INTEGRACIÓN Y ACOMPAÑAMIENTO DE JÓVENES LGTBI EN NUESTRA IGLESIA – Ana Belén Rollán Gómez

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Ana Belén Rollán Gómez

Crismhom (Comunidad Cristiana Ecuménica LGTBI+H de Madrid)

Mi nombre es Belén, llevo más de veinticinco años dedicándome a la enseñanza y desde hace veinte doy clases en un colegio concertado de ideario cristiano. Participo en el grupo de familias de Crismhom (Comunidad Cristiana Ecuménica LGTBI+H de Madrid), que me ha ofrecido escribir unas líneas sobre el acompañamiento de adolescentes y jóvenes LGTBI. Evidentemente, solo puedo ofrecer mi perspectiva como educadora dentro del aula y algunas conversaciones más personales con alumnos y padres fuera de ella.

Soy creyente, pertenezco a una pequeña comunidad católica dentro de nuestra Iglesia y, como muchos de vosotros, he sido consciente de la realidad de la diversidad sexual desde que era pequeña. Sin embargo, durante mucho tiempo, me he mantenido al margen de tan espinosas cuestiones porque intuía que no tenían una respuesta fácil. Pero, como ocurre habitualmente, los hechos se imponen, e ignorar la orientación sexual de tu propio hijo empieza a ser muy complicado a partir de los doce años. Por eso, he necesitado mirar de frente esta realidad para empezar a dar respuesta a la infinidad de preguntas. Algunas siguen aún sin responder. Durante este proceso, que se ha ido fraguando a lo largo de los años, he ido adquiriendo una sensibilidad para acompañar y estar atenta a las necesidades de una minoría que pocas veces alza la voz durante su etapa escolar.

He necesitado mirar de frente esta realidad para empezar a dar respuesta a la infinidad de preguntas

No hace falta que repasemos la complejidad que tiene un proceso como el de la adolescencia. En este periodo, la configuración de la propia identidad, así como el reconocimiento del grupo, son básicos, y de todos es sabido que ser «minoritario», sea por el motivo que sea, puede ser una fuente de sufrimiento para el adolescente. En el caso de esta minoría, se agrava por el hecho de que su peculiaridad no viene marcada por un determinado rasgo físico o la evidencia de alguna característica explícita; la orientación sexual o la identidad de género a veces no son reconocidas, se pueden ocultar y. en muchos casos, la familia no acompaña este proceso, con frecuencia invisible, por lo que el sentimiento de soledad se acentúa aún más. En el caso de que la orientación sexual venga acompañada por una determinada expresión de género, lo raro es que no te hayan insultado, por tu forma natural de expresarte. Sin ir más lejos, me comenta mi propio hijo que en la clase de religión algunos compañeros acostumbraban a preguntar al sacerdote que daba la clase: «Profe, profe… ¿a que los homosexuales van al infierno?», cuestión a la que el padre salía al paso como podía, para luego acercarse cariñoso a mi hijo y decirle: «Tú no les hagas caso». Agradezco infinitamente el gesto tan humano de aquel momento, pero se hace evidente que evadir ciertas cuestiones empieza a ser insostenible e incluso una falta de caridad.

Si algo tengo claro es la necesidad de acompañar cualquier tipo de situación que nos haga vulnerables. Partiendo de esa premisa, he de reconocer que me he encontrado con muchos casos y constato que aún queda mucho por hacer. Quizás uno de los que más me ha marcado fue el que sucedió en una clase de 1º de Bachillerato. Como profesora de Filosofía abordamos el problema de Dios y supongo que, en mi afán evangelizador, hablé del amor de Dios como experiencia personal que se ofrece a todo ser humano sin reservas. Al acabar la clase se me acercó un alumno muy contrariado y me intentó corregir con una certeza escalofriante: «Belén, Dios no quiere a todos…a los homosexuales no nos quiere». Quizás lo más duro fue la seguridad con la que habló. Había una certeza en su interior y me sentí responsable de ella. Toda la Iglesia lanza un mensaje a través de sus bautizados y él había interiorizado firmemente que el amor de Dios no era para él. Fue bonito acompañarle y poderle expresar que nada ni nadie puede separarle del amor de Dios. Al menos, ha escuchado otra versión y hay posibilidades de abrir una grieta en su certeza.

Desde hace años intento estar atenta a las necesidades de estos adolescentes y darles voz dentro del claustro. Una de las dificultades mayores es no poder expresar abiertamente la orientación o identidad de los alumnos, porque aún se sigue considerando un tema tabú. La realidad está, pero solo en determinadas ocasiones que, por desgracia, pueden estar relacionadas con el acoso o algún tipo de dificultad, es cuando se abordan directamente. Digamos que solo se saca el tema en caso de extrema necesidad.

Es evidente que la sociedad está cambiando y la apertura es cada vez mayor. En todo este tiempo como tutora, me alegra reconocer que el año pasado fue la primera vez que pude comentar el tema con una madre y hablar de la circunstancia de su hijo sin ningún tipo de traba. Por desgracia, también esta familia tenía muy claro que la vida de su hijo debía caminar al margen de la Iglesia y, una vez más, les hablé del amor incondicional de Dios.

Concluyo estas líneas con mucha esperanza y con un agradecimiento inmenso para todas las personas que siguen abriendo brecha en este tema dentro de la Iglesia. Valientes que se arriesgan para alumbrar el camino de muchos. 

La sociedad está cambiando y la apertura es cada vez mayor