Nuestro tiempo ha explosionado educativa y pastoralmente. Existen tantas propuestas, métodos, materiales, libros y blogs que nos desbordan. No sabemos ni qué hacer, pero sentimos que debe ser algo nuevo y rompedor. Publicaciones y publicaciones para invitar a mirar hacia adelante.
Sin embargo, algo original está pasando. Se abandona todo ese campo incierto de lo desconocido y volvemos a mirar con hondura las propias raíces. Si se trata de dar fruto, la semilla comienza precisamente por echar sus raíces y alimentarse para salir a la luz. Después, quizá después de un tiempo incierto, llegará el fruto.
La raíz está en lo escondido, en lo que ni se ve, ni debe verse, cavando para nutrir. De ahí nacerá una buena pastoral, que ofrezca horizontes, que comprenda la necesidad de procesos lentos, del cuidado de la persona. Sobre todo esto último, algo tan sencillo como amar al prójimo e interesarse por él, de generar espacios y ámbitos mutuos de confianza y fe, de saber esperar con paciencia, al modo como Dios espera sin alejarse y abriendo permanentemente posibilidades.
Nada mejor y ningún proyecto es mejor que amar con el Evangelio en el corazón, amar como Dios nos ha amado. En cualquiera de sus formas y hagas lo que hagas, que sea por haber sido amados y para amar. No somos “dioses” que suplantan nada, simplemente amamos como nos sabemos amados. La mejor pastoral es ésta y no otra. Y es la única que da frutos. ¿Os atrevéis a ello?