Juan Carlos de la Riva
Tomo prestadas algunas ideas de José María Rodriguez Olaizola, que me han gustado especialmente.
En Navidad parece que la felicidad se ha vuelto obligatoria. Todos nos la deseamos. Brindamos con champán y decimos Feliz Navidad. La tele nos bombardea con este mensaje, y nos venden colonias que huelen bien solamente en cuerpos perfectos.
Sin embargo, mucha gente odia las navidades precisamente por eso, porque no quiero que me recuerde nadie lo infeliz que soy. Qué pensará el que se quedó sin trabajo porque su empresa quebró, y ve subir los precios día a día… Qué pensará la chica que tiene un problema de alimentación y vive angustiada. Qué la que perdió a un ser querido por una enfermedad, o por un accidente, y su vacío es ahora más grande que nunca. Qué pensará la que ha tenido que ir a cruces porque su enfermedad va cada vez peor. Qué pensarán en Ucrania, en Yemen, en el Sáhara… Qué pensará quien no tenga con quién brindar. Qué pensarán los pobres cuando nos vean a los ricos brindando con champán y les digamos que les tocará ser felices, pero sin champán ¿Ser feliz es obligatorio? ¿Es ese el mensaje navideño?
Para pensar un poco esto podemos acercar el foco a nuestro Belén. ¿Eran felices?
María y José no lo eran. Su historia comienza con un desconcierto, con una ruptura de la confianza de la pareja, del amor que iban construyendo y que se reveló frágil. Y José se fía cuando sueña, pero sospecha cuando piensa. Y María que lo vive. ¿Eran felices?
María y José sintieron que les dieron con la puerta en las narices la gente de la ciudad, que ni para nacer había sitio, que la solidaridad no estaba de moda, cuando más la necesitaban. ¿Eran felices?
María y José tuvieron que huir, que refugiarse de la violencia y del engaño, de la tiranía de los que mandan. Tuvieron que padecer Estaban huyendo. ¿Eran felices?
Los pastores, ¿eran felices? Haciendo el trabajo que nadie quiere, excluidos, cuidando las ovejas de otros por una miseria de jornal, velando cuando todos duermen, mal vistos por rudos y poco cumplidores de las obligaciones de la fe, resentidos de su pobre destino; no podemos idealizar… los pastores son esos migrantes que trabajan en los mares de plástico de Almería, lo los que cuidan cabras en África, huyendo también de guerrillas y de hambres… ¿eran felices?
Los tres sabios, ¿eran felices? Sus sabidurías ¿les daban respuesta a sus interrogantes? Eran caminantes. Llevaban tiempo buscando y no encontraban con qué llenar su corazón, que buscaba algo infinito. ¿Eran felices?
Parece que la felicidad no está muy presente en el Belén.
¿Entonces qué nos cabe esperar?
Pienso que podemos resolver este duda con tres palabras que nos traen esta historia de Navidad.
Lo primero es una PROPUESTA: y la propuesta es que se puede pasar por este mundo siendo frágil. Jesús lo fue. María también. Y José, y hasta los sabios. Cada uno tenía sus miserias y sus dolores. Su carácter, eso que otros tienen que soportar. Sus fracasos en la mochila, la cantidad de veces que las cosas no salieron bien, o las auto condenas que nos hacemos cuando pensamos que “no estamos dando la talla”. O el pecado, el pensar sólo en mi, cuando hay tantos y tantas de quien ocuparse. También el pecado. Fragilidad, vulnerabilidad, barro. Pero nada de eso me quita capacidad para amar. No necesitamos ni ser poderosos, ni exitosos ni perfectos, ni que se nos cure ese dolor de rodilla, o esa tristeza de fracaso. Sí porque puedo atravesar todo eso siendo capaz de amar. Lo hicieron estos personajes. Se hicieron regalo.Dios no les dice a los pastores que dejen de serlo, ni que se bañasen antes de salir para el portal. No les pide que cambien, que se conviertan, que pidan perdón. En esa fragilidad, podemos amar. A vosotros, vulnerables, se os propone amar desde esa fragilidad.
La segunda palabra es CARICIA: Jesús la trae a tantas vidas. Dios quiere acariciarnos. Este niño quiere darnos un fuerte abrazo. A través de él Dios quiere colgarse de nuestro cuello y decirnos que nos ama. Cuando crezca, Jesús hombre tocará a los intocables, pondrá en el centro a los niños, secará los ojos cansados de tanto llorar, acompañará a los caminantes perdidos por el mundo, incluso cuando se alejen de lo verdadero, como los de Emaús; levantará al que no quiera caminar, y al que parecía que no iba a ver nunca, le hará ver. Y sacará de nuestro zurrón el pan que no queríamos compartir. A ellos, a los más heridos e inseguros, ahí, en esa fragilidad, llega Jesús. Dejarnos querer es más difícil que querer. Es el segundo paso, dejarnos querer como somos para poder ser más de lo que somos. La segunda palabra es Caricia. Jesús significa Salvador. Es una palabra un poco rara. Nos ha nacido un salvador: podríamos pensar ¿de qué me tengo que salvar? ¿Me estoy ahogando acaso? Traduzcamos la palabra por otras, que en latín tienen la misma raíz, y que quizá hoy día te suenen mejor: Solución, por ejemplo, viene de Salvación. Tu vida tiene solución: esa es también la caricia de Dios. Otra palabra bonita que viene de salvación es salud. Sí, la salud también viene de este Jesús. La salud no es que no te duela la rodilla. Salud es, como decimos en euskera, Osasuna, estar completo, pleno, rebosante… y eso también lo hace el amor, Dios contigo, con nosotros.
La tercera palabra es PROMESA: EN Jesús Dios ha cumplido sus promesas, y la más importante es que el amor merece la pena. Aunque te parezca que no: que no te es correspondido ni agradecido como se merece. Amor más allá de prejuicios y de etiquetas. Un amor que a veces irá acompañado de la emoción y el sentimiento, y otras será un amor seco, sin más comprobante que saber que me doy por alguien. Merece la pena. Un amor universal aunque distinto al amor para el que está cerca. Merece la pena. Un amor incondicional aunque me traten mal: merece la pena. Porque ha venido para quedarse. Porque Dios se ha empeñado en ser Dios con nosotros.