Parece que descubrir la vocación sacerdotal o de vida religiosa requiere de un fino discernimiento por parte de cualquier hombre o mujer que atisbe la posibilidad de ser llamado o llamada. Parece, en cambio, que el matrimonio es la vocación por defecto, lo que sucede si todo sigue su curso. Incluso parece que quién no toma ninguno de los dos caminos… está estropeado, ha tenido mala suerte o, sencillamente, es un rebelde sin causa.
Es muy hermosa la palabra de Jesús de hoy sobre el matrimonio: «No todos pueden con eso, sólo los que han recibido ese don.» Un don, el del matrimonio, que requiere estar disponible para acogerlo, discernir para descubrirlo y amor para alimentarlo y hacerlo crecer. Y no, no es un don para todos.
El matrimonio es una llamada de Dios a dos personas, una llamada que implica construir una vida común, ser uno amando y respetando la alteridad del otro, testimoniar que es posible vivir con amor y en comunidad la vida regalada, crear un hogar y ofrecerlo a todo el que lo necesite y tener hijos, con responsabilidad, que encarnen el fruto de una vida mutua entregada. Fino discernimiento requiere esta llamada. Antes, durante y después de pasar por el altar.
Como Iglesia, queda mucho por hacer todavía, antes, durante y después. Le pedimos hoy al Señor fuerza para todos los matrimonios, especialmente para aquellos que están atravesando momentos de oscuridad.
Un abrazo fraterno – @scasanovam
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