Hijos de la luz – Iñaki Otano

Iñaki Otano

En el principio ya existía la Palabra, y la Palabra estaba junto a Dios, y la Palabra era Dios. La Palabra en el principio estaba junto a Dios.

Por medio de la Palabra se hizo todo, y sin ella no se hizo nada de lo que se ha hecho. En la Palabra había vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en la tiniebla, y la tiniebla no la recibió.

La Palabra era la luz verdadera, que alumbra a todo hombre. Al mundo vino y en el mundo estaba; el mundo se hizo por medio de ella, y el mundo no la conoció. Vino a su casa, y los suyos no la recibieron. Pero a cuantos la recibieron, les da poder para ser hijos de Dios, si creen en su nombre. Estos no han nacido de sangre, ni de amor carnal, ni de amor humano, sino de Dios.

Y la Palabra se hizo carne, y acampó entre nosotros, y hemos contemplado su gloria: gloria propia del Hijo único del Padre, lleno de gracia y de verdad.  (Jn 1, 1-5. 9-14)

Reflexión:

El evangelio de hoy nos presenta a Jesús como la Palabra del Padre. Eso quiere decir que la persona de Jesús nos desvela lo que el Padre quiere decirnos. Así el Padre quiere decirnos que está con nosotros, que participa de nuestra vida, de nuestras alegrías y nuestras penas, que nos ama, y nos encontramos con Jesús que nace entre nosotros, vive entre nosotros, muere por nosotros y resucita para decirnos que nosotros también resucitaremos.

          Jesús es nuestra pauta, nuestro camino, nuestro punto de referencia. Es  la luz verdadera que alumbra a todo hombre. En el Bautismo de un niño, el padre o el padrino, en representación de la criatura, enciende una vela en el cirio pascual, que representa a Cristo, y el sacerdote dice: “Recibid la luz de Cristo. A vosotros, padres y padrinos, se os confía acrecentar esta luz. Que vuestro hijo, iluminado por Cristo, camine siempre como hijo de la luz”.

          En un festival se pueden apagar todas las luces del recinto y producirse una gran oscuridad. Si se cada asistente enciende una cerilla, de la oscuridad se pasa a la luz. Cada uno aporta solo la luz de una cerilla pero, unida a las otras pequeñas luces, construye la luz.

          Tenemos que encender nuestra vela en Jesús y unir nuestra pequeña luz a otras luces para alumbrar este mundo. No apagarla sino ofrecerla a otros: que la bondad, la servicialidad, el amor pasen de persona a persona y así la Palabra se haga carne, se haga vida.

          Dice el evangelio que a cuantos recibieron la Palabra, la luz, les da poder para ser hijos de Dios. Y aceptar la Palabra, aceptar a Jesús y sus actitudes de vida, es nacer de Dios. Hemos nacido de Dios: Jesús es nuestro hermano mayor y todos los hombres y mujeres son hermanos y hermanas.

          Además, la Palabra se hizo carne y acampó entre nosotros. La Palabra está entre nosotros. Para escucharla, para acogerla, no tenemos que huir a otro planeta ni consultar libros extraños sino que aprendemos la Palabra cada día. Desde que acampó entre nosotros, no es indiferente nuestro trabajo, nuestro descanso, nuestra familia, nuestra relación con los demás. Todo eso puede convertirse en relación con Jesús y respuesta a su Palabra. Con Dios se habla en la oración pero también con la vida entera porque su Palabra está entre nosotros.