Invitados a la mesa – Iñaki Otano

Corpus Christi (A)

En aquel tiempo, dijo Jesús a los judíos: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que come de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo”. Disputaban entonces los judíos entre sí: “¿Cómo puede este darnos a comer su carne?”

Entonces Jesús les dijo: “Os aseguro que si no coméis la carne del Hijo del Hombre y no bebéis su sangre no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día. Mi carne es verdadera comida y mi sangre es verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre habita en mí y yo en él. El Padre que vive me ha enviado y yo vivo por el Padre; del mismo modo, el que me come vivirá por mí. Este es el pan que ha bajado del cielo; no como el de vuestros padres, que lo comieron y murieron: el que come este pan vivirá para siempre”.  (Jn 6, 51-59)

 Comentario:

Dice el Papa Francisco: “la Eucaristía, si bien constituye la plenitud de la vida sacramental, no es un premio para los perfectos sino un generoso remedio y un alimento para los débiles”.

          Es que la Eucaristía es la cena de Aquel que comía con los pecadores. Que Jesús coma con los pecadores significa la acogida y el perdón de Dios, que acepta la comunión con el pecador. Que Jesús resucitado comparta la mesa con sus discípulos, que antes lo habían abandonado, significa que, a pesar de todo, son readmitidos en la mesa como invitados.

Es un signo sensible de perdón. Desde esta perspectiva, la Eucaristía es el sacramento de la ternura de Dios. Como dice el propio Papa Francisco, “la  Iglesia está llamada a ser siempre la casa abierta del Padre”, tiene que actuar como Jesús, que compartía la comida con toda clase de personas, sin excluir nunca a nadie.

          La ternura de Dios que el comensal acoge hay que llevarla al hermano. A veces no resulta fácil la reconciliación. Se puede uno sentir tan herido que se ve incapaz de perdonar. La invitación a la mesa que personalmente me hace Jesús me puede ayudar a ir superando, con la ayuda de los hermanos, mis odios y rencores. Ya es un paso responder con un sí, aunque sea tembloroso, a la propuesta de Jesús.

          Jesús no excluyó a nadie de sus comidas. Pero es evidente que compartió su comida preferentemente con los más pobres. Por eso, los primeros cristianos subrayaban la fracción del pan, acción que servía para denominar a su reunión. Se partía el pan para distribuirlo. La “fracción del pan” y el servicio a los pobres iban connaturalmente unidos. Se actualizaba así la multiplicación de los panes y se ponía en práctica lo que había dicho Jesús: “dadles vosotros de comer”. Tan importantes eran y tan unidos iban Eucaristía y ayuda a los pobres que, para S. Ignacio de Antioquia (s. II), los herejes de su tiempo son los que “se abstienen de la Eucaristía y de la oración, y se abstienen asimismo de ejercer la caridad con los presos, con los hambrientos y los sedientos”.

          Jesús asegura que él es el pan vivo que ha bajado del cielo y que quien come de este pan vivirá para siempre. Eso supone intentar avanzar cada día en la  comunión con Jesús también en las actitudes y criterios de vida, sin desanimarnos por el hecho de vernos limitados, con defectos  y… pecadores.