ILUMINAR
Javier Alonso
La decepción es una emoción dolorosa que se despierta al incumplirse una expectativa. Siempre ocurre tras esperar algo y depositar ilusión en ello y cuando esa expectativa no sucede o sí que sucede, pero de diferente forma.
Es una experiencia que vivimos desde muy pequeños cuando las expectativas que tenemos sobre algo o alguien no se cumplen. Si es constante y no le encontramos un sentido, podemos caer en la depresión, en el vacío existencial y en la vida superficial. Cuando las decepciones se repiten, perdemos la esperanza y podemos caer en una concepción nihilista de la vida. Todo educador vive la decepción en su ejercicio profesional. De hecho, la docencia es una de las profesiones que tiene más bajas por depresión. Además, los educadores se enfrentan a menudo con alumnos difíciles, marcados por la herida de la frustración, la desilusión y la falta de amor. Alumnos bloqueados en su crecimiento personal y, posiblemente, abocados a vivir una vida triste y sin horizontes.
Algo parecido vivieron los discípulos que regresaban a Emaús. Estaban tristes y decepcionados porque Jesús no estuvo a la altura de sus expectativas: “Nosotros pensábamos que él sería el que debía libertar a Israel” (Lc 24,21). Al final, Jesús murió como un delincuente, en el fracaso total. La cruz no fue el final que ellos esperaban, así que decidieron volver a la aldea, a su vida anterior. El relato de Emaús nos da algunas claves de interpretación para que, como educadores, podamos abordar la dolorosa experiencia de la decepción:
- Acercarse a los alumnos, igual que Jesús se acerca a los discípulos. Es importante que el educador se haga el encontradizo con sus alumnos y se gane su confianza, lo que supone empatía y capacidad de acogida.
- Cuando el alumno ya se sienta acogido, hay que indagar qué sucede, cuál es el origen de la decepción: “¿De qué vais discutiendo por el camino?” (Lc 24,17), les pregunta Jesús a sus discípulos. El texto nos dice que “se detuvieron, y parecían muy desanimados”. La pregunta es una estrategia para generar ambiente de confianza al discípulo para que pueda compartir su experiencia.
- El educador escucha a sus alumnos sin interrumpirlos. Escucha cuáles son sus sentimientos, sus temores y sus expectativas. Reconoce su experiencia de decepción.
- Después de escuchar a sus discípulos, Jesús inicia un diálogo profundo en el que les ofrece claves de interpretación a la experiencia que han vivido. Para ello, hace un repaso a toda la historia de la salvación para justificar la muerte de Jesús en la cruz: “Y les interpretó lo que se decía de él en todas las Escrituras, comenzando por Moisés y siguiendo por los profetas” (Lc 24,27).
Ante un acontecimiento doloroso, buscamos encontrar un sentido a lo que nos sucede, tarea nada fácil si nos aislamos o huimos de la realidad. Hace falta el acompañamiento de otras personas (educadores) que tienen la experiencia suficiente y las herramientas adecuadas para interpretar los acontecimientos. Los relatos bíblicos ofrecen una interpretación salvífica de la historia del pueblo de Israel. En ellos encontramos la sabiduría que nos puede ayudar a entender la compleja condición humana y sus relaciones, el sentido de la naturaleza y de la historia.
Los textos bíblicos, fuente de iluminación
Sería bueno que un educador católico conozca los textos bíblicos y su interpretación. Quizá no los necesite para enseñar matemáticas o biología, pero le resultarían útiles para comprender a sus alumnos y acompañarlos en su camino de crecimiento personal y descubrimiento de la realidad. Puede transmitir la importancia del perdón con la historia de Josué, enseñar el sentido del sufrimiento con el relato de Job, abrirse a la esperanza de un mundo nuevo con el profeta Isaías, vivir la pobreza con alegría desde la historia de María y ser compasivos con la parábola del buen samaritano. Al final del camino, los discípulos reconocen a Jesús al partir el pan. Ahora se dan cuenta de que el sacrificio en la cruz tenía un sentido salvífico, ven la presencia viva de Jesús y sus vidas se llenan de luz y alegría. La “Palabra es una lámpara para mis pasos, luz en mi sendero” (Sal 118,105), la luz con la que podemos conocer la realidad en profundidad. Recuperemos para la escuela los relatos bíblicos para que puedan iluminar el difícil camino por el que van a transitar nuestros alumnos.
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