Iglesia, en tiempos nuevos
Durante siglos la Iglesia creó la cultura que la rodeaba y dominó todo el espacio circundante. Todo, absolutamente todo, quedó impregnado de cristianismo: arte, literatura, política, derecho, ética, familia, hasta lo más aberrante como la muerte, la guerra, el poder, la riqueza… Todo, aparentemente al menos y con la capa de barniz que correspondía, era signo o presencia.
Los tiempos han cambiado. La cultura en la que se mueve toda la Iglesia occidental no comparte sus mismas claves, ni comprende su lenguaje. De hecho, muestra de modo hasta irreverente y ofensivo su extrañeza y distancia.
En esta situación, caben dos grandes respuestas: ir a lo propio, salir de lo propio. O ninguna de las dos exactamente y aprender a convivir en la amplitud y grandeza del cristianismo con ambas realidades, sin enfrentamientos, es decir desde la comunión.
No son solo los jóvenes, reflejo de su generación anterior, que es la que verdaderamente se desligó de la Iglesia en la que había pasado infancia y juventud. Es la población entera la que ahora levanta los hombros cuando se habla del Evangelio, de las parábolas, de los milagros, de las comidas, de la Muerte y la Resurrección.
Tentación, a mi modo de ver, sería pensar que son tiempos neopaganos similares a los vividos en los primeros años de cristianismo. Entonces, la Buena Noticia no era conocida pero la sociedad era religiosa. Ahora, el cristianismo es, de partida, prejuzgado y la cultura ha cambiado religión y pertenencia por espiritualidad y alcanzar un mínimo de sentirse bien consigo misma. ¿No es este un tiempo verdaderamente nuevo, nunca antes conocido en la historia de la humanidad? ¿No debería ser la respuesta igualmente nueva e igualmente pro-vocadora?