Joseph Perich
Una antigua leyenda cuenta que un hombre muy virtuoso fue injustamente acusado de haber asesinado a una mujer. En realidad, el verdadero autor del crimen era una persona muy influyente del reino y por esto desde el primer momento se buscó un chivo expiatorio para encubrir al culpable.
El hombre virtuoso fue llevado a juicio, sabiendo que tendría pocas posibilidades o ninguna de escaparse del terrible veredicto: ¡la horca!
El juez, a pesar de que también estaba implicado en la farsa, se tomó la molestia de dar al proceso todo el aspecto de un juicio justo. Por eso le dijo al acusado: «Conociendo su fama de hombre justo y devoto del Señor, dejaremos en tus manos tu destino; escribiremos en dos papeles diferentes las palabras «culpable» y «inocente». Tu escogerás uno, y será la mano de Dios la que decidirá tu destino». Por descontado, el mal funcionario había preparado dos papeles con el mismo veredicto: CULPABLE. La pobre víctima, incluso sin conocer los detalles, se daba cuenta de que el sistema propuesto era una trampa. No tenía escapatoria.
El juez invitó al hombre a coger uno de los papeles doblados. El pobre hombre respiró profundamente, estuvo en silencio unos cuantos segundos con los ojos cerrados y, cuando la sala comenzaba ya a impacientarse, abrió los ojos y, con una extraña sonrisa, cogió uno de los papeles, se lo llevó a la boca y se lo tragó con rapidez.
Sorprendidos e indignados, los presentes le criticaron airosamente: «Pero… ¿qué has hecho? ¿Ahora cómo sabremos el veredicto?». «Es muy sencillo», respondió el hombre. «Si leemos el papel que queda, sabremos lo que decía el que me he tragado».
(Los espectadores dedujeron que era inocente ya que el papel que quedaba decía culpable)
Refunfuñando y con una rabia mal disimulada, tuvieron que liberar al acusado y nunca más lo volvieron a molestar.
Refexión:
«Pórtate bien y estarás contento» me habían dicho y repetido muchas veces cuando era niño. Yo procuraba hacerlo todo como se tenía que hacer. Me parecía que así las cosas me saldrían bien, la vida me iría sobre ruedas. Pero la vida me ha enseñado que no es así. Haces lo que tienes que hacer, eres honrado, eres leal entre los amigos y en el trabajo,… y quizás tienes más posibilidades de «perder el tren» de la «buena vida» que un egoísta compulsivo y mafioso. Hace pocos días sorprendí, sin querer, a un honrado y digno padre de familia con la cabeza y los brazos metidos dentro de un contenedor de desechos de una gran superficie. Os lo podéis imaginar: paro, hipoteca o alquiler del piso…. Este hombre no ha tirado la toalla, este padre me merece más respeto que nunca y, si no baja la guardia, puede ser el mejor padre del mundo. Me recuerda el virtuoso protagonista del cuento, que usó la creatividad en el momento más crítico de su vida.
Josep Maria Pañella SJ, recientemente fallecido, ha sido el fundador de la ONG «Raíces», para personas sin techo. Él explicaba, comentando una película, que uno de los personajes cae sobre la palanca-acelerador de unos caballitos de feria, debido a este hecho se aceleró en su rotación y hacía caer, por la fuerza centrífuga, a los que estaban en lo alto. Nuestra sociedad, añadía, es como aquellos caballitos de feria: se aceleran y no todo el mundo se puede mantener en su sitio. Tenemos que reducir su velocidad y fortalecer los brazos de los que dan vueltas a fin de que puedan aguantar los giros para no caer.
Leonardo Boff nos recuerda la pura realidad de aquel dicho de nuestros abuelos: «Obtendrás siempre el doble de lo que desees para los demás» Ser feliz no es cuestión de destino, es cuestión de elección. La prueba la tenemos en el mismo Jesús de Nazaret. «Darse más» no creo que sea posible, pero todos sabemos su vía crucis y el de tantos profetas y gente honrada de todos los tiempos.
San Pablo, sin embargo, nos hace ver que «Él siendo rico, se hizo pobre para enriquecernos con su pobreza» (2C 8,9). No es de extrañar que este su apóstol, sintiéndose acorralado, pueda escribir: – «Me siento lleno de consuelo y desbordante de alegría en medio de tantas tribulaciones como pasamos». (2C 7,3-4).
Ahora entiendo que aquel «Pórtate bien y estarás contento» no era ni tan ingenuo ni tan ilusorio.