JESÚS Y LA ESPERANZA ECOLÓGICA Descarga aquí el artículo en PDF
JESÚS Y LA ESPERANZA ECOLÓGICA
Sería anacrónico pensar que Jesús tenía una conciencia ecológica como la que puede existir en estos momentos en nuestra sociedad y no tiene sentido hacer el ejercicio de teología-ficción, consistente en precisar cuál sería su postura ante los desafíos medioambientales del mundo actual.
El contexto ecológico en que vivió Jesús es radicalmente distinto al nuestro. Como refleja la Biblia, los miembros de Israel se encontraban completamente a merced de la naturaleza en cualquiera de sus dimensiones: catástrofes naturales, epidemias, ataque de las fieras, hambrunas, enfermedades individuales, etc. El relato de « as plagas de Egipto» ilustra a la perfección esta fuerza de la naturaleza y la vulnerabilidad de los seres humanos ante ella. De alguna manera, la situación actual es la contraria: hemos pasado de que el ser humano estuviera a merced de la naturaleza a que Esta se encuentre a merced de lo que hacemos los humanos. Como indica el papa Francisco aL hablar de la Tierra:
«Esta hermana clama por el daño que le provocamos a causa del uso irresponsable y del abuso de los bienes que Dios ha puesto en ella. Hemos crecido pensando que éramos sus propietarios y dominadores, autorizados a expoliarla. La violencia que hay en el corazón humano, herido por el pecado, también se manifiesta en los síntomas de enfermedad que advertimos en el suelo, en el agua, en el aire y en los seres vivientes. Por eso, entre los pobres más abandonados y maltratados, está nuestra oprimida y devastada tierra, que “gime y sufre dolores de parto” (Rm 8,22). Olvidamos que nosotros mismos somos tierra (cf. Gn 2,7). Nuestro propio cuerpo está constituido por los elementos del planeta, su aire es el que nos da el aliento y su agua nos vivifica y restaura» (Laudato si´ n.º 2).
No podemos saber qué diría Jesús en la actualidad. Sin embargo, como seguidores suyos estamos llamados a imaginarlo. Por ello, vamos a identificar cuatro actitudes de Jesús que podrían contribuir a configurar hoy una sociedad solidaria y sostenible.
En primer lugar, en Jesús vemos una relación armoniosa con la naturaleza a la que, en su belleza, descubre como signo de un Dios creador que es, además, Padre de la familia humana:
«Mirad los pájaros del cielo: no siembran ni siegan, ni almacenan y, sin embargo, vuestro Padre celestial los alimenta. ¿No valéis vosotros más que ellos? ¿Quién de vosotros, a fuerza de agobiarse, podrá añadir una hora al tiempo de su vida? ¿Por qué os agobiáis por el vestido? » (Mt 6,26-28).
En segundo lugar, Jesús, como todos los habitantes de la antigüedad, conoce la naturaleza, utiliza sus frutos para la subsistencia y respeta sus ciclos de renovación, si bien pone el énfasis —como habían hecho los profetas— en evitar el acaparamiento de los recursos por parte de los ricos y que estos faltaran a los pobres:
«Bienaventurados los pobres, porque vuestro es el reino de Dios. Bienaventurados los que ahora tenéis hambre, porque quedaréis saciados (…) Pero ¡ay de vosotros, los ricos, porque ya habéis recibido vuestro consuelo! ¡Ay de vosotros, los que estáis saciados, porque tendréis hambre!» (Lc 6,20-25).
Pero, quizá la mayor contribución ecologista de Jesús sea su forma de entender la vida, en la que la relación fraterna con las personas y no la acumulación de bienes ocupan un lugar central: «Por eso os digo: no estéis agobiados por vuestra vida pensando qué vais a comer, ni por vuestro cuerpo pensando con qué os vais a vestir. ¿No vale más la vida que el alimento, y el cuerpo que el vestido?» (Mt 6,25). Jesús lleva y promueve un estilo de vida sobrio o sencillo, lo que no implica que sea insatisfactorio. Volvamos a escuchar a Francisco:
«La espiritualidad cristiana propone un modo alternativo de entender la calidad de vida, y alienta un estilo de vida profético y contemplativo, capaz de gozar profundamente sin obsesionarse por el consumo. Es importante incorporar una vieja enseñanza, presente en diversas tradiciones religiosas, y también en la Biblia. Se trata de la convicción de que “menos es más”. La constante acumulación de posibilidades para consumir distrae el corazón e impide valorar cada cosa y cada momento. En cambio, el hacerse presente serenamente ante cada realidad, por pequeña que sea, nos abre muchas más posibilidades de comprensión y de realización personal. La espiritualidad cristiana propone un crecimiento con sobriedad y una capacidad de gozar con poco» (Laudato si´ n.º 222).
Por último, siguiendo la tradición de los salmos, la contemplación de la naturaleza lleva a Jesús a la alabanza de quien la creó. La tierra no es un espacio para la explotación sino para la admiración: «Fijaos cómo crecen los lirios del campo: ni trabajan ni hilan. Y os digo que ni Salomón, en todo su fasto, estaba vestido como uno de ellos» (Mt 6,28-29).