IDENTIDAD SEXUAL Y VIDA RELIGIOSA.Descarga aquí el artículo en PDF
Maria José Rosillo
Os invito a reflexionar junt@s sobre este fragmento extraído de la Instrucción sobre los criterios de discernimiento vocacional en relación con las personas de tendencias homosexuales antes de su admisión al seminario y a las órdenes sagradas (Roma, 4 de noviembre de 2005).
Desde el Concilio Vaticano II hasta hoy diversos documentos del Magisterio y especialmente el Catecismo de la Iglesia Católica han confirmado la enseñanza de la Iglesia sobre la homosexualidad. El Catecismo distingue entre los actos homosexuales y las tendencias homosexuales. Respecto a los actos enseña que en la Sagrada Escritura estos son presentados como pecados graves. La Tradición los ha considerado siempre intrínsecamente inmorales y contrarios a la ley natural. Por tanto, no pueden aprobarse en ningún caso.
Por lo que se refiere a las tendencias homosexuales profundamente arraigadas, que se encuentran en un cierto número de hombres y mujeres, son también estas objetivamente desordenadas y con frecuencia constituyen, también para ellos, una prueba. Tales personas deben ser acogidas con respeto y delicadeza; respecto a ellas se evitará cualquier estigma que indique una injusta discriminación. Ellas están llamadas a realizar la voluntad de Dios en sus vidas y a unir al sacrificio de la cruz del Señor las dificultades que puedan encontrar.[8]
A la luz de tales enseñanzas este Dicasterio, de acuerdo con la Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos, cree necesario afirmar con claridad que la Iglesia, respetando profundamente a las personas en cuestión,[9] no puede admitir al Seminario y a las Órdenes Sagradas a quienes practican la homosexualidad, presentan tendencias homosexuales profundamente arraigadas o sostienen la así llamada cultura gay.[10]
Si se tratase, en cambio, de tendencias homosexuales que fuesen solo la expresión de un problema transitorio, como, por ejemplo, el de una adolescencia todavía no terminada, esas deberán ser claramente superadas al menos tres años antes de la Ordenación diaconal.
Ya planteé este mismo dilema hace años cuando comencé con la elaboración de cuadernos monográficos dirigidos a formadores de congregaciones religiosas. El primero de ellos se titulaba Identidad sexual y vida religiosa, reformulado en 2011. Lo dirigí a todas las congregaciones religiosas que conocía entonces, vía correo ordinario. Por supuesto, no respondió ninguna. Pero me sentía llamada a compartir este material porque se trataba precisamente de esto: Partir del absoluto respeto a la persona homosexual que desea hacer opción por la vida religiosa, con todas sus consecuencias.
En los artículos anteriores hemos estado hablando de sentido de pertenencia a la Iglesia como bautizados/as en el Señor y con derecho adquirido en su nombre a formar parte de su comunidad. Pero ahora estamos hablando de desear consagrarse a Dios a otro nivel. Para una persona adulta, madura y equilibrada, aunque tenga la «desgracia» de ser homosexual, su «sí»a la opción por la vida religiosa es una llamada sentida. Desde luego que no puede ser una tapadera social donde enmascarar una doble vida. Estamos suponiendo que nos encontramos con una persona adulta, coherente y equilibrada en su desarrollo emocional y personal.
Por supuesto que no puede haber prácticas homosexuales de ningún tipo, (¡¡¡ni tampoco con menores!!!) como tampoco puede haberlas heterosexuales, porque la vida religiosa contempla, entre otros, el voto de castidad. Que por otra parte debe ser el mismo que hace cualquier persona heterosexual cuando por ejemplo contrae matrimonio, y se vuelve célibe con todas las demás personas del mundo excepto con su pareja.
Estamos haciendo demasiadas suposiciones desde el desconocimiento y la intolerancia y mucho menos desde la acogida evangélica que brilla por su ausencia en estas palabras. Estamos haciendo demasiadas generalizaciones y dejando de lado un aspecto fundamental: el Espíritu de Dios sigue convocando a quien quiere y sirviéndose de su pequeñez para manifestarse a través de ellos.
Sigo sintiendo la necesidad de hacer presente a Jesús en estos contextos. A ese Jesús real, que sigue estando presente a pesar de los siglos, superando las crisis de las instituciones de todo tipo. La persona de Jesús ante este dilema ¿qué creemos que diría a estos pastores? Sabemos que Jesús conoce el corazón humano, en toda su profundidad. ¿Qué cosas le diría a la persona que, habiendo nacido homosexual, porque no lo ha elegido, deseara consagrarse sinceramente a Él, el resto de su vida? Yo sí sé lo que le diría. No tengo ninguna duda.
Sabemos que Jesús conoce el corazón humano, en toda su profundidad.