Fernando Negro
Jesús era llamado Rabí, que significa maestro en hebreo. En realidad no era un título que Él impuso en quienes le seguían, sino más bien apelativo que sus discípulos le dieron al constatar que tenía una autoridad extraordinaria, incluso mayor que la de los escribas y fariseos, maestros de la ley.
Mientras los rabinos judíos imponían la fuerza de las leyes en la gente, Jesús deja en libertad a sus seguidores. No buscaba la admiración narcisista de sus enseñanzas, pues lo hacía desde la humildad y la espontaneidad de quien habla desde el yo profundo, desde una convicción que atrae y arrastra, desde la pura fascinación de su personalidad sana y henchida de una fuerza extraordinaria. Era sobre todo “testigo”.
De la misma forma, el mundo contemporáneo necesita de testigos marcados por el signo de Jesús. El Papa Pablo VI decía en 1975, en su carta Apostólica ‘Evangelii Nuntiandi’, que “el hombre contemporáneo escucha más a gusto a los testigos que a los maestros o si escucha a los maestros es porque son testigos»
El maestro apela sobre todo a la mente, al mundo de los conocimientos concisamente enmarcados, evaluables y ligados a baremos. El maestro no necesita mostrarse ‘convencido’ de la materia que enseña ni busca identificar su ser con los contenidos de su enseñanza. Basta con que la domine y tenga el deseo de que sus alumnos la aprendan.
Por el contrario, el testigo dimana de sí una sabiduría que le habita en lo más profundo de su ser. Desde ahí comunica al discípulo un saber que se saborea por medio de la consciencia espiritual desde la que encuentra sentido pleno a su vida. Más que enseñar, el testigo contagia los valores que dan sentido a su vida, y los comunica con su vida siempre, y en ocasiones también con la palabra. “El proyecto de la escuela católica sólo es convincente si es realizado por personas profundamente motivadas, en cuanto testigos de un encuentro vivo con Cristo, en el que el misterio del hombre sólo se esclarece.”[1]
Jesús combinaba su ser de maestro con el de ser testigo. Su sabiduría le viene de la experiencia profunda del amor del Padre con quien es una sola cosa. Espontáneamente sale de Él la energía amorosa del Padre y la comunica. Por eso le llaman maestro, aunque Él enseñaba que “a nadie le llaméis maestro, porque uno sólo es el Maestro, el Cristo.”[2]
Cuando el maestro y el testigo se juntan en una simbiosis existencial, nace el artista educador que ayuda a sacar de dentro hacia fuera la belleza, la verdad y la bondad que todos llevamos desde nuestra concepción. El educador se convierte entonces en luz. Por eso Jesús se percibía a sí mismo como la luz del mundo, y quien le sigue no andará más en las tinieblas.
“Para conseguir la feliz realización de esta experiencia, los educadores deben ser interlocutores acogedores y preparados, capaces de suscitar y orientar las mejores energías de los estudiantes hacia la búsqueda de la verdad y el sentido de la existencia, hacia una construcción positiva de sí mismos y de la vida, en el horizonte de una formación integral. Por otra parte, “no es posible una verdadera educación: sin la luz de la verdad.”[3]
Es interesante a este respecto analizar la etimología de la palabra ‘gurú’ proveniente del hinduismo. Se trata de un término lingüístico compuesto por dos vocablos: gu+rú, que dan como resultado el significado semántico de ‘el que destruye la oscuridad’. Por eso mismo en la India sólo se considera gurú a quien ha sido alcanzado por la iluminación, por la luz, para pasarla a sus discípulos.
En este sentido es hermoso imaginarse a Jesús como quien no sólo ha recibido una iluminación, sino que Él mismo es la luz transportada a la humanidad para que en Él y a través de Él, por la fe, nadie camine en las tinieblas del error, del pecado y de la ignorancia. Lo interesante es darse cuenta de que mientras los gurús de otras religiones hablan de la ‘iluminación” que les vino en un momento dado, Jesús dice de Él mismo: “yo soy la luz del mundo”.
Calasanz se fijó en el Maestro-Testigo, Jesús de Nazaret, y quiso institucionalizar la tarea evangelizadora alrededor de destruir la oscuridad de la ignorancia y el pecado por medio de la educación total de los niños y jóvenes. Cristo Resucitado es la meta de todo proceso educativo en el que la persona queda inmersa en cada etapa de su desarrollo humano.
Viví durante varios años en la India. Uno de los más hermosos festivales que los hindúes celebran es el de ‘Deepawali’ o ‘Festival de la Luz’. Es una fiesta instaurada para celebrar la alegría de las cosechas recogidas y almacenadas para el resto del año. El contenido religioso de estas fechas es la exaltación del poder de la luz sobre la oscuridad. La oscuridad es símbolo de la ignorancia, mientras la luz lo es de la sabiduría y el conocimiento. Para hindúes y cristianos la luz representa la vida y la plenitud de la sabiduría que vence la ignorancia.
Para un educador Calasancio, educar es ayudar a destruir la ignorancia y el pecado con la luz de Cristo que alumbra desde dentro del corazón que cree en Él y le ama.[4] En sintonía con este pensamiento leemos en las Constituciones actuales de los escolapios:
“Calasanz, inspirado intérprete de los signos de su tiempo, fundó un Instituto clerical que la Iglesia reconoció de derecho pontificio y recibió en su seno como ‘Orden de Clérigos Regulares Pobres de la Madre de Dios de las Escuelas Pías’. De este modo creó una escuela nueva, en estrecha conexión con el carisma fundacional, primer modelo en la historia de formación integral, popular y cristiana, como medio para liberar a niños y jóvenes de la ignorancia y del pecado”[5]
Oración del educador: “Quiero ser puente. Señor, nací para unir, vivo para unir, sirvo para unir. Es mi misión y mi secreto. Señor, ¡qué maravillosa es la función del puente. Yo también quiero ser puente. Ser puente para unir a los hombres, unir a los desunidos, unir los corazones. Señor, quiero ser puente para todos los que pasan por el camino de mi vida. Que nunca sea muralla que separa, sino mensaje para que todos los hombres puedan llegar a ti, Señor.”[6]
[1] Congregación para la Educación Católica, “Educar Juntos en la Escuela Católica. Misión Compartida de Personas Consagradas y Fieles laicos”, Edice Editorial, Madrid, 2007, p. 9
[2] Mt 23, 8
[3] Congregación para la Educación Católica, o.c., p. 8
[4] “El maestro según el concepto Calasancio debe ser un apóstol, un misionero de la verdad que, difundiendo la luz, disipe las tinieblas de la ignorancia, salve a los hombres de la esclavitud intelectual y moral, y les haga verdaderamente felices.”(tomado de ‘El ideal del Educador Calasancio’)
[5] C, 3
[6] Ángel Perulán Bielsa, “Humanización”. Indo-American Press Service, Santa Fe de Bogotá, 1991, pp. 81-82