«Un relato oriental cuenta que alguien vio una sombra en medio de un bosque y tuvo miedo porque creía que era un animal peligroso. Se acercó y vio que era un hombre. Se acercó un poco más y vio que era un hermano».
Estas palabras tomadas de Joaquín García Roca resumen de manera sencilla el mayor descubrimiento en mi proceso y los procesos de tantos voluntarios y voluntarias en prisión: Dejarte tocar por la realidad para descubrir que donde había miedo, desconfianza y prejuicios, hay mucha vida, aprendizajes, cambio de mirada y conversión del corazón.
Recuerdo aquel primer día que entré como voluntaria en la cárcel, paredes de ladrillo visto, techos altos, pasillos fríos, rejas azules por todos lados, al otro lado de cada reja mayoritariamente hombres que miraban la novedad y yo temerosa de esas miradas. «¿Qué habrán hecho? ¿Por qué estarán ahí? ¿Serán …?» eran las preguntas que resonaban en mi cabeza.
Hoy, cinco años después, esas paredes están llenas de dolor y alegría, de desesperación y esperanza, de soledad y cariño, de abandono y abrazo… pero sobre todo de PERSONAS. La cárcel está llena de hombres y mujeres que ya han sido juzgadas y están pagando el durísimo castigo de la lejanía de sus familias, la soledad y la rutina.
Conociendo la realidad, pensando en la gente encarcelada, me parece injusto formular polarizaciones como buenos los que están fuera y malos los que están dentro porque dentro y fuera hay gente buena y mala. También es difícil tener una afirmación clara sobre víctimas y verdugos, y posicionarnos a un lado u otro, pues esta sociedad lanza al borde de la cuneta en forma de exclusión a cientos de personas y no es casualidad que un porcentaje muy alto de la gente que he conocido dentro de la cárcel venga de los barrios más marginales de las ciudades y pueblos. Me pregunto y sigo reflexionando si las propias personas en situación carcelaria no serán a su vez víctimas de este sistema social en el que vivimos.
No obstante, la palabra preso deshumaniza y nos carga de prejuicios y nuestra misión como voluntarios y voluntarias no es ser jueces de nadie sino ayudar a humanizar la rutina, una rutina que entristece, que agota, que consume.
Para realizar este voluntariado es fundamental:
- Liberarnos de estigmas. Pensando en las cárceles hay muchos mitos y leyendas, muchas creencias e ideas preconcebidas, ¡¡¡bórralas!!! Entra con mirada limpia reconociendo, como antes se ha mencionado, que son personas que ya han sido juzgadas.
- Sin paternalismos. No somos héroes ni heroínas y las personas que están en prisión son hermanos/as, son los prójimos de los que habla el Evangelio. Para que haya un encuentro de verdad es importante dejar el buenismo y paternalismo a un lado y estar dispuesta/o a esa experiencia de encuentro real donde aportas tu granito de arena y a la vez te dejas tocar por la realidad.
- Todos/as aprendemos. No es una experiencia unidireccional no se va a dar y la persona que está en prisión a recibir. Si el encuentro es real, ambas personas, voluntaria y presa, aprenden, crecen y quedan transformadas.
Este ámbito de prisión, a veces tan oculto y olvidado, necesita gente que quiera humanizar el dolor y la desgastante rutina y hacer real el Evangelio «estaba encarcelando y vinisteis a verme» (Mt 25, 36).
Sin duda, la gente que experimentamos este voluntariado damos gracias por vivir estas experiencias de encuentro que nos ayudan a transformar la mirada y el corazón.
¿Te animas?
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RPJ nº 533 – noviembre 2018 – Humanizar la rutina — Sonia Fernández Holguín
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