HIERRO REBELDE (UN) – Joseph Perich

Joseph Perich

-“Conseguiré moldearte”, le decía el hacha a un pedazo de hierro mientras descargaba toda su fuerza sobre él. Pero a cada golpe que le daba, era ella la que iba haciéndose muescas en el filo, y que pronto quedó totalmente inservible.

«Ya me encargo yo de este trabajo», aseguró el serrucho mientras hincaba sus dientes en el trozo de metal, con el mismo resultado que la anterior herramienta.

Burlándose de sus anteriores compañeros que habían fracasado en el intento, el martillo les dijo:

 –«Apartaos, esto es un trabajo serio para gente preparada como yo». Pero sólo hicieron falta unos golpes para que el mango del martillo se rompiese por la mitad y la cabeza saliera volando.

En medio de semejante desconcierto, apareció una pequeña llama y les interrumpió:

«¿Me dejan intentarlo a mí?». Las tres herramientas la miraron con incredulidad y soltaron una gran carcajada, pero ella no se dejó impresionar y cubrió con su cuerpecito el trozo de hierro.

¡Lo abrazó y lo abrazó hasta lograr moldearlo!

 Reflexión: 

El director de un centro de personas con discapacidad intelectual me cuenta que cuando los internos generan crisis en número superior a la habitual, convoca a los educadores para que verifiquen si viven con serenidad y paz su problemática personal, familiar, económica. .. Y es que la inseguridad de la persona débil se dispara si en el «pozo interior» de sus acompañantes las aguas bajan turbias. Es tan tentador hacer juicios negativos de las personas que nos dan problemas. ¡Sería tan fácil recetar pastillas, tomar medidas coercitivas, privaciones de libertad, castigos…  pero lo difícil es tener el reflejo para preguntarse sobre el estado de ánimo de las personas de su entorno actual y anterior! Lógicamente este planteamiento lo podemos hacer extrapolable a nuestra vida de cada día. Cuando «pintan bastos» lo más fácil suele ser la acusación, culpabilizar a los demás… si es que no se llega al insulto. Quizás habría que «contar hasta treinta» y preguntarnos si directa o indirectamente, aunque sea por omisión, tenemos parte de responsabilidad. ¿Cuántas personas, etiquetadas de «buenas», lo son porque no han tenido la oportunidad de ser «malas»?

Releyendo la anécdota del Dr. Arun Gandhi, viene a cuento lo que atestigua su abuelo Mahatma Gandhi: «Algunas duras experiencias me han enseñado a no dejar que exprese mi cólera. Lo mismo que, comprimiendo el vapor, se obtiene una nueva fuente de energía, también controlando la cólera se puede obtener una fuerza CAPAZ de derribar el mundo entero («Todos los hombres son hermanos», pág.158. Ediciones Sígueme).

Una conocida, madre de familia, es la que lleva el control, mejor dicho «descontrol», del dinero que entra en casa. Hace pocos días me ha dejado perplejo. Me da la confidencia que es ludópata, se pule lo que entra en casa en el Casino. Consciente del malestar familiar y posible rotura humana en el hogar, ha ido a denunciarse a sí misma como ludópata porque cuando se presente en las salas de juego y le pidan el DNI no la admitan. Este gesto ha sido percibido con delirio por la familia que ahora ve posible un enderezamiento inesperado. No dejando el abuelo Gandhi, lo escuchamos: «Vivir libre es estar dispuesto a morir si es preciso en manos del prójimo pero nunca a darle muerte. La no violencia es la fuerza más grande que la humanidad tiene a su disposición. Es más poderosa que el arma más destructiva inventada por el hombre «(pág. 126 del mismo libro). No hay inmolarse o morir quemado a lo bonzo, pero sí al menos podríamos «mordernos la lengua» antes de ponernos a hacer de pirómanos o de montar un «follón», ebrios de «vinagre».

¿Cómo puedes decir a tu hermano: «Déjame que te saque la mota del ojo», si tú tienes una viga en el tuyo? Hipócrita, saca primero la viga de tu ojo y entonces verás claro para sacar la mota del ojo de tu hermano. (Mt 7, 4-5). Es lo que hizo el nieto de Gandhi. Pero no hay que ser de la familia Gandhi, Jesús lo proclamó para toda persona de buena voluntad.

Ningun monaguillo me había inspirado tanta serenidad, paz interior y autocontrol como Albert. Es una persona joven con síndrome de Down. Le encanta acompañarme al altar con túnica, viviendo devotamente la celebración. Pero un buen día, me doy cuenta que al salir de la sacristía ante mí avanza con una lentitud exasperante. Al oído le digo que vaya más deprisa… disimuladamente, la empujo… nada que hacer. El padre me confirma que, cuanto más insistes, más colapsado queda. Después de un par de meses, se presenta de nuevo con el padre y, con una sonrisa angelical, retorna al rol de monaguillo. Ahora a un paso lento pero aceptable. El padre me informa que cuanto más insistes en la rapidez se produce el efecto contrario. Resulta que Albert trabaja en una multinacional en la que, por referencias directas, la presión y el estrés marcan el ritmo. Su «lentitud obsesiva» era una rebelión, consecuencia de no poder seguir el ritmo de este nuestro mundo tan cronometrado, competitivo y donde se exprimen a las personas olvidando sus capacidades. De acuerdo con el psicólogo, esta familia ha podido rehacer a su hijo y salir del pozo depresivo donde se hallaba, relativizando las prisas y recreando en torno a él un calor familiar y laboral motivador de confianza.

Albert para mí es un auténtico profeta que con su rebeldía nos da un mensaje muy potente que se podría expresar así: la paciencia y la paz del corazón pueden ser la fortaleza del débil, y la impaciencia la debilidad del que se cree fuerte. Algunos recordaremos el filme «Los chicos del coro» en el que un internado llevado con mano de hierro era cultivo de delincuencia hasta la llegada de un maestro que sirviéndose de la no violencia activa, potenciando los dones y la autoestima de cada uno, consigue un crecimiento humano integral de aquellos chicos hasta entonces impensable. Aquellos jóvenes podrían haberse hecho suya aquella canción de años atrás: Yo soy rebelde porque el mundo me ha hecho así, porque nadie me ha tratado con amor, porque nadie me ha querido nunca oír. Yo soy rebelde porque siempre sin razón me negaron todo aquel que pedí y me dieron solamente incomprensión…

Tagore nos recordó que «no fue la fuerza del martillo, ni la de los terremotos que se tragan cordilleras, lo que supo pulir aquellas rocas, sino el agua: amasándolas, modelándolas y adaptándolas. El agua con su baile y su canción las redondeó».

Recuperando el cuento podríamos desearnos no ser más una dura e impaciente «herramienta» sino una frágil pero cálida «llama». Es lo que Pablo escribe a los Corintios: «Si yo hablara las lenguas de los hombres y de los ángeles pero no tengo amor, sería como una campana ruidosa o un tímbal estridente. El amor es paciente, es bondadoso; el amor no tiene envidia, no es altivo ni orgulloso, no es grosero ni egoísta, no se irrita ni se venga; no se alegra de la mentira, sino que se alegra con la verdad; todo lo excusa, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta. El amor no pasará jamás» (1Cor 13, 1-8).