Jesús es verbo y no sustantivo – Oscar Alonso

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Por una pastoral juvenil que proponga y provoque experiencias.

Recuerdo un tema con solera del compositor y cantautor guatemalteco Ricardo Arjona que decía: «Hablar y escribir sobre Jesús es redundar, sería mejor actuar. A Jesús le gusta que actuemos no que hablemos. Jesús es más que cinco letras formando un nombre. Jesús es más que una simple y llana teoría. Jesús es verbo no sustantivo». Y así lo creo también yo. Jesús y lo de Jesús es y debiera ser para nosotros y para nuestras propuestas de pastoral juvenil, verbo y no tanto sustantivo. Es decir, propuesta, provocación, experiencia, compromiso, servicio, celebración… Evangelio hecho vida y vida que intenta ser siempre más evangélica.

Cuando uno se asoma al Evangelio y se entretiene en ver cuál fue el itinerario de Jesús, cuáles y cómo fueron sus encuentros con los hombres y mujeres de su época (y se atreve a involucrarse y dejarse interpelar por aquellos encuentros), descubre que ese Jesús  fue «un judío de Galilea, vecino de Nazaret, buscador de Dios, profeta del Reino, poeta de la compasión, curador de la vida, defensor de los últimos, amigo de la mujer, maestro de vida, creador de un movimiento renovador, creyente fiel, conflictivo y arriesgado, mártir del Reino de Dios y resucitado por Dios» (Cfr. José Antonio Pagola, Jesús. Aproximación histórica, Madrid, 2013). Sin lugar a dudas, un hombre de acción, un provocador bien fundamentado, un experto (no porque todo lo sabía, sino porque hizo experiencia en primera persona de aquello de lo que él hablaba y anunciaba) en abrir nuevos modos de ver, tratar y nombrar a Dios.

Jesús es verbo, no sustantivo. Todas las propuestas pastorales, no solo las de pastoral juvenil, aunque especialmente estas, que aún hoy se estructuran en torno a contenidos, catequesis magistrales, charlas, lectura y comentario de documentos de épocas pretéritas, sermones interminables (que no homilías), propuestas morales, imposición de cumplimientos y el uso del «cuidado que viene el lobo, haz lo que yo te diga», están fuera de combate o sobreviven de aquella manera en nuestra realidad eclesial.

Nos lamentamos con frecuencia de que las parroquias están vacías o que sus únicos integrantes activos son personas mayores; a algunos les escandaliza contemplar cómo la práctica dominical ha caído hasta niveles imperceptibles; nos descoloca ver que cada vez son menos las familias que bautizan a sus hijos, que cada vez son menos los que se apuntan a una catequesis que sigue teniendo su momento culminante en celebraciones faraónicas que acaban por dinamitar el despertar religioso y que carecen, en la inmensa mayoría de los casos, de continuidad y de acompañamiento; la pastoral escolar, cuando entramos en educación secundaria parece que se desvanece y que «con los adolescentes de hoy ya no es posible llevar adelante una evangelización explícita que les enganche y les posibilite seguir caminando en itinerarios de crecimiento en la fe propios para su edad en estos tiempos».

Pero ¿cuál es el problema realmente? ¿El hecho de que la pastoral juvenil se haya debilitado o viva horas tan bajas es solo fruto de un entorno secularizado y de un desvanecimiento de los grandes ideales y de nuestra propuesta de vida cristiana? Los análisis de multiplican. Las respuestas a estos y muchos otros interrogantes llegan desde todos los ámbitos. Pero lo que es evidente es que hay comunidades cristianas en las que la pastoral con los adolescentes y jóvenes brilla por su ausencia; o existe pero sería mejor que no existiera; o es realmente una propuesta preciosa, real y llamativa que, enmarcada en la vida comunitaria, hace a los jóvenes protagonistas de la pastoral juvenil, les propone todo tipo de experiencias mediante las cuales es posible tocar a Jesús, sentir en primera persona a Jesús, traducir la teoría en práctica transformadora, anunciar con la vida que «la única religión, el único camino, el único mandato es el amor» tal y como hemos podido escuchar, como una especie de mantra o antífona, en no pocos momentos del musical 33.

La relación de amistad con Jesús necesita de momentos de encuentro, de experiencias fundantes, de experiencias fuertes que consoliden, afiancen, zarandeen y fortalezcan dicha relación. ¿Qué experiencias están funcionando con los jóvenes en nuestras comunidades cristianas y en nuestras escuelas?

  • Presencia de testigos. Contar con el testimonio amable de testigos actuales cuya vida cristiana hable mucho más por las obras que por las palabras.
  • Experiencia de voluntariados acompañados, tanto puntuales como inmersas, que formen parte de los itinerarios de crecimiento en la fe, en la planificación de los grupos de vida, de la misión de las comunidades cristianas, etc.
  • Peregrinaciones, experiencias de «camino», en las que sea posible reconocer las huellas propias y las huellas tras las que queremos caminar: Santiago, Asís, Jerusalén, santuarios marianos, etc.
  • Pascuas urbanas en las que, inmersos en la vida de una comunidad cristiana, vivan por las mañanas experiencias de inmersión y compromiso por la justicia (cárceles, residencias, comedores sociales, etc.) y por las tardes y noches momentos fuertes del triduo pascual, especialmente preparados, adaptados y acompañados por los responsables.
  • Campos de trabajo: proponer experiencias en las que los jóvenes sientan en propia persona lo que supone ayudar a otras instituciones, grupos, comunidades, etc. desde el trabajo físico, acompañado de momentos lúdicos, de oración, celebración, catequesis, reflexión, etc.
  • Retiros y ejercicios adaptados: fines de semana, días festivos, puentes… en los que apartarse del ritmo y del ruido, de las prisas y de lo obligatorio para crecer como personas y como grupos, con dinámicas que ayuden a orar, a interiorizar, a discernir y a reflexionar sobre el propio proyecto de vida.
  • Diferentes propuestas de compromiso por la justicia a nivel local, de modo especial en los contextos en los que están presentes las comunidades cristianas, convirtiendo la pastoral juvenil en una cantera vocacionada por el servicio y la transformación social.

Por supuesto, para terminar como comenzamos, con la importancia de los verbos (y su conjugación) y menos de los sustantivos, recordar que la pastoral juvenil debe cuidar y mucho la terminología, mucha de la cual, como recuerda Dolores Aleixandre, «fue fijada en tiempos pretéritos pero que ya no refleja experiencias reales, posee ese misterioso poder de seducción que nos hace seguir usándola en lugar de las palabras de cada día que conectan con lo que piensan, sienten, temen y esperan la mayoría de los hombres y mujeres a los que va dirigido el Evangelio»”. Este ejercicio es urgente, necesario y determinante si queremos que nuestros jóvenes entiendan a Jesús, hoy.

 

¿Qué experiencias están funcionando con los jóvenes en nuestras comunidades cristianas y en nuestras escuelas?

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