HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO: PRESENTAR LA COMUNIDAD A LO JÓVENES – Chema Pérez-Soba

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HÁGASE TU VOLUNTAD EN LA TIERRA COMO EN EL CIELO: PRESENTAR LA COMUNIDAD A LO JÓVENES

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No cabe la menor duda de que una de las características de nuestra sociedad (moderna, posmoderna, o como decía Calasso, directamente «innombrable») es el subrayado de lo individual. Desde Descartes y el «yo pienso luego yo existo», pasando por Fichte y el icht (yo) como medida de todas las cosas, hasta Nietzsche y la voluntad de poder, hemos creado un humus social en el que la gran pregunta es «mi» identidad, mi yo, mis cosas.

Y es bueno: por fin la persona se siente libre de construir su vida desde su propia conciencia. Pero también es verdad que este descubrimiento de la persona puede acabar (y acaba no pocas veces) en individualismo, que no es lo mismo.

Por eso es no pocas veces muy complicado ayudar a descubrir a nuestros jóvenes que el cristianismo no es querer o admirar mucho a Jesús, ser buenas personas o incluso rezar/meditar o hacer toda la interioridad del mundo… sino que es aceptar como propio vivir la voluntad misma de Dios, ser quienes estamos hechos para ser. Si me tomo en serio a Jesús y voy a los evangelios (y no a otras historias) escucho que Jesús vive, habla y propone solo una cosa: el Reino de Dios ya está aquí, lo que significa que estos son ya los tiempos en los que la voluntad de Dios se puede cumplir de forma plena, los tiempos en los que puede llegar la plenitud. No hay que esperar más, el cielo empieza ya.

¿Cuál es la voluntad de Dios, el destino de la humanidad?

Y ahí llegamos al tema. ¿Qué entendemos cuando decimos en el padrenuestro «hágase tu voluntad en la tierra como en el cielo»? ¿Cuál es la voluntad de Dios, el destino de la humanidad? Pues, muy sencillo, lo que esperaba el profeta Isaías cuando, en nombre de Dios, desvelaba como será su Reino. ¿Su Reino? Sí, cómo sería el mundo cuando su cumpla definitivamente su voluntad, llevado a su plenitud:

«Hará Yahvé Sebaot a todos los pueblos en este monte un convite de manjares frescos, convite de buenos vinos: manjares de tuétanos, vinos depurados; consumirá en este monte el velo que cubre a todos los pueblos y la cobertura que cubre a todos las gentes, consumirá a la Muerte definitivamente. Enjugará el Señor Yahvé las lágrimas de todos los rostros, y quitará el oprobio de su pueblo de sobre toda la tierra, porque Yahvé ha hablado» (Is 25,6-8).

¿Quieres que se haga la voluntad de Dios en la tierra como en el cielo? Pues ya sabes que es: vive la fraternidad de toda la Humanidad. Ese es el cielo, esa es la plenitud, esa es la única voluntad de Dios.

¿Vivir la comunidad es necesario? (o dicho en la jerga teológica ¿«la Iglesia es mediación necesaria de la salvación»?). Claro. Y si te haces la pregunta, plantéate qué es para ti ser cristiano. Lo que Jesús hace primero es reunir un grupo de gente, no como un grupo de fans para que le digan lo bueno que es, sino para hacer el Reino: se rodea de todo tipo de gentes para «hacer», no solo decir el Reino, para vivir la fraternidad con ellos, con los que le siguen y con los que le acogen cuando llega a un lugar. Con Pedro y María Magdalena y con Lázaro, Marta y María en Betania. No hay prédica del evangelio sin comunidad. Esto, pese a lo que parezca, no es cuestión de «divos» de la evangelización, de líderes o de autoproclamados maestros, sino de comunidades.

Cuando proponemos vivir el cristianismo no estamos proponiendo al joven que se una a un club para hablar de Jesús (lo que, desde luego, sería optativo), si no a vivir el Reino, a sumarse a la fraternidad que quiere hacer visible ante el mundo para qué estamos creados. Les invitamos a vivir el final de la historia cuando todo el dolor y todas las lágrimas serán enjugadas. No queremos que se apunten a una asociación (en una época en que el asociacionismo está de capa caída), sino que les ofrecemos, de verdad, caminar con nosotros. Les ofrecemos nuestra propia vida, nuestro hogar, hacer familia con nosotros. Les ofrecemos nuestra propia vida. Aunque, claro, si no tenemos comunidades, familias vivas en las que puedan incorporarse, ¿qué le estamos ofreciendo? ¿Una ideología? ¿Una serie de técnicas para estar bien?

Les ofrecemos nuestra propia vida

Otro texto útil para comprender esto leído en comunidad. Se nos puede decir, se nos dice, que dónde está Jesús. Es buena pregunta: ¿cómo ver a Jesús, el Cristo hoy? Bueno, hoy solo se le puede ver vivo y vivo para siempre, esto es, resucitado, ya no lo podemos ver físicamente, claro. ¿Y cómo se le puede ver resucitado?

A Lucas, el evangelista, le hacían la misma pregunta. Y contó una historia de unos discípulos que tampoco le veían ya, porque había muerto en la cruz. Iban tristes de vuelta a la vida «normal» cuando empezaron a escuchar la Palabra (la del Evangelio, la de la fraternidad). Y les gustaba. De hecho, les gustaba tanto que no querían que aquel que les hablaba les dejara solos (sin Él, «cae la noche»). Pero aún no veían. Todavía faltaba algo porque no basta con escuchar. Solo cuando ya no solo hablaron de la voluntad de Dios, sino que la hicieron, se les abrieron los ojos. Se sentaron juntos, en la misma mesa e hicieron verdad el sueño de Dios de Isaías, el signo final de Jesús. Vivieron el banquete y juntos, partieron el pan. Y le vieron, vivo y vivo para siempre (Lc 24,13-35).

¿Nos hemos planteado por qué Tomás no ve al resucitado a la primera y sí cuando están juntos? (Jn 20,24-29). Porque a Jesús, el Cristo, resucitado, solo se le ve cuando vivimos la fraternidad, cuando estamos «dos o tres reunidos en su nombre» (Mt 18,20).

El otro día una de nuestras jóvenes, hablando de todo esto, comentaba: «ahora lo entiendo. Esto que yo sentía que vivíamos aquí no era solo amistad, era algo más, otra cosa más profunda». Pues eso es.

En la investigación sociológica está claro que nuestra época se parece más a los tres primeros siglos de la Iglesia que a la cristiandad posterior. Por ello, como entonces, nos jugamos el Evangelio a que la gente de alrededor diga, como entonces, «mirad cómo se aman». Es normal que mucha de nuestra gente prefiera permanecer en el círculo de los simpatizantes (como entonces), pero todo dependerá de los que se jueguen la vida para caminar juntos, sencillos, sin grandes gritos ni heroicidades, sino formando el corazón fraterno de la Iglesia del futuro. ¿Quieres caminar conmigo, con nosotros?

A Jesús, el Cristo, resucitado, solo se le ve cuando vivimos la fraternidad.