas maneras por diferentes grupos del segundo templo (esenios, Qumrán, fariseos y no esperada por otros, saduceos, herodianos).
El quinto aspecto a poner de relieve es que Jesús tuvo un proyecto único que configuró su vida. Su proyecto fue el anuncio y el desencadenamiento del «Reino de Dios» (Mc 1, 14-16). Puso el reinado de Dios en el centro de su predicación y de su acción, de una manera que le hizo diferenciarse de sus contemporáneos.
El Reino de Dios es una imagen con connotaciones religiosas, sociales y políticas. Con el anuncio del Reino de Dios es claro que Jesús se sitúa en el ámbito de la religión política, privilegiando una expresión que pertenecía al ámbito político-público.
Es una metáfora, que intenta explicar una realidad desconocida, no evidente, con una imagen que está a la mano y que todos entendían. Reino/reinado es un concepto con un núcleo de significado conocido: la «esfera» (geográfica, o bien temporal o espiritual) donde Dios ejerce su poder. Es un genitivo explicativo. El «Reino de Dios» es Dios mismo. Dios mismo desde un punto de vista concreto: el de su actuación en este mundo y en esta historia nuestra. Es un concepto escatológico (futuro) y presente. Se percibía que Dios actuaba de manera definitiva en la historia, invitaba a la conversión y dejaba un futuro abierto.
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Sin embargo, para Jesús Dios no es rey, es Padre. La metáfora y la imagen que Jesús usa para referirse a Dios y para explicar su relación con él es la de Padre, no la de rey.
El Reino de Dios tiene unas características concretas. Tres son las principales. La primera es que el Reino de Dios está vinculado a la persona de Jesús. La segunda es que llega para todos y gratuitamente. La tercera es que los primeros destinatarios son los pobres.
Este reino/reinado de Dios fue anunciado con la palabra: «evangelio» otra expresión con trasfondo político, tanto para los judíos (Is 40, 52,7), como para los romanos, donde se entendía por evangelia, las buenas noticias que conllevaba el ascenso de un nuevo emperador.
Este reino se manifiesta en la predicación y en las acciones de Jesús. Jesús anunció el Reino a través de parábolas, interpretó la Torah, y puso en el centro el amor a Dios y al prójimo. El Reino se traduce en amor. Entre sus acciones se encuentran sus milagros, la llamada radical al seguimiento, sus comidas integradoras, su vinculación con los pecadores. En todo esto se manifiesta la autoridad y la libertad de Jesús, su desafío al orden establecido.
El sexto aspecto relacionado es que el anuncio del Reino está destinado al pueblo de Israel. Jesús llamó a la conversión y la integración del pueblo de Israel. «No he sido enviado más que a las ovejas perdidas de la casa de Israel» (Mt 15, 24). Este aspecto social del Reino se ve reflejado en la llamada de Jesús al seguimiento. De entre sus discípulos, Jesús reunió junto a sí a «Doce» para que estuvieran con él y para enviarlos anunciar el Reino (Mc 3, 13). Estaban llamados a ser los jueces de Israel (Lc 22, 30). Su presencia junto a Jesús era ya anticipo y realización del Reino que anunciaban. Los Doce simbolizan la inclusión de todo Israel en el Reino que ha de llegar. Son germen de la Iglesia.
El séptimo aspecto, cada vez más tenido en cuenta por la investigación, es que el Reino de Dios implicaba de alguna manera, el fin del «reinado de Roma» (que es así como se autodenominaba Roma en la parte oriental del imperio, palabra que también significaba imperio). Si Dios actuaba se entendía que acontecería el final del imperio. De todas formas, el punto central del mensaje de Jesús no se encuentra en la liberación respecto del poder extranjero, sino en la integración de los grupos oprimidos en el conjunto de la sociedad. Jesús no fue un zelote y sus discípulos no fueron perseguidos en un primer momento tras su muerte. Más adelante el cristianismo será percibido como amenaza, ya que Pedro y Pablo fueron asesinados por el poder romano.
El octavo aspecto, no tan tenido en cuenta, es que el reinado de Dios significaba el fin del reinado de Satán. Jesús «ha visto a Satán caer del cielo (Lc 10,18)». Satán está vencido y no puede acusar a nadie ante Dios. El Reino de Satán ha sido superado, puede empezar el Reino de Dios, de un modo escondido (Mc 3,24-26). Cuando llegue el juicio, Satán no cumplirá ninguna función.
Especialmente hay dos signos que muestran y destacan la actuación y el compromiso social, religioso y político de Jesús al final de su vida. Su entrada real en Jerusalén desde Betania (Zac 9, 9; 14, 4) y su acción simbólica en el templo (Zac 14, 21). Son dos acciones proféticas que llevarán a Jesús a la muerte (Mc 11, 18). Fueron entendidas como desafío a la autoridad de Herodes, de los sumos sacerdotes y de Roma. Estos actores se unieron para matar a Jesús, un desafiante político y social, que confirmó su identidad ante ellos, lo cual supuso su condena (Mc 16, 62).
Aquí no acabó la historia. Su resurrección impulsó a sus discípulos a continuar su misión anunciando el Reino desencadenado por su resurrección. Esta misión pasó por diferentes etapas, con una rápida expansión, en la cual se formaron nuevas comunidades en el imperio, en las que vivir de una nueva manera por la fuerza del Espíritu Santo, no desde el poder, sino desde el amor al prójimo, el servicio y la renuncia al estatus. El reinado de Dios anunciado por Jesús continúa por la fuerza del Espíritu, que respeta nuestra libertad, espera nuestra colaboración y anhela una fraternidad.
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