HALCÓN Y LA RAMA – Joseph Perich

Joseph Perich

En una ocasión le regalaron a un rey dos pichones de halcón. Los entregó al maestro de la cetrería para que los entrenara. Pasados unos meses el instructor comunicó al rey que uno de halcones estaba perfectamente educado. El otro no sabía que le ocurría, no se había movido de la rama en la que le puso el día de su llegada al palacio. Incluso había que llevarle hasta allí la comida.

El rey mandó llamar a expertos y curanderos. Pero nadie pudo hacer volar a aquella ave. Desde las ventanas del palacio veía, con pena, como el halcón permanecía inmóvil.

Publicó, al fin, un bando ofreciendo una recompensa a quien lograse hacerle volar.

Poco después, una mañana, desde su ventana vio con alegría como el halcón volaba ágilmente por los jardines del palacio. Quiso conocer al autor de aquel «milagro». Y le presentaron a un campesino. Intrigado, le preguntó:

-¿Tú hiciste volar al halcón? ¿Cómo lo lograste?

Lo único que hice –respondió el campesino– fue cortarle la rama en la que se posaba. Y él, para evitar el golpe de la caída, abrió las alas y voló.

 Reflexión: 

Un niño de seis años dice a sus padres: «¡Cuando yo tenga novia ya he pensado dónde iréis a vivir!» Como podemos imaginar la idea no es propia del niño. Algo ha captado de su entorno o de los más cercanos que se la han sugerido.

Los niños serán consentidos, si desde pequeños han tenido siempre lo que querían y más, ¿no será más difícil educarlos para una vida que pide lucha y esfuerzo? Y si están acostumbrados a no tener que esforzarse para nada, ¿no será muy difícil ayudarles a tener voluntad? Y si no tienen voluntad, ¿cómo conseguirán tener un cierto hábito de estudio o de trabajo? Será inútiles, incapaces de volar por su cuenta.

A los padres y educadores se nos presenta un reto más difícil que la donación de todo lo que tenemos; tenemos que dar todo lo que somos. Las dificultades en la vida y las frustraciones bien digeridas son providenciales: nos obligan a ponernos en juego, a hacer crecer todas nuestras capacidades. De lo contrario, el niño un día podría decirnos:

* «Deja que me valga por mí mismo. Si tú lo haces todo por mí, yo nunca podré aprender»

* «No me des todo lo que te pido. A veces sólo pido para ver hasta dónde puedo llegar»

Y nosotros una y otra vez les hemos de ir recordando:

* «No puedo evitar que tropieces. Tan sólo puedo alargarte  la mano para que te cojas».

* «No hagas lo que te gusta hacer, sino lo que te gustará haber hecho»

En muchas ramas del árbol de nuestra vida nos sentimos confortablemente pegados, incluso tal vez hemos hecho un «nido-sepulcro». ¿No es hora de la poda? Es hora de brotar, de sacudir nuestras alas.

¿Pentecostés no podría haber sido la sacudida definitiva de aquella comunidad que no acababa de emprender el vuelo? «De repente, como un viento recio, se sintió un ruido del cielo que llenó toda la casa donde se encontraban… todos quedaron llenos del Espíritu Santo y comenzaron a hablar en otras lenguas, como el Espíritu les concedía expresarse»    (Hch 2, 2-4).