
Probablemente te resulte familiar el concepto de «vacuna» o «pandemia». ¿A que sí?
En la búsqueda de la vacuna para la COVID-19 ha habido una campaña de investigación sin precedentes. ¡Nunca se había investigado tan rápido! Todos los laboratorios y universidades están trabajando sin descanso y poniendo todos los medios a su alcance por un objetivo común: encontrar claves para erradicar el coronavirus. Incluso los gobiernos se han organizado en tiempo récord para financiar las investigaciones y repartir las dosis. Había un objetivo común y hemos trabajado de manera coordinada para conseguirlo.
Pues bien, resulta que el mundo y los humanos tenemos una enfermedad. Y tiene tres efectos muy perjudiciales: la ruptura entre las personas y Dios, la ruptura entre las personas y las personas, y la ruptura entre las personas y el mundo. Y la enfermedad que provoca estas barbaridades es ni más ni menos que el individualismo.
Fíjate: si no me preocupa nada más que yo mism@ no me voy a preocupar del sentido de mi vida ni de cuestiones transcendentales, no me voy a preocupar de los demás y no me voy a preocupar del planeta en el que vivo. ¡Es gravísimo! ¡¡¡Es lo que nos hace ser personas!!!
¿La vacuna? Esa ya la conocemos: la educación. Todo parte de ahí.
Pero no una educación de competitividad agresiva, pruebas PISA, conseguir buenas notas y saberse la tabla periódica. La educación en la fraternidad, en el cuidado de la naturaleza, en la atención a los necesitados… La educación del amor y la responsabilidad. La de Jesús de Nazaret.
Es la única cura para que el mundo se renueve. La única cuyos efectos se mantendrán a largo plazo. Y en los momentos de crisis como el que estamos viviendo, nos tiene que llevar a vencer el miedo y la necesidad con la justicia y la fraternidad.
La pregunta es, ¿sabremos escuchar a Jesús para construir el futuro de nuestro mundo? ¿Seremos capaces de trabajar sin descanso poniendo todos los medios a nuestro alcance por un objetivo común?

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