¿INDEFENSOS ANTE LAS DINÁMICAS DE ABUSO? RPJ 562Descarga aquí el artículo en PDF
Nurya Martínez-Gayol
Profesora de Teología Dogmática en la Universidad pontificia Comillas
Vivimos en una sociedad fuertemente polarizada. La tensión bipolar no emerge solo en el ámbito político, también en el eclesial y el social. Pluralidad de culturas, de modos de entender la vida, de proyectarse hacia el futuro. Una población envejecida y un cambio generacional cada vez más rápido y en grupos más pequeños. Inestabilidad económica y un mercado de trabajo inseguro. Todas estas cuestiones crean un clima de incertidumbre en el que no es fácil permanecer. Posiblemente por esta razón, las posturas se extreman, los fundamentalismos de todo color emergen con fuerza y encuentran candidatos entre quienes buscan seguridades, normas en las que poder apoyarse, eslóganes que repetir, grupos de pertenencia que los acojan y sostengan, que expliciten con claridad su alternativa y desde los que hacer frente a una sociedad inestable, sin respuestas y, en muchas ocasiones sin búsquedas. Un ambiente perfecto para albergar situaciones de abuso de poder y de conciencia, «bajo capa de bien».
Los ámbitos eclesiales, no quedan libres de estas tendencias. En un momento eclesial en el que «creer» es, cada día más, una cuestión de minorías, y la Iglesia ha perdido el reconocimiento y la influencia de antaño, los grupos eclesiales se experimentan como minoritarios. Este es un contexto «peligroso» porque la situación de minoría tiende a ser reforzada en algunas comunidades con normas inflexibles y distintivas con el fin de mantener la identidad y brindar seguridad. Cosa loable. Pero no «a toda costa». Estos estilos responden en muchos casos a las necesidades psicológicas de sus miembros (seguridad, pertenencia a un grupo, identidad definida, rebeldía o conformismo…) pero derivan con facilidad hacia formas abusivas de poder.
Hay algunos signos y algunas situaciones que podrían ayudarnos
SIGNOS ALARMANTES E INDICIOS DE ABUSO
Cuando se está dentro de un grupo, de una relación, no resulta sencillo detectar un posible ámbito abusivo, o una persona referente que acompaña en el camino de crecimiento espiritual como un abusador/a. Sin embargo, hay algunos signos y algunas situaciones que habitualmente se concitan en casos de abusos de poder y de conciencia, que podrían ayudarnos a detectar o, al menos, a discernir si sutilmente el abuso se está produciendo o está cercano a producirse.
- Tomar el lugar de Dios. Una primera señal de peligro emerge cuando una persona se identifica con Dios o tiene la pretensión de ser su único mediador. Exige agradecimiento, casi devoción. Trasmite la sensación de que se le debe todo y, por ello, puede disponer de todos. La absolutización de este sujeto va normalmente unida a la relativización de todo lo demás, sea la Iglesia, la familia, otras personas, grupos…
- Liderazgo sin criterio. Cuando el poder se ejerce sin criterio, arbitrariamente, y sin necesidad de adecuarse a la razón, crea inseguridad y facilita el desarrollo de relaciones de dependencia que, a su vez, aumentan la desconfianza en uno mismo, y conducen a confiar solo en la persona que ejerce la autoridad.
- Obediencia ciega. Esa supuesta identificación y cercanía a Dios lleva al líder abusivo a pedir una obediencia ciega, excluyendo —bajo capa de virtud o santidad— todo intento de ejercicio de diálogo, razonamiento o discernimiento. Cualquier crítica, pregunta o cuestionamiento son contemplados como infidelidad, falta de radicalidad, de generosidad.
- Implica todos los ámbitos de la vida. Cuando la obediencia al líder va afectando poco a poco todos los ámbitos de la vida y, además, se introduce un cierto secretismo en ello, haciendo creer que los demás no lo entenderían, porque no son lo suficientemente espirituales o radicales, es preciso sospechar que algo no va bien. Cuando alguien exige total sinceridad respecto a todos los aspectos de la vida y silencio absoluto en la comunicación con «los otros», estamos ante un indicio bastante claro de abuso.
El cristiano nunca depone su responsabilidad, caminando en la duda y el riesgo propios de la fe
- Sustracción de la responsabilidad. De la misma manera, todo intento de apropiación de la responsabilidad, eximiendo a la persona dirigida, o que obedece, de la suya, hay que leer un indicio bastante claro de una conducta abusiva, pues el cristiano nunca depone su responsabilidad, caminando en la duda y el riesgo propios de la fe, que nunca promete certezas sino invita a caminar en la confianza.
- Descrédito de la razón y aversión al espíritu crítico. En los contextos abusivos se descalifica la razón, pues ella permite percibir la complejidad de la vida. Por el contrario, el abusador hace gala de un pensamiento simple y único y pretende que lo razonable sea siempre mediocre o contrario al Evangelio. Lo sobrenatural se vende como necesariamente antinatural, y con ello, se suprime todo pensamiento crítico. Lo que puede parecer «raro» o irracional se bautiza de divino, para que pueda ser aceptado.
- Exaltación de la unidad a golpe de elitismo. Este pretendido elitismo espiritual puede tener diferentes colores: sociales y políticos, progresista o conservador, de izquierda o de derecha, pero siempre fomenta el sentimiento de ser «los únicos que se mantienen en la verdadera fe o fidelidad a Jesús». Esta tendencia a la segregación camina de la mano de una gran insistencia en la preservación de la unidad. Una unidad que se alcanza con sumisión, y que cualquier disenso heriría.
- Interpretación sesgada de la Sagrada Escritura. La drástica selección de textos bíblicos, de las vidas de santos, de los discursos pontificios, etc., o la lectura literalista de los mismos, puede ser una potente herramienta de abuso. Una mínima colección de textos, leídos «fuera de contexto», sin ningún análisis crítico de los mismos, se torna un camino facilitador de abusos, en el intento de generar sumisión, obediencia, abandono de la familia, etc.
Ser conscientes de que la fe no se demuestra con razones, pero siempre ha de ser razonable
PISTAS PARA EVITAR Y PREVENIR EL ABUSO
Ser capaces de detectar signos peligrosos e indicios del abuso, sería ya un gran paso en vistas de su prevención. Pero quisiéramos ofertar también algunas pistas, en positivo, que pudieran ayudar en la pastoral juvenil, a jóvenes, líderes y acompañantes a evitarlo y prevenirlo.
- Cuidar el espíritu crítico y valorar la necesidad de ser fieles a la propia conciencia.
- Ser conscientes de que la fe no se demuestra con razones, pero siempre ha de ser razonable. La fe no es irracional, ni la razón es su enemiga. A los primeros cristianos se les invitaba a estar dispuestos a dar razón de su esperanza (1Pe 3,15). Esta invitación se nos hace extensiva hoy a nosotros. Para ello es importante la formación teológica y exegética. No toda interpretación de la Escritura es cristiana. Conocer los fundamentos de nuestra fe, es una exigencia para todo cristiano, y un escudo valioso para defendernos de cualquier intento de manipulación. «La principal arma contra el totalitarismo es la exigencia del pensamiento» personal» —decía H. Arendt—. La ignorancia nos somete, sin querer, a una autoridad que sabe.
- Trabajar por crecer en libertad verdadera. Huir de las seudolibertades, sin caer en la trampa de quienes te dicen que eres libre, pero dejando claro que no actuar como se espera de ti tiene consecuencias, obviamente negativas y marginadoras. Si la vida cristiana no es libre, no es auténtica; sin libertad no hay verdadera conversión, ni virtud cristiana. Donde hay situaciones de abuso, siempre hay manipulación o sustracción de libertades.
- La experiencia creyente no es un seguro de vida, ni un mero conjunto de normas cuyo cumplimiento nos mantiene a salvo. La fe es un dinamismo, que ha de vivirse aceptando su carácter paradójico, en la duda y la incertidumbre, aceptando que no hay recetas aplicables a todos y en cualquier ocasión, sino que ha de encarnarse en cada situación y en cada vida.
- Por esta razón la vida cristiana ha de vivirse en una dinámica constante de discernimiento espiritual. En primer lugar, personal, porque el Espíritu se nos comunica a todos, nos habla en lo más íntimo de nuestra interioridad y en el sagrario de nuestra conciencia. En segundo lugar, en un discernimiento comunitario, donde todos somos responsables de acoger su mensaje en nuestro corazón, de escuchar su presencia en «todos» y cada uno; y de entrar en un diálogo espiritual sincero y transparente donde cada cual pueda comunicar la luz que se le regala y dejarse iluminar por la de los otros.
- Los grupos y comunidades cristianas, así como los acompañamientos espirituales, están llamados a ser ámbitos en los que sea posible el intercambio de experiencias y pareceres. Donde cada persona pueda ser escuchada y donde exista la confianza suficiente para cuestionar, para plantear dudas, para manifestar desacuerdos, y buscar juntos la verdad.
- Para que esto sea posible, es importante formarnos y trabajarnos. Ninguna persona nace obediente ni conformista, son actitudes que se aprenden en sociedad, que nos hacen vulnerables ante el abuso, pero ante las que no estamos absolutamente indefensos, es decir, ante las que podemos reaccionar. La firmeza de esta resistencia es señal de un sujeto consciente y determinado. La intimidación de la autoridad es menor, cuanto mayor es la formación en sentido crítico e independencia personal. Capacitarnos para ser libres frente a las representaciones de autoridad (aceptando las que consideremos pertinentes y posponiendo las que la fidelidad a la propia conciencia nos exija) es una de las tareas más difíciles de nuestra vida, pero también una de las más liberadoras. Es la capacidad para liberarnos tanto de la complacencia de ser mirados como «sujetos buenos», cuanto de la amargura de sentirnos marginados de los ámbitos que manejan los hilos de poder. Ambas cosas nos hacen susceptibles de entrar en dinámicas de abuso.
La fe es un dinamismo, que ha de vivirse aceptando su carácter paradójico.