LADRILLAZO (EL) – Joseph Perich

Joseph Perich

Un exitoso ejecutivo paseaba a toda velocidad en su  coche Jaguar.

De repente, sintió un estruendoso golpe en la puerta, se detuvo y, al bajarse, vio que un ladrillo le había estropeado la pintura, la carrocería y el cristal de la puerta de su lujoso coche. Se subió nuevamente, dio un brusco giro de 180 grados, y regresó a toda velocidad al lugar de donde vio salir el ladrillo.

Salió del auto de un  brinco, y agarró por los brazos a  un chiquillo,  y empujándolo hacia  el coche estacionado le gritó a toda voz:

-¿Por qué hiciste eso? Es un coche nuevo. Ese ladrillo que lanzaste va a costarte muy caro!

-Por  favor, señor. ¡Lo siento mucho! No sé qué hacer», suplicó el chiquillo.  «Le lance el ladrillo porque nadie se detenía…»  Las lágrimas bajaban por sus mejillas,  mientras señalaba  hacia alrededor del coche estacionado. Es mi hermano,  le dijo. «Se le fue el freno a su silla de ruedas y se cayó al suelo…  Y no puedo levantarlo«. Sollozando, el  chiquillo  le preguntó al ejecutivo: ¿Puede usted,  por favor, ayudarme a sentarlo en su silla?  Está herido, y pesa  mucho para mí… soy muy pequeño.»

Visiblemente  emocionado por las  palabras  del chiquillo, levantó a su hermano del suelo, lo sentó  nuevamente en su  silla, y sacó su pañuelo de seda para  limpiar un poco las cortaduras  y la suciedad de las heridas de aquel niño tan especial.

Después de verificar que  se encontraba bien, miró al  chiquillo, y este  le dio las gracias  con una sonrisa que  no tiene posibilidad de describir nadie…

-Dios lo bendiga,  señor… y ¡muchas  gracias!, le dijo.

El hombre vio cómo se alejaba el chiquillo empujando la pesada silla de ruedas de su hermano, hasta llegar a su  humilde  casa.

El ejecutivo aún no  ha reparado la puerta del auto, y mantiene la hendidura que le  hizo el ladrillazo, como un recordatorio de que no debe ir por  la vida tan distraído y tan deprisa como para que alguien tenga que lanzarle un ladrillo para que preste atención.

Reflexión:

La etnia gitana, tan poco valorada, tiene un código ético no escrito bien provocativo. Una persona gitana de Fuente de la Pólvora de Gerona me dijo: «será legal robar para sobrevivir hoy, pero no, robar para hoy y mañana»… Más allá de la anécdota, ¿no podríamos leer el trasfondo del «dadnos hoy nuestro pan de cada día «?

Todo empieza por guardarnos un as en la manga por si acaso. Hay como un presentimiento de que en este mundo no te puedes fiar ni de tus familiares, y menos aún de la protección social. El dinero y el hacer dinero sería la clave del éxito de la vida humana. En el altar del dios-dinero hay que sacrificarlo todo. Para que la economía funcione (las personas siempre en segundo término) se deben inmolar familias y colectivos enteros, dejándolos en la precariedad más absoluta.

¿Cuántas personas no hemos sentido llenársenos la boca de agua diciendo: «Yo, si fuera rico o me tocara la lotería, haría obras de caridad, ayudaría a los más pobres …». Pero todos sabemos muy bien que cuando más se tiene más se quiere. Es impensable que el conductor de aquel lujoso coche del cuento pudiera sentir el dramático grito de auxilio de un niño a pie de carretera. Y menos aún que se dignase reducir la velocidad, parar, mirar con afecto y, como hizo el buen samaritano, cogerlo en brazos.

Cáritas Diocesana, en un reciente comunicado, afirma: «La pobreza no es un mal inevitable y hay formas y soluciones para ser más eficientes en la lucha contra la pobreza. Recordemos una vez más que la actividad económica y el progreso material deben ponerse al servicio de las personas y de las sociedades».

La sacudida económica actual es una gran oportunidad para reciclar esquemas mentales destructivos que anidan en lo más íntimo de cada uno, como el deseo de vivir en el lujo y la superficialidad, de acuerdo con los cánones mediáticos.

Dios, a lo largo del día, como si no quisiera molestar, nos «guiña» una y otra vez para que seamos felices por caminos fraternos y solidarios, pero de vez en cuando da un «golpe de ladrillo» en nuestra loca superficialidad para ver si de una vez le hacemos caso. Aún estamos a tiempo para escoger la voz de la conciencia «humana» u otro «golpe de ladrillo».